La velocidad no era su fuerte. A pesar de que era un saltador más lento de lo común, Iván Lázaro Pedroso Soler, o simplemente Iván Pedroso, lo compensaba con una técnica de salto depuradísima. Surcaba el aire, y avanzaba, avanzaba con hermosos movimientos de sus piernas.
Este habanero fue protagonista de uno de los momentos más sublimes del movimiento deportivo cubano. La gesta aconteció en los Juegos Olímpicos (Sídney 2000) que con más pasión he vivido, una cita hermosa, que dejó para nuestra Isla pasajes extraordinarios.
Las Morenas del Caribe y su triplete, la carrera de Anier García, las doradas de Legna Verdecia, Sibelis Veranes y de nuestros boxeadores, entre otros hechos son imposibles de olvidar, pero, cuando hablo de los “Juegos de Cathy Freeman”, me es inverosímil no mencionar aquel “salto grande” –como lo describió el narrador René Navarro- que llevó a Pedroso a tocar la gloria olímpica.
El evento fue un manojo de nervios. Su gran rival esa vez fue el desconocido australiano Jai Taurima, un melenudo que ante su público se creció y nos puso de pie a miles de kilómetros de distancia. Pedroso retaba a Taurima y, segundos después, Taurima retaba a Pedroso; y viceversa.
En su cuarto salto, el cubano alcanzó los 8.41 metros, marca que, precompetencia, le daba el oro, y por distancia. Sin embargo, luego, el oceánico avanzó hasta los 8.49, lo mejor de su carrera y récord de Australia y Oceanía.
Claro, el estadio explotó y el vestido de verde y blanco no hizo más que saltar, gritar, disfrutar su momento -el único grande dentro de su carrera. El hombre se sintió campeón… aunque antes de tiempo.
Para la última ronda, Pedroso, pura confianza, pidió palmas, chocaba sus manos mientras miraba a la grada, desafiante, guapo, sin temor. Respiró profundo, buscó concentración, contuvo su aliento y comenzó la carrera de impulso. Varios pasos lo condujeron hasta cerca de la plastilina cuando un fuerte apoyo lo llevó hasta los 8.55 metros, marca que le daría el título que más se le resistió.
Justicia divina para uno de los mejores saltadores de la historia. Su madre, desde el cielo, lo impulsó unos centímetros más; él le había prometido esa medalla. Cuba entera tomó asiento y reconoció a ambos contrincantes, quienes protagonizaron una de las mejores competencias de salto largo de siempre.
Pedroso, además, fue nueve veces monarca mundial, cinco bajo techo (Toronto-1993, Barcelona-1995, París-1997, Maebashi-1999 y Lisboa-2001) y cuatro al aire libre (Gotemburgo-1995, Atenas-1997, Sevilla-1999 y Edmonton-2001), y rey continental por años.
Y aunque su marca personal no excede los 8.75, pocos han olvidado aquel salto que logró en 1995, en Sestriere, Italia, cuando alcanzó 8.96 metros, un centímetro más que el récord del estadounidense Mike Powell, pero que fue invalidado porque se consideró que la medición del viento había sido incorrecta, debido a que un juez estaba justo delante del anemómetro. El récord mundial de Powell sigue vigente, y solo el nuestro, hoy entrenador, pudo hacerle resistencia.
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