En el 2008 leí un artículo memorable en el que se hablaba de los locales más famosos de El Vedado. Describían su similitud con un útero. Se debían bajar escaleras angostas para llegar a ellos, pero una vez dentro todo era tenue, húmedo y sumamente placentero.
Lo había leído, pero yo no frecuentaba lugares nocturnos del Vedado. Vivía una Habana diurna, profesional y de teatros. No sabía de esa comunión oscura de música, placeres y copas, hasta que me invitaron al Monseigneur.
El escondite mágico que tenía La Habana
Hubo una época en que el Restaurante Monseigneur era el lugar de La Habana para escapar del mundo real. ¿Quién podría encontrarte allí? Está escondido en un sótano del barrio más moderno y a unos metros de la calle más transitada.
Un espacio de lujo con un sutil toque de lujuria, eso fue para mí el Monseigneur. No parecía haber allí nada rígido. Manteles rojos, luz frágil, un brillo dorado en el ambiente. Una vajilla perfecta descansaba en la mesa y recordaba con elegantes letras dónde estabas.
Entrar al Monseigneur es hacer un viaje en el tiempo. El lugar conserva el ambiente de antaño, aunque falten cientos de detalles. La distribución espacial es lo primero que cautiva. Eso y su piano, que brilla negro en un rincón del salón, como quien no quiere molestar.
Monseigneur, ese local parisino de la esquina de 21 y O, en El Vedado
Este restaurante está inspirado en uno de igual nombre que existía en París, en la década de 1930. El ambiente bohemio de la vanguardia parisina acompañó al Monseigneur de La Habana desde su fundación el 13 de diciembre de 1957.
Tanto es así que se caracteriza por ser uno de los pocos restaurantes de Cuba que conserva el servicio a la francesa. En este tipo de servicio primero el capitán del salón toma la nota, explica cada plato y los comensales eligen las cantidades que desean y el punto de cocción.
Los alimentos se trasladan en bandeja y tapados con campanas hasta llegar a la mesa. Se sirven los platos de todos los comensales al unísono. Se destapa un espectáculo instantáneo de olores y colores deslumbrantes.
Al menos así era en sus mejores momentos y así fue cuando lo visité en el año 2008. Luego he leído críticas en internet que no le hacen ningún elogio, lo que resulta una verdadera lástima a la que los cubanos ya estamos acostumbrados.
La burguesía prefería al Monseigneur
Su cercanía al Hotel Nacional y al Hotel Capri le hizo ganar fama de inmediato entre las personalidades que allí se alojaban. Quizás por eso el Monseigneur lo visitó la crema y nata de la burguesía cubana y cuanta celebridad puso un pie en La Habana.
Connotados mafiosos como Meyer Lanski y músicos como Nat King Cole estuvieron en el Monseigneur y dejaron su pequeña huella. Tras instaurarse la Revolución de 1959 el restaurante fue nacionalizado. Reabrió sus puertas en 1965.
La nueva etapa no pudo mudar su espíritu bohemio. Siguió siendo un antro de deseos, pasiones y filin. El Monseigneur se hizo más fuerte, más popular, más polémico, en la medida que todo aquello era posible en el marco de una revolución socialista.
Todo eso se debía a un piano-man singular, inigualable, que fungía como anfitrión del restaurante. Su nombre fue Ignacio Jacinto Villa Fernández (Cuba 1911-México 1971) pero el mundo lo recuerda como Bola de Nieve.
Los artistas que pasaron por el Monseigneur
El restaurante Monseigneur fue el lugar ideal para disfrutar de una descarga musical y una cena inigualable. Pasaron por su escenario artistas de la talla de Rita Montaner, Elena Burke, Sarita Montiel, etc.
Tras la salida de Bola de Nieve, el restaurante perdió el encanto. La Habana cambió y los dólares no alcanzan para pagar un menú allí. Aun así, el destacado pianista Nelson Camacho ha sido por más de 30 años el anfitrión al piano.
El Monseigneur fue un gran restaurant, una gruta de pasión en el camino. Eso fue cuando las cosas más maravillosas ocurrían en los sótanos del Vedado. Hoy es un desconocido rincón de La Habana que pocos cubanos recuerdan.
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