Tras una de las más deslumbrantes residencias de La Habana de 1926, ubicada en Paseo y Calle 17, se esconde una apasionante historia de amor y desamor. La protagonista fue una de las jóvenes más bellas que tuvo Cuba en su época; ganadora de varios y prestigiosos concursos de belleza. Catalina Lasa, fue una de las damas más halagadas de la alta sociedad habanera.
Pero, tuvo Catalina que vivir sin derecho a amar libremente, soportando el desprecio de una sociedad rancia y aristócrata, que la criticara sin piedad por enamorarse del rico y viudo hacendado Juan Pedro Baró, siendo ella casada.
Su esposo, Pedro Estévez Abreu, era el hijo primogénito del primer vicepresidente de la república y de Martha Abreu, quien fuera conocida como la benefactora de la ciudad de Santa Clara.
En aquel entonces, el divorcio aún no estaba permitido legalmente; sin embargo, la sincera joven pidió a su esposo una ruptura de mutuo acuerdo. Pero, al este negarse, se desató uno de los mayores escándalos recordados de aquellos años en que la falsa moral era el enemigo número uno para la felicidad de las personas.
Debido al profundo desprecio que enfrentaron la joven Catalina y el viudo hacendado Baró, decidieron escapar a París, donde les fue permitido casarse de acuerdo a las leyes francesas. Y por si fuera poco premio a todo lo sufrido en la isla, y tras muchas gestiones, el propio Papa los recibió y bendijo en el mismísimo Vaticano, afirmando este que en caso así no podía primar la intolerancia, con lo cual invitaba a que La Habana concretara la disolución del matrimonio de la joven. Que al fin ocurrió en 1917, cuando el presidente Mario García Menocal aprobó la ley del divorcio, siendo Catalina Lasa la primera cubana beneficiada.
Tras consumarse el divorcio, regresan a la Habana, ansiosa ella por reencontrarse con sus hijos y su tierra. De Francia trajeron gustos y costumbres, al punto de mandarse a hacer este lecho de amor afrancesado que fuera residencia precursora de la modernidad en la Habana, decorada interiormente en estilo art decó, puesto de moda dos años antes en la Exposición de Artes Decorativas e Industriales Modernas de París.
Sin embargo, la salud de Catalina se dañó, y la felicidad de los recién casados fue más corta de lo esperado. Cuatro años después de aquel feliz día de su reencuentro con la sociedad habanera en su ilustre palacete, Juan Pedro se llevó a su esposa de vuelta a París, con el fin de contar con mejores médicos y recursos, pero…… la bella dama murió el 3 de diciembre de 1930.
Su cuerpo embalsamado regresó a la Habana y descansó para siempre en un lujoso panteón, que al costo de medio millón de pesos, hiciera construir su esposo en el mejor sector de la Necrópolis de Colón. Se dice que al morir él diez años más tarde, había dispuesto ser enterrado de pie a su lado, para custodiar el terno reposo de su bella Catalina.
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