Sergio observa las nubes, hace un estimado de la velocidad del viento, procura interpretar otras variables meteorológicas y finalmente pide adivinación a sus instintos… en gran medida su vida depende de esa rutina. Necesita saber cuándo es el mejor momento para salir a volar y dejar atrás la seguridad de tierra firme.
Descubrió el secreto para moverse por el aire y convertirse en una persona privilegiada pues surca los cielos, como las aves, y mira a la ciudad de Santiago de Cuba desde una perspectiva diferente. Es parapentista, especialidad aerodeportiva que más que tocar las nubes, llega a ser un modo de vida.
De lunes a viernes, Sergio Rodríguez Caballero es diseñador en la Editorial Oriente, pero los fines de semana se convierte en uno de los hijos dilectos del cielo. Toda la semana es presidente del club de parapente de Santiago de Cuba y soñador que imagina nuevos escenarios y proyectos de vuelo.
Vuelo libre se llama el deporte, y en Santiago de Cuba tiene una agrupación con nombre propio: Club Vuelo Santiago.
Los inicios de esa práctica en la llamada «tierra caliente» no se conocen claramente, pues los primeros vuelos los realizaron pilotos que llegaban a la provincia, exploraban la zona y se lanzaban desde alguna altura. Su historia está llena de páginas de vuelos furtivos que no quedaron registrados más que en la memoria de algunos y los detalles se deforman cada día más.
La pasión…
“No persuadimos a las personas para que se sumen a la actividad, quienes se incorporan es porque sienten pasión por el vuelo, a ellos les damos herramientas teóricas y prácticas para que lo hagan con un nivel de seguridad mínimo”, explica Sergio.
“Hay muchos que se acercan más bien movidos por un deseo de probarse a sí mismos o para simplemente mostrar que practican uno de los llamados «deportes extremos», para sacarse fotos y exhibirlas pero no los mueve un verdadero interés por el vuelo”.
Una idea nunca deja de estar en las palabras de Sergio: “no tenemos el interés de sentir riesgo como algunos creen, al contrario, procuramos la mayor seguridad posible, que no es lo mismo que hacerlo con un gran rendimiento deportivo, pues aquí el descuido puede ser mortal. En más de 15 años de práctica regular de parapente en Santiago de Cuba nunca hemos tenido que lamentar accidentes mortales”.
No tenemos el interés de sentir riesgo como algunos creen, al contrario, procuramos la mayor seguridad posible, que no es lo mismo que hacerlo con un gran rendimiento deportivo
El curso que reciben los aspirantes a formarse como piloto de parapente va desde conocer por qué vuela un ala, y las condiciones necesarias para que esta lo haga con seguridad, hasta aquellas habilidades que el piloto debe adquirir para prever o controlar situaciones potencialmente peligrosas. Enseñan, también, las maniobras elementales y cómo evitar los accidentes.
“Enseñamos cuestiones relacionadas con la meteorología, aerología, aerodinámica… en el curso constantemente procuramos enseñar la vinculación directa de todo eso con las propias maniobras de control del equipo” acota Sergio y añade que “en meteorología enseñamos los tipos de nubes, también cómo hacer un estimado de la velocidad del viento. Todo eso es importante hacerlo en cada vuelo, antes y durante el mismo”.
En su primer vuelo del curso elemental, el alumno es acompañado por un instructor, en un parapente de dos plazas diseñado para uso comercial y pedagógico. Se hacen varios de esta forma en donde el novato recibe indicaciones, y por instantes coge los mandos del equipo.
“El «soleo»–como se conoce en el mundo de la aviación al primer vuelo de un piloto completamente solo– se realiza con varios instructores guiándole desde tierra y condiciones meteorológicas tranquilas, además se utiliza un equipamiento especial, como son los radios de comunicación. Nosotros decimos en broma que es casi como volar por control remoto, porque hasta se les prohíbe comunicarse por radio a los alumnos, para que no desatiendan el control del parapente, solo pueden recibir instrucciones”.
Quienes vuelan en parapente son pilotos, desde el punto de vista práctico, teórico e institucional. El graduado de estos cursos de la Federación Cubana de Vuelo Libre, se le concede la licencia del Club de Aviación de Cuba que está categorizada en las Regulaciones Aeronáuticas Cubanas del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba (IACC) como un piloto de una categoría de aeronave determinada.
Este curso que hoy se imparte en todo el país se terminó de conformar en 2014 y es una creación de los miembros del club de parapente de Santiago de Cuba, que se generalizó a sus similares de la nación cuando la propuesta metodológica fue aprobada por la Comisión Técnica de la Federación Cubana de Vuelo Libre.
Tribulaciones…
Si bien en Cuba es habitual que todos los deportes sufran de carencia material, algunos como el boxeo o el béisbol al menos se alivian con la prioridad que el gobierno les da. Otros, como el vuelo libre –que no son de práctica masiva y exigen tecnologías costosas–, ven mantener su quehacer como un ejercicio de franco desafío a los designios del destino.
La actividad del parapente sobrevive en Santiago de Cuba –aunque suene cursi– gracias a la pasión de un grupo de personas. No hay otro calificativo y difícilmente tenga otra explicación.
“En la práctica cotidiana de la actividad es muy difícil, por ejemplo, que dos o más pilotos compartan un equipo. Como es, ante todo, un pasatiempo que se realiza en las horas libres, entonces puede suceder que en un mismo día ambos quieran usarlo. Esto, sin embargo, muchas veces no es posible pues lo habitual es que en una jornada solo hay oportunidad para realizar un vuelo”, explica Sergio.
