A la radio cubana de los 50s no le faltaba ya ningún ingrediente de la radio moderna: novelas, humor, concursos, música, publicidad, noticieros y hasta espacios de ‘videncia’ y esoterismo.
Por esa época Unión Radio contrata en La Habana a un guajiro repentista como animador de un programa matinal. Se llamaba Miguel Alfonso Pozo, pero al ser el más pequeño de la familia de los Clavero en Ranchuelo, su alias infantil, ‘Clavelito’, acabó siendo su ‘nombre’ propio.
Un día de su cumpleaños, durante una transmisión en vivo, sucedió algo que cambiaría su vida.
Clavelito agradeció a una oyente imaginaria el envío de un peso en una carta para que se comprara un regalo.
A continuación se desató una cascada de cartas a la emisora con un peso dentro para saludarlo y consultarle sobre amores y desengaños. Clavelito mencionaba los nombres de todos sus remitentes y les deseaba buena suerte, les aconsejaba, inspiraba o persuadía.
Los oyentes que habían seguido sus consejos no tardaban en confirmar y agradecer por cartas sus sanaciones: Ramón Barroso, de Contramaestre, cuando barrió la casa cómo Clavelito le había indicado, se curó de la punzada a la izquierda del pecho.
La avalancha de cartas pidiéndole consejos arreció. Clavelito se prestaba a todo como un curandero experto, recomendando cocimientos para retortijones, emplastos de jagüey para la hinchazón, jarabe de güira cimarrona, jugo de quiebrahacha contra el mal de ojo y los maleficios.
En 1952 una camioneta de la emisora recogía a diario un saco de cartas que al mes alcanzaban las 50 mil.
Así el ‘Buzón de Clavelito’ se convirtió en la ‘radionovela’ más exitosa del momento que abría con un fondo de claves y guitarras mientras el trovador invocaba: «Pon tu pensamiento en mí/ y harás que en ese momento/ mi fuerza de pensamiento/ ejerza el bien sobre ti».
Con ese fondo, entraba la voz del locutor diciendo: «Un milagro de la naturaleza en el deleite de una canción guajira. Manifiesto de los elementos que contribuyen al éxito, a la salud, al amor, a la felicidad. Poeta, intérprete de los corazones incomprendidos. Mensajero de la buena suerte. Si usted no es feliz, si tiene algún problema, si no tiene salud, si no tiene empleo, si el dinero no le rinde, si no tiene amor, oiga a Clavelito en silencio, en silencio, por favor».
Luego Clavelito, con un manojo de cartas y telegramas en las manos, decía cosas como: “Manolo García, tu mal tiene remedio; Señora de Matanzas, tengo su solución; Muchacha desesperada de Cabaiguán, yo sé cuál es tú problema, acuéstate tranquila y pon tu pensamiento en mí”, los típicos mensajes ambiguos de cualquier vidente de marras: “María la desilusionada, irás al campo y conocerás a un hombre que se está divorciando; te casarás con él; Muchacha camagüeyana, hoy se resuelve tu problema”.
Fuera de los estudios de Unión Radio se armaban colas de cientos de personas sólo para verlo, tocarlo o mirarle a los ojos.
En su cresta triunfal, Clavelito implementó una sanación acuática al estilo de Antoñita Izquierdo: convocó a sus fieles a que trajeran a la emisora botellas de agua que él iluminaba con una linterna de plástico verde con el siguiente conjuro: “¡Agua magnetizada, milagrosa! Tómenla para espantar los males del cuerpo y del alma”.
Lógicamente, al no poder asistir todos los oyentes a la emisora, al astuto empresario Gaspar Pumarejo se le ocurrió magnetizar a distancia vasos con agua colocados sobre los receptores radiales y que los oyentes bebían al día siguiente. Supuestamente, flujos energéticos sanadores llegaban hasta el agua de los vasos mediante las ondas sonoras mientras Clavelito hablaba, convirtiéndose así en el primer curandero radiofónico a nivel nacional.
Entretanto, los relatos milagreros crecían: calvos que recobraban el pelo al mojarse la cabeza con agua magnetizada; señoras curadas de hipo y mal aliento, niños gagos que luego no paraban de hablar, feas que se casaban, inocentes puestos en libertad, ‘milagros’ todos que le valieron a Clavelito un contrato de exclusividad con Unión Radio propio de una gran estrella.
Cobraba mensualmente de 500 pesos por 100 actuaciones radiales, incluyendo grabaciones discográficas y publicidad. No realizaba actuaciones sin autorización de Unión Radio y solo interpretaba obras seleccionadas por la empresa según las instrucciones de sus directores de programas.
Para cortar la buena racha del ‘Buzón de Clavelito’, la competencia apeló a la Comisión de Ética Radial, a la Asociación de Anunciantes de Cuba y al Bloque Cubano de Prensa para arremeter contra el programa alegando que incumplía el código de ética radial, y suspender su emisión el 5 de agosto de 1952.
Acusado de “milagrero” y “estafador”, la policía detuvo a Clavelito en pleno directo del programa. Ante el reclamo popular, el programa reaparece días después pero sin predicciones ni curaciones acuáticas, por lo que ya nada volvió a ser igual.
Clavelito volvió al repentismo. Trabajó como locutor y ventrílocuo, su último empleo. Se jubiló en 1964.
Fue de los grandes decimistas de su época, sino el mejor, y autor de sones montunos, guajiras, danzones, guarachas, canciones, tonadas y rumbas, entre ellas la popular La Guayabera, famosa por sus versos “Quiero un sombrero/ de guano, una bandera, / quiero una guayabera/ y un son para bailar”.
Marcó un antes y un después en la milagrería dentro y fuera de nuestras fronteras: revolucionó cuestiones como fe, música, carisma, fama, negocio y mesianismo.
Su éxito fue una extraña mezcla de mentalismo, demagogia, repentismo, religiosidad popular, melodrama, estrellato, medicina tradicional, desencanto político y credulidad mediática que, con la llegada en enero de 1959 de nuevos Mesías hablando sobre justicia social, democracia, respeto constitucional, libertad y felicidad para todos, se fue apagando lentamente como una vela en la memoria colectiva cubana, hasta desvanecerse del todo al morir en 1975.
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