¿Es Santiago de Cuba una ciudad musical?

De las reinas de la música cubana, tres fueron santiagueras: La Lupe (Latin Soul), Olga Guillot (Bolero) y Celeste Mendoza. Si de música popular se habla, tiene sin dudas el lugar cimero: Miguel Matamoros, Ñico Saquito, Compay Segundo, Sindo Garay, Ibrahim Ferrer, Pancho Alonso, Dúo los Compadres y otros muchos engrosan la lista.

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Músicos callejeros en Santiago de Cuba Foto © CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez

Este artículo es de hace 6 años

Santiago de Cuba cada vez parece considerar con mayor seriedad la idea de abandonar el estéril esfuerzo de posicionarse como destino de sol y playa. A la vez, refuerza conceptos novedosos, entre ellos considerar las áreas peatonales como atractivo turístico y comercializarse como una ciudad musical. Este último, sin muchos precedentes en el país.

Si en Cuba podrían existir urbes con tales características, sin dudas Santiago estaría en esa lista. Ser cuna de géneros y de intérpretes de relevancia internacional, y lugar donde el ritmo y el sabor, más allá de un slogan, se lleva en el habla, en el arte de caminar y en la vida misma, le garantizan ese mérito.

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Pero más allá de la historia y de vivir del pasado, y de lo pintoresco que puede ser, aquí la música palpita en el hoy y en el ahora, y se adecua de varias formas para estar a tono a la actualidad, pues de otra forma Santiago de Cuba no podría aspirar a ser una “ciudad musical”.

¿Qué razones avalan que Santiago de Cuba pueda ser una ciudad musical?

Muchas y la lista es bien grande. Imprescindible resulta mencionar algunos nombres de creadores que dejaron su huella más allá de las fronteras nacionales, un legado que en no pocas ocasiones e incluso del continente.

Esteban Salas, que es considerado el «Padre de la Música Cubana» y mayor exponente del género clásico en la nación, hizo en la llamada Capital del Caribe sus grandes aportes. Al frente de la Capilla de Música de la Catedral, edificación ícono y orgullo de la antigua villa colonial, de su mano nacieron las primeras composiciones cubanas. En honor a este fiel representante del denominado Barroco Americano, el conservatorio de la ciudad lleva su nombre.

De las reinas de la música cubana, tres fueron santiagueras: La Lupe (Latin Soul), Olga Guillot (Bolero) y Celeste Mendoza (Guaguancó), y cada una de ellas paseó su arte aquí y por el extranjero, pero de una forma tan auténtica que les hizo ganar un lugar en la historia del panorama sonoro de la mayor nación del Caribe.

Si de música popular, tradicional y coral se habla, Santiago de Cuba tiene sin dudas el lugar cimero: Miguel Matamoros, Ñico Saquito, Pepe Sánchez, Compay Segundo, Electo Rosell «Chepín», Sindo Garay, René Urquijo, Ibrahim Ferrer, Pancho Alonso, Dúo los Compadres, Salvador Adams, Rosendo Ruiz, Electo Silva (considerado el decano del canto coral en Cuba), son los pilares sobre los cuales hoy otros escriben la historia moderna de esos géneros.

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En la «tierra caliente» nació la Trova, de esas descargas donde la poesía se acompañaba de las más dulces notas de guitarra; de la necesidad de poner la pasión al canto emergió el Bolero cuando cantarle a la amada asomada al balcón era una realidad en la antigua villa colonial; desde aquí recorrió todo el país el Son y con la picardía de sus composiciones sometió incluso a quienes veían el ritmo con escepticismo; y cuando suena la corneta china es porque la conga, que brotó por primera vez en la «Capital del Caribe» es casi el sonido por excelencia de la cultura popular, mientras que inspirado por el movimiento de la madera para apilar el café eclosionó el Pilón.

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Incluso, y es de los valores que más recientemente se incorporan, está una réplica santiaguera de la Bodeguita del Medio y se dice que el jazz entró a Cuba justamente por Santiago..., una idea que encuentra defensores y detractores, pero que tiene su anclaje en la llegada de los soldados de Estados Unidos, durante la Guerra Hispano Cubano Norteamericana, quienes se dicen trajeron ese ritmo.

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Revalorizando y el patrimonio musical de Santiago de Cuba

Sería imposible idear a Santiago de Cuba como una ciudad musical sin que ese enorme patrimonio sonoro de alguna manera no se revalorizara, justipreciara, se trajera hasta la actualidad y, por qué no, también se explotara y comercializara.

La mítica Casa de la Trova, que se dice cuna de ese género, es una institución historia y presente a la misma vez. Visitada por el ex Beatles Paul McCartney, en octubre de 1999, el sitio de la calle Heredia ha recibido a personalidades del mundo de la música de todos los tiempos. Aunque algunos consideran que el espacio se ha alejado de la misma esencia de descarga de ese arte, y es además demasiado turístico, continúa siendo una de las plazas vitales entre quienes cultivan la poesía acompañada de guitarra, siendo, para no pocos, uno de los templos sagrados de la música cubana.

