Erguido sobre su propia obra Alejandro García Caturla, cuyo aniversario 102 de su natalicio se conmemoró el pasado el siete de marzo, tiene un lugar cimero entre los que definen la cubanidad en la música.
Compositor, amante, director, buen padre, cantante, transgresor, escritor, hombre de principios, periodista, revolucionador, y abogado: esto y más fue Caturla.
Desde niño optó por vivir intensamente. A los doce escribió un drama en tres actos (Amor trágico) y varios poemas.
A los quince compuso su primera obra musical, un vals para piano. Meses después se presentó como solista en una velada de homenaje a los estudiantes de Medicina fusilados en 1871 interpretando la Sonata op. 13 “Patética” de Beethoven.
Aprendió a tocar el violín, la viola, el saxofón, el clarinete y varios instrumentos de percusión.
Fundó la Sociedad y Orquesta de Conciertos de Caibarién y la Orquesta de Cámara de Remedios. Dirigió su propia jazz band y cantó, con su bien timbrada voz de barítono, en numerosas veladas dirigidas por Jorge Anckerman, Ernesto Lecuona y Eduardo Sánchez de Fuentes.
Compuso canciones, fox trots, danzas, danzones, obras de cámara para pequeño formato, y piezas para piano, violín y piano y hasta una ópera de cámara (Manita en el suelo) con libreto de Alejo Carpentier, su entrañable amigo.
Cuando pudo viajar, lo hizo. Primero a La Habana, luego a París, y a Barcelona. Circunstancias que aprovechó para ponerse a tono con las tendencias musicales europeas del momento.
Pero el verdadero viaje, el que le abrió las puertas a la eternidad, fue el que hizo hacia lo más profundo de nuestras raíces afrocubanas. Quizás los primeros culpables fueron sus padres, quienes le pusieron una manejadora negra que lo acercó al mundo de los bembés y los tambores.
Luego se enamoró. No importó el color de la piel de la novia. El amor y la innata rebeldía de Caturla le permitieron desafiar el escándalo de casarse con una “señorita de color”, como le decían en esa época. De esa relación nacieron 11 hijos.
El que intenta aproximarse a esa “ruta de sorpresas” que es la vida y obra de Caturla, podría imaginar a un hombre de larga vida. Pero este músico cubano estuvo signado por el compromiso social que históricamente ha acompañado a algunas de las figuras cimeras de la cultura cubana
.
Quizás en otras regiones del mundo este compromiso no se exprese con igual fuerza, pero en esta indómita Isla, los intelectuales son mayoritariamente progresistas. Lo fue, según su momento histórico, José María Heredia, Felix Varela, José Martí, Rubén Martínez Villena, Alejo Carpentier, Fernando Ortiz, Nicolás Guillén, Juan Marinello, Alicia Alonso y también Alejandro García Caturla.
Desde París escribió a Carpentier para que pusiera su nombre en cuanto manifiesto contra el dictador Gerardo Machado hiciera falta. Como si no bastara, en 1933 compuso Fanfarria para despertar espíritus apolillados, obra que junto a Para despertar a Papá Montero, de Amadeo Roldán, y A un romántico cordial, de José Ardévol, fueron ultimátums musicales que exigían la renuncia del tirano.
La vocación y el compromiso familiar de Caturla lo condujeron a una poco frecuente combinación de oficios. A sus cualidades de eminente músico se unieron las de jurista vertical e incorruptible, y estas virtudes, incompatibles con la convulsa República que le tocó vivir, lo llevaron a la muerte. El hombre de leyes sacrificó al músico, como el político lo hizo con el poeta en Martí y Villena.
El 12 de noviembre de 1940, con solo 34 años, cayó abatido, en la calle Independencia de su Remedios natal. Dos balazos a quemarropa de un delincuente que, encausado por él, se sabía perdido, troncharon la flor en pleno esplendor.
A más de cien años de su nacimiento, la figura de este hombre transgresor sigue oteando la cubanidad. Sus aportes musicales, más que huellas, son un desafío eterno.
Fuente: Trabajadores
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