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Paseo del Prado

Reedificado en su forma actual hacia 1928, el famoso sitio recibió una solución en líneas neocoloniales, con bancos de mármol, luminarias, copas y los populares leones de bronce, mudos testigos y vigilantes de los habaneros que prefieren ese recorrido bajo los árboles como una bocanada de aire fresco entre el ruido de una ciudad moderna.


Este artículo es de hace 14 años
A fines de los años 1700 las autoridades coloniales adoptaron en la Ciudad de La Habana un programa de obras públicas, orientado a conceder a la urbe una dignidad acorde con su rango de capital de la isla.

Una de las primeras obras fue la creación de dos alamedas o paseos conjuntamente con el primer teatro y los palacios de gobierno.

Una de ellas, que se encontraba fuera de los muros que entonces rodeaban a la ciudad, se extendía cerca de un kilómetro entre las dos puertas de la muralla, y se concibió para que los habitantes realizaran paseos vespertinos en carruajes. Formada en sus inicios por dos sencillas hileras de árboles, recibió el nombre de Nuevo Prado.

Por su novedad esta alameda o paseo tuvo una entusiasta y rápida acogida entre la población de la época, ávida de contar con un lugar de esparcimiento, en especial al atardecer. Paralelo al Prado se extendía, despejado y amplio, el campo de Marte hasta el mar y en las inmediaciones del paseo se situaron los cuarteles para los soldados, convertidos más tade en barracones para los esclavos traídos de Africa, y en 1817, en el Jardín Botánico.

Con el paso de los años, el paseo recibió remodelaciones que le incorporaron otros atractivos como: fuentes neoclásicas o rústicas, entre las cuales destaca la llamada de La India o de la Noble Habana, esculpida en Génova por José Gaggini.

A fines del siglo XVIII la costumbre de recorrer el paseo en carruajes había convertido, a la citada alameda, en un pequeño escenario de la sociedad habanera de la época.

Hacia fines del siglo XIX, el Paseo del Prado pasó a ser un espacio para el recorrido de peatones, complementado con el nuevo Parque Central que surgió en sus inmediaciones.

Modernos inmuebles con amplios portales flanquearon a la popular alameda, las cuales rodean a una estrecha senda de árboles, en un entorno donde el ornamento artificial de guirnaldas y capiteles compite con los frondosos laureles del paseo.

Reedificado en su forma actual hacia 1928, el famoso sitio recibió una solución en líneas neocoloniales, con bancos de mármol, luminarias, copas y los populares leones de bronce, mudos testigos y vigilantes de los habaneros que prefieren ese recorrido bajo los árboles como una bocanada de aire fresco entre el ruido de una ciudad moderna.

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