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Doramas en Cuba: Una fiebre que no parece extinguirse

Aunque los doramas ni se asoman al peldaño privilegiado que siempre han ocupado las novelas brasileñas en el país, sí le abrieron al espectador criollo las ventanas hacia un universo estrepitoso, colorido y fresco, donde el dinero es el eje que mueve el mundo, donde el patriarcado reina por encima de todo, donde prima la tecnología, la moda, los hijos bastardos herederos de grandes corporaciones, los famosos con secretos oscuros, el millonario que se enamora de la chica paupérrima y otros tantos reciclados de Disney.


Este artículo es de hace 8 años

Desde hace un par de años, en Cuba comenzó a darse un fenómeno sin precedentes, a excepción de la popular telenovela japonesa Oshin, en la isla caribeña nunca habían tenido tanta aceptación series provenientes del continente asiático.

Será aproximadamente desde el año 2013 que un flujo incesante de “doramas”, como se les conoce por su nomenclatura original en Japón, ha reconfigurado ese pequeño espacio imaginario que tenemos los cubanos, con reservados VIP, para las telenovelas.

Aunque los doramas ni se asoman al peldaño privilegiado que siempre han ocupado las novelas brasileñas en el país, sí le abrieron al espectador criollo las ventanas hacia un universo estrepitoso, colorido y fresco, donde el dinero es el eje que mueve el mundo, donde el patriarcado reina por encima de todo, donde prima la tecnología, la moda, los hijos bastardos herederos de grandes corporaciones, los famosos con secretos oscuros, el millonario que se enamora de la chica paupérrima y otros tantos reciclados de Disney.

Entonces, ¿a qué se debe el furor en Cuba por las novelas coreanas? ¿Por qué, a pesar de la lejanía geográfica y cultural de los asiáticos, sus historias resultan tan atractivas al ojo del cubano?

En principio, los códigos “rosa” que reproducen los doramas son muy similares a los culebrones mexicanos o brasileños: el amor imposible o la disputa amorosa, caóticas relaciones familiares, infidelidad, avaricia. Pero los doramas tienen menor duración, algo menos de 20 capítulos. Por ahí, estas miniseries tienen un punto a su favor, se ajustan a lo que ya estamos acostumbrados y nos evitan el largo sufrimiento de la novela tradicional.

Por otro lado, tocan la realidad de la manera más ingenua y conservadora: no como es, sino como “debería ser” según los viejos cánones de la cultura oriental. Las hijas obedecen a sus padres y se casan cuando están en la edad, la gente pobre le rinde pleitesías a la gente rica, las parejas no se besan en público, unir dos grandes empresas es razón de sobra para entablar un matrimonio...

Eso, de cierta manera, nos llama mucho la atención, nos enfurece y nos seduce al mismo tiempo. Y ni hablar de los actores y actrices, son sudcoreanos virtuosos nacidos bajo el signo del photoshop, caras perfectas en cuerpos sobrios y exóticos.

En el consumo de estos dramas, tiene mucho que ver también el acto de “refrescar”, ver algo complaciente, algo bonito que nos distraiga un rato de la realidad no tan rosa de nuestras vidas. Rascacielos rodeados de nieve y flores, ramen, té, gente joven, celulares con piedras brillantes, karaokes, clubes nocturnos, ropa de catálogo (por más pobre que sea el protagonista).

Consecuente con el panorama actual de Corea del Sur, vertiginoso e hipercapitalista, las tramas se embadurnan en todo momento de situaciones de poder estrechamente relacionadas con el dinero y las férreas tradiciones de ese país.

Los conflictos en estos dramas revelan una realidad que yace entre una sociedad altamente modernizada y desarrollada en aspectos económicos, aunque subyugada aún a obsoletas jerarquías y patrones machistas.

No obstante, el público cubano sabe filtrar en lo entretenido, lo emocionante y trágico, a los cubanos no les ha importado las diferencias culturales ni el idioma tan alejado de nuestra fonética habitual. Los doramas siguen saliendo al aire y siguen llegando, sin decaer, a la mayor de las Antillas.

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