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Y de lugares imprescindibles que no pueden dejar de mencionarse está la Sala Dolores que muchos especialistas aseguran ser la de mejor acústica en Cuba y emula por el primer lugar entre las que existen en el continente, aunque tal mérito no le ha asegurado el mejor equipamiento y a veces la desidia se enseñorea. También no puede dejar de destacarse el Teatro Heredia, coloso cultural de la urbe, y el agonizante Cine Teatro Oriente, que ocupa un lugar especial entre los que le vieron en su época de esplendor.

En el Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, considerado el mayor museo a cielo abierto de Santiago de Cuba y excepcional pieza del arte funerario en el país, resguarda el lugar de descanso de personalidades de toda índole, entre ellas de músicos. Aquí existe el sendero o ruta de los trovadores, un recorrido que acerca a los interesados a las tumbas y bóvedas de quienes regalaron su mejor arte con la guitarra. Por lo sui géneris de su diseño, la que corresponde al mítico Compay Segundo atrae a cientos de personas cada año.

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La riqueza sonora de Santiago de Cuba se actualiza –y también se comercializa– muy bien durante las jornadas de los diferentes festivales que se realizan. Aquellos que son únicos en la urbe, entre ellos el de Trova “Pepe Sánchez”, el Matamoroson, el de Boleros de Oro en Santiago de Cuba, la Fiesta del Fuego, el de Coros, incluso uno de salsa organizado por un ciudadano holandés, el Encuentro Amigos del Jazz, hasta aquellos que la «tierra caliente» es subsede, en todos los diferentes ritmos no solo motivan la participación de personas de todo el mundo, sino que promueven intercambios cuyos debates van desde lo histórico hasta los problemas actuales.

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Nunca se baila tanto en Santiago de Cuba como en los días de carnaval. El «Rumbón Mayor», para muchos la mayor y más importante fiesta popular del país, es evidencia irrefutable que en ningún otro lugar las personas «mueven tanto el esqueleto», ni empatan los días y las noches al compás de los géneros y temas de moda.

Durante este jolgorio, más que en otras fechas, un lugar reverdece por su connotación especial: el termómetro de la música cubana, en Trocha y carretera del Morro, es el lugar donde todo artista que realmente se considere popular, viene a probar suerte. Aquí no todos triunfan, aunque llenen otros escenarios.

Los Septetos, como formato, parecen que tienen en Santiago de Cuba una tierra fértil y preferida. Aquí hay varios, desde Ecos del Tivolí, inspirado en una barriada con aires franceses, pasando por el Turquino, que emula la mayor elevación de la isla, hasta llegar al Santiaguero, por mucho, el mejor del país en la actualidad, con el doble mérito de hacer y soñar desde este lado del archipiélago.

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Difícilmente puede un músico o una comunidad de creadores tener un legado si no se acompaña del trabajo discográfico. Los Estudios Siboney, de la EGREM, a la vez que resguarda una de las porciones más importantes del patrimonio sonoro del país, también es una de las instituciones que más hace, desde su fundación, por recoger y justipreciar el arte del canto y de las notas musicales, en especial de los hijos queridos de la «tierra caliente».

Y justamente uno de los artistas dilectos de la urbe quedó inmortalizó en el Callejón del Carmen con el primer monumento dedicado a Miguel Matamoros. Muy cerca, en el parque de la calle Reloj, entre Enramadas y Aguilera, en medio de las plantas se encuentra otro de los homenajes en bronce: el Monumento al Tres, agasajo a un instrumento de tanta relevancia para el patrimonio sonoro de Cuba, en especial su trascendencia en el Son, género Patrimonio Cultural de la nación.

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Pero la música es un fenómeno vivo, y no solo saca provecho de ella las instituciones estatales. Ya sea como una manera de ganarse la vida o una forma de arte legítimo, los artistas callejeros de Santiago de Cuba, habituales en el Parque Céspedes, aportan notas de color para algunos, para otros una imagen lastimosa, pero lo cierto es que son herederos de una vieja tradición en esta urbe, la de cantarle a la vida desde las calles.

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Por último, y no menos significativo, es que como referente a toda esta historia y patrimonio, también cumpliendo un viejo sueño, el 24 de julio de 2015 –en medio del jolgorio por los 500 años de la urbe– se inauguró el Museo de la Música, donde se resume toda la impronta sonora legada por esta ciudad al mundo. Un solo detalle de esta institución molesta a algunas personas, y es que lleva el nombre de Pablo Hernández Balaguer, un habanero que se aplatanó muy bien en la «tierra caliente» y dejó aquí su obra como musicólogo y compositor. Para mí, un detalle insignificante, pero que a algunos perturba.

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.

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Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.