Coppelia es tanto un símbolo de La Habana como el El Malecón, El Capitolio y la Giraldilla. Ubicada en pleno Vedado, este sitio es mucho más que un lugar a donde se va a comer un helado, es un espacio para el encuentro y una huella de los cambios económicos post-revolucionarios.
Inaugurada en junio del año 1966 con sus 'veintiséis sabores' y veinticinco combinaciones, Coppelia, una de las heladerías más grandes del mundo, ha sido desde su inauguración un referente en la vida social habanera. La denominada catedral del helado es un silencioso testigo del paso del tiempo y de los avatares de la economía y sociedad cubanas.
El que para muchos cubanos era, y quizás continúe siendo, el sitio donde se vende 'el mejor helado del mundo' es en realidad un enclave en la vida social y cultural habanera del cual todos difícilmente no tengamos recuerdos. Para los afortunados que disfrutaron de sus primeros años de esplendor será ese lugar de mucha variedad, calidad y buen funcionamiento, para otros se le identificará con el único lugar donde se podía comer algún helado decente, en cantidades racionadas, después de haber pasado interminables colas bajo un sol abrasador solo interrumpido por alguna que otra sombra de los árboles que forman parte del recinto.
Durante décadas ha sido el enclave preferido de los estudiantes de la Universidad de la Habana, quienes suelen aprovechar las horas libres para reunirse allí y calmar el hambre mientras contagian con sus aires de sana juventud despreocupada a los co-coleros que esperan su sitio para poder entrar.
Si bien es cierto que nunca ha cerrado completamente sus puertas desde su apertura, lo es también que durante los años más duros de la crisis económica la calidad e higiene del lugar presagiaban todo el tiempo un inminente cierre y debacle que nunca ocurrió: no sólo se pasó de los veinticinco a los 'con suerte' dos o un sabor, sino que establecieron cantidades permitidas por consumidor con el consecuente florecimiento de un mercado negro paralelo, del cual eran muchas veces testigos los propios comensales: tinas que salían, bolas que dejaban de ser esféricas (ante las protestas dejó de pretenderse la redondez de las esferas y empezó a tenerse en cuenta el gramaje como unidad de medida exigible), una única galleta por plato y otras muchos trapicheos tan del patio.
Muchas veces había que voltear la cara, si se quería comer, para no ser testigos del 'elaborado' proceso de higienización de las vajillas: un simple cubo o fregadero taponado con agua estancada y opaca en el cual se introducían los platos y vasos que, húmedos, volvían a rellenarse y colocarse en las mesas. Muchas veces había que engullir el helado sin líquido alguno acompañante por la cálida temperatura y turbidez del agua servida.
Coppelia además de sus historias y su propia dinámica de funcionamiento, tiene sus personajes tipo: la colera, los cvp, los pillos que merodean para introducirse cuando la fila se pone en movimiento y ahorrarse el tiempo de espera, las dependientas con su casi mal carácter de oficio y otros tantos que muchos identificamos y que alguna que otra vez nos sacaron risas o pusieron a prueba nuestra infinita capacidad de tolerancia.
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