Este artículo es de hace 14 años
Creada en 1959 por el pintor y científico Leovigildo González (discípulo del muralista mexicano Diego Rivera) soportó las inclemencias del tiempo, gracias a su sistema de drenaje, que evita la acumulación de agua entre las piedras del conjunto artístico.
El fresco representa el pasado biogeológico de la región, considerada una de las tierras más antiguas de Caribe. Junto a las figuras humanas, que evocan a los aborígenes de esta zona del archipiélago, destacan las de grandes mamíferos como el megalocnus rodens (oso gigante ya desaparecido) y los amonites, moluscos de más de 70 millones de años de antigüedad.
Muy cerca simulan emerger de las profundidades reptiles marinos mesozoicos, entre otras especies del reino animal que encontraron abrigo en esta demarcación en épocas inmemoriales. Estudiosos recuerdan que en un inicio fue necesario eliminar la capa vegetal que cubría el farallón. Más de una veintena de campesinos se ofreció para la riesgosa tarea sujetos por correas de paracaídas para escalar hasta la cumbre.
A pesar de su buen estado de conservación, expertos retocan algunos segmentos con el fin de prevenir futuros daños y rescatar las llamativas tonalidades de los trazos. En la restauración se emplean esmaltes resistentes a la erosión y al impacto de los fenómenos atmosféricos, muy frecuentes en este extremo del país, distante unos 140 kilómetros de La Habana.
Compuesto por 12 piezas, el Mural de la Prehistoria recibe a más de 4 000 visitantes mensualmente, la mayoría de ellos provenientes de Canadá, Alemania y España.
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