Es este uno de los lugares en Santiago de Cuba donde se entremezclan el mundo de los muertos con el de los vivos, un sitio donde sin importar el pasado, el linaje o los pecados, todas las personas terminan exactamente igual. Por eso son los otros, los vivos, los que aportan un significado diferente al Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia y los que allí reposan.
Aquí algunos vienen a llorar a sus seres queridos; otros, a los pies de las tumbas, añoran los momentos más sublimes. Para no pocos es sitio de consuelo y de expiación de las culpas y remordimientos del pasado, también el escenario donde cada año se rinde tributo a los héroes de la historia de quienes se rememoran sus hazañas; además del lugar donde cada Día de las Madres o Día de los Padres miles de personas protagonizan una de las más gigantescas, espontáneas y sinceras muestras de cariño.
Atrás siempre quedan las flores y con ellas palabras por decir, sueños por realizar y demandas silenciadas.
El Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, que debe su denominación a la virgen etíope de igual nombre bautizada por el Apóstol San Mateo y canonizada por sus milagros, es además el mayor museo a cielo abierto de Santiago de Cuba. Junto a los muertos también vive el arte funerario.
La gracia y ternura de hermosos ángeles y madonas, las flores talladas en mármol como homenajes perpetuos, las cariátides del Mausoleo a José Martí, cada una representando las seis provincias en que se dividía la isla, enormes cruces con elaborados diseños, o la figura de Jesús Cristo, siempre con su misericordia, brindan consuelo y paz al santiaguero o visitante que acude a los predios del lugar.
Completan el fresco artístico las delicadas imágenes de las madonas, quienes recrean sentimientos que denotan tristezas, dolor, compasión y resignación, en un ambiente de sencillez, sobriedad y elegancia. Sin dudas se trata de un campo santo.
Aquí se impone el silencio y el respeto. Cada media hora el sonido de la música anuncia una de las ceremonias más solmenes del país: el cambio de guardia de honor en el Mausoleo a José Martí, como homenaje al más universal de los cubanos, tributo que se acompaña de la materialización de uno de sus más puros deseos: “¡Yo quiero, cuando me muera // Sin patria, pero sin amo, // Tener en mi losa un ramo // De flores, y una bandera!”
Llegan al cementerio los turistas americanos, los mismos que horas antes arribaron en un crucero a la bahía de la ciudad. Les llama la atención la tumba de Emilio Bacardí, primer alcalde de la urbe, y Elvira Cape.
Les atrae también la del eterno Compay Segundo y su diseño tan original.
Se quedan extasiados por el elaborado diseño del Mausoleo a José Martí.
Encuentran todo muy limpio y bello. Dice la guía para terminar el recorrido: “Our cemetery is so beautiful that people die to get in”.
Salvando las distancias en lo simbólico del diseño de sus lugares de descanso, en la principal necrópolis santiaguera descansan todos por igual: José Martí, y muy cerca Tomás Estrada Palma, Compay Segundo a pocos pasas de ese grande que fue Pepe Sánchez, Carlos Manuel de Céspedes, Emilio Bacardí y Elvira Cape, Mariana Grajales, la familia Navarro (que se presume sea el sepulcro más antiguo con casi 150 años de antigüedad), además de los valerosos héroes de la historia, pues se dice que aquí están la mayor parte de los mártires de las diferentes etapas de luchas libertarias de Cuba, entre ellos lo 32 generales de las guerras de independencia de Cuba, de los cuales 28 eran orientales.
En Santa Ifigenia también están, en su descanso eterno, Ramón Leocadio Bonachea, Matías Vegas Alemán, el general canadiense William O'Ryan, Perucho Figueredo, el creador del Himno Nacional, también los generales José Maceo, Rafael Maceo, Guillermo Moncada, Flor Crombet, Luis Martí y Silverio del Prado; Otto Parellada, Tony Alomá, Pepito Tey y María Cabrales.
Muy cerca del singular sitio de descanso de Emilio Bacardí, justo en el segmento que años atrás era reservado para las familias católicas de Santiago de Cuba se encuentra el único enterramiento de personas practicantes de la religión musulmana.
A pocos pasos descansa Francisco Antonmarchi Mettei, el último médico de Napoleón Bonaparte que vivió, murió y descansa en Santiago de Cuba, y a solo pasos de donde estuvieron los restos de Federico Capdevila, eterno defensor de los estudiantes de medicina.
Más atrás, una familia que insistió que la mascota fuese enterrada con ellos, otra que adorna su sitio de descanso con una flor plástica en una improvisada urna de cristal, y banderas cubanas y del Movimiento 26 de Julio, que marcan el sitio donde están enterrados antiguos combatientes.
También está una tumba con mosaicos cerámicos como una forma de darle, con muy mal gusto, cierta actualidad a la riqueza de estilos que existen en el Cementerio.
Este campo santo es, sin dudas, fiel reflejo del desarrollo y evolución de la arquitectura de la urbe.
Mucho más lejos, en una imagen religiosa que los santiagueros han adoptado como representación de Oyá, las personas dejan ofrendas a los pies de la deidad, como último suspiro por sus muertos.
El Cementerio Patrimonial Santa Ifigenia, en Santiago de Cuba, es una joya del arte funerario, declarado Monumento Nacional el 7 de febrero de 1937 y ratificado como tal el 20 de Mayo de 1979.
Las piezas que perpetúan la memoria de héroes y resguardan el cariño de la familia, convierten el lugar, con casi siglo y medio de existencia, en un interesante sitio cultural e histórico.
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