El coronavirus ha obligado al Buró Político del partido comunista a suspender la celebración del 67 aniversario del ataque a los cuarteles Moncada y Bayamo y las redes sociales se llenaron de memes sugiriendo que el tradicional acto conmemorativo se celebre en Miami, en reconocimiento al sobrecumpliento de todos sus planes y a su permanente solidaridad con Cuba.
Los oportunistas, guatacas y mamporreros del tardocastrismo no dejan de reflejar en las redes su mal disimulada alegría por las cifras de COVID-19 en Florida, aunque por la izquierda piden limosnas en forma de remesas, recargas y algún pitusa o "popis".
Queridos tardocastristas y gusañeros, ¡recen por que la locomotora miamense no se pare porque van a cagar pelos sin comer mangos! Y, si no fuera mucho pedirles, dejen de ofender y atacar a la ciudad más próspera de Cuba porque Miami, por suerte, es como la soñó Martí y Fidel incumplió.
El choteo de la tragedia del Moncada y Bayamo es saludable porque revela que las nuevas generaciones de cubanos, incluidos nietos de los moncadistas, viven en clave diferente a la generación del centenario y la alusión a Miami es un reconocimiento a su éxito y, sobre todo, a la capacidad de los cubanos para generar empleo y riqueza en libertad.
El régimen, miedoso y corrupto, sigue empeñado en usar el Moncada como reclamo movilizador que se estrella contra la pobreza impuesta y esas tiendas dolarizadas que son una afrenta en el alma de Cuba y confirman la decadencia de la nación, que lleva años nombrando mal las cosas.
Un repaso a la prensa anticubana que paga la casta verde oliva y dirige el Buró Político, permite apreciar dos líneas editoriales: Mentiras y ocultación en torno al Moncada y ensañamiento con los cuadros intermedios y bodegueros que "roban al pueblo".
Por ejemplo, el teniente Pedro Sarría escoltó a Fidel Castro y sus compañeros hasta el vivac, pero quien salvó su vida fue el gallego Arzobispo de Santiago de Cuba, Enrique Pérez Serantes, que se enfrentó al coronel Alberto del Río Chaviano y salió a buscar y proteger a los moncadistas, beneficiados menos de dos años después por una amnistía de Fulgencio Batista.
¿Qué suerte habría corrido un grupo de cubanos que atacara una unidad militar castrista?
Pero el pasado es historia, aunque la memoria esté viva. Algo habrá hecho mal la generación del centenario cuando la Cuba de ahora mismo padece una clara dependencia de Miami y otras playas de emigrados y del billete norteamericano, pese a los augurios del jefe del asalto al Moncada sobre la desaparición del dólar y otras memeces que bautizó como reflexiones, en las que ponderaba el yuan y el rublo, monedas no aceptadas en las tiendas propiedad de sus herederos.
Aquellos que acusaron de peculado y otros delitos a Batista y sus buquenques, en La Historia me absolverá, han devenido una mafia que detenta las mejores casas y vive mucho mejor que el pueblo al que dice representar y al que humilla reiteradamente, con esas imágenes de nuevos ricos con que hijos y nietos alardean en las redes sociales.
Miami es una ciudad rica, capaz de absorber a emigrantes latinoamericanos, y a la que cubanos de diferentes generaciones han engrandecido con sus conocimientos y trabajo esforzado, sin perder de vista la desventura de sus hermanos en Cuba, a los que ayudan, soportando incluso alguna afrenta pública provocada por el miedo, aunque en privado pongan a parir a Raúl Castro y a Díaz-Canel.
El Moncada fue un parteaguas en la historia cubana, trece años después de la Constitución de 1940, y -desde entonces- la mentira se convirtió en un arma de la revolución, como le insinuó Alfredo Guevara a Fidel Castro en una carta casi póstuma, escandalizado por las invenciones de Birán y otras fruslerías de la historiografía a conveniencia.
Fidel y Raúl Castro lo tuvieron todo a su favor para hacer de Cuba un vergel y no han sido capaces siquiera de poner en valor el capital humano formado por la revolución, salvo como valor de propaganda.
¿Cómo es posible que haya que mantener a un coronel cuestionado por la corrupción de sus subordinados al frente de CIMEX, como si Cuba no tuviera buenos economistas? Solo el valor de la obediencia explica esa perversión.
¿En qué gesta se ganó los grados de General de Brigada Luis Alberto Rodríguez López-Calleja? ¿Qué facultades tiene su hijo, Raúl Guillermo Rodríguez Castro, alias El cangrejo, para repartir carros entre sus amigos artistas y amantes; cómo se financia su tren de vida? ¿Su papá y abuelo le pagan los derroches?
La sangre de Abel Santamaría Cuadrado, Boris Luis Santa Coloma, Fernando Chenard Piña, José Luis Tassende de las Muñecas, del doctor Mario Muñoz Monroy y otros no debió derramarse para acabar instaurando un comunismo de compadres incapaces de producir arroz, frijoles, viandas, carnes de cerdo y pollo o para que una ministra aparezca en televisión anunciando que la pasta de dientes será vendida en dos vueltas.
Y a todos esos bobos solemnes que ensucian las redes agitando el Moncada y a Fidel Castro para protegerse del miedo que sienten ante la justa ira de los cubanos y guataquear a sus jefes, lo tienen fácil. Ramiro Valdés Menéndez está vivo y coleando; lleven al Comandante de la Revolución a la Mesa Redonda y pregúntenle sobre la participación de los masones cubanos en el Moncada, y que también cuente cómo penetró la Contrainteligencia a la masonería.
Cuba no dejó morir al Apóstol en el año de su centenario, pero Fidel y Raúl Castro Ruz lo mataron poco a poco, olvidando que José Martí, con los pobres de la tierra, quiso su suerte echar.
Cuba es más pobre e injusta hoy que en 1953 y 1959, porque ahora la pobreza y la injusticia son generalizadas, excepto un grupito que vive asustado en Siboney, Atabey, Kohly y Nuevo Vedado, entre otras zonas congeladas por la ignominia.
Miami es más rico y justo que en 1953 y 1959 porque los emigrados -desde los tabaqueros que ayudaron a Martí y quienes se volcaron con Juan Manuel Márquez y Fidel Castro- jamás han renunciado a su patria ni olvidado a sus desventurados hermanos en Cuba.
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