El club de parapente de Santiago de Cuba anhela hoy, y necesita, una sede. Actualmente son entre 20 y 25 asociados, pero la solución a este problema no apunta a aumentar la cantidad de miembros. En teoría podría ser así una razón a considerar, pero ¿cómo hacer esto con la misma cantidad de equipos? Un callejón sin salida.
“Aumentar la cuota de cotización tampoco es una solución. Cotizamos en varias partes, una para la federación, y otra para el club provincial, dinero con el cual se le da condiciones a las áreas de despegue y aterrizaje, y otras pocas cosas más”, asegura Sergio.
El equipamiento elemental para volar posee varios componentes y no todos se venden al mismo tiempo. Lo más básico es el ala o parapente, la silla o arnés, y un paracaídas de emergencia que se conecta a la silla o queda incorporado a esta. Lleva otras cosas como el casco y equipos electrónicos que ayudan al vuelo.
“El ala, que es el pollo del arroz con pollo, cuando es nueva, moderna, de catálogo, en el mundo se puede comercializa entre dos mil y cuatro mil euros. En el mercado de segunda mano se desvalorizan bastante esas cifras, también gracias a la obsolescencia moral. Es ahí donde aprovechamos los parapentistas cubanos y, aunque pocas veces, hemos podido comprar algún equipamiento”, acota.
“¿Cómo hemos podido comprarlos? Hay pilotos visitantes y amigos extranjeros que saben de la precariedad de los cubanos para practicar ese deporte y de la pasión con que se hace porque somos capaces de apretarnos aún más los bolsillos para adquirir algunos equipos, y entonces nos venden los de ellos a precios muy baratos que, aunque para nosotros sigue siendo un precio muy alto, al menos es pagable”.
Explica Sergio que la otra vía para comprar es a través de internet en algunos sitios donde se comercializan equipos de segunda mano.
Cuando uno logra encontrar algo que es pagable, entonces comienza la otra parte de la historia: amigos que puedan comprar en el país donde se hace la venta, otros que reciban el dinero y hagan trasferencia electrónica de dinero a los primeros a través de agencias que no operan en Cuba y que son muy usadas para estas transacciones como Paypal, también con familiares que viajen y otros muchos más mecanismos que hacen que al final suba el precio inicial.
“Hasta el doble puede llegar a costar, es complejo, primero para adquirir el material y luego para traerlo, por esas razones uno tiene que buscar equipos devaluados por la obsolescencia moral pero que al mismo tiempo estén en buen estado de conservación, lo cual es difícil pues todo se hace a través de fotos y de mensajes de email o similares… y se han logrado algunas cosas así”.
La inmensa mayoría de los equipos del club santiaguero de parapente han sido donados al grupo como tal o individualmente a algunos de sus asociados y a través de la Federación Cubana de Vuelo Libre. Pero algunos miembros han llegado a pagar 200 CUC, o más por un ala.
“Las donaciones a nivel de institución son escasas, llegan pero casi como distribuyendo panes y peces la dirección de la Federación las va administrando de manera tal que le llegue un poquito a cada club.
Una de las formas de distribuir esos equipos de donación es a través de un evento que ya lleva varias ediciones y es patrocinado y organizado, junto con el club anfitrión, por un piloto alemán que se ha solidarizado de manera especial con la causa del vuelo libre en Cuba. Este evento se ha llamado «Encuentro Amistoso» y se ha venido realizando cada dos años desde el 2005.
“Es una competencia poco habitual, más bien de habilidades elementales, que solo persigue establecer una diferenciación entre los participantes, para que entonces cada club o piloto individualmente, según orden de premiación, pueda escoger su premio en una lista de equipos donados”.
La actividad del parapente se mantiene, básicamente, con muchos deseos, mucho corazón y, sobre todo, ganas de hacerla.
Boniato, ideal para el parapente en Santiago de Cuba
Para practicar parapente, el área de despegue debe tener cierta inclinación, ni mucha ni poca, también debe poseer un tamaño adecuado, por lo menos para desplegar un ala completamente, pero lo más importante es la orientación que debe tener la montaña con respecto a los vientos dominantes en el lugar y las potencialidades para la convección térmica.
“La orientación debe ser tal que los vientos incidan contra ella la mayor parte del tiempo o de manera más o menos previsible. En Santiago de Cuba, en la cordillera de Boniato, funciona muy bien el llamado sistema de brisas marinas, que tiene una orientación perfecta y funciona casi como un reloj.
“Por eso este sitio es de los más usados y con mejores condiciones en el país, además de tener un buen acceso por carretera, transporte público hasta la cima, que siempre corre por el bolsillo de los asociados”.
“Existen varias maneras de practicar este deporte. La más común es volar los fines de semana en una zona habitual, lo más cercana al lugar de residencia y dentro de un área más o menos constante. Se les llama a los que practican de este modo pilotos domingueros. Otra modalidad es la acrobacia que no se realiza en Cuba regularmente porque demanda equipamiento en muy buen estado y los de donación o de segunda mano no son buenos para esto”, asegura Sergio.
“Una tercera modalidad es la competencia que es básicamente como una regata de barcos de vela: se trata de recorrer un circuito predeterminado en el menor tiempo posible. Esta es la que se usa en los campeonatos nacionales de parapente cuyas ediciones de 2012, 2014 y 2016 se realizaron en Santiago de Cuba.
“Otra modalidad es el vuelo de distancia o cross country, que en Cuba es difícil pues chocamos con la restricción del uso del espacio aéreo. El parapente, deporte de aventura al fin, tiene eso de buscar nuevas locaciones, nuevos escenarios que permitan abrir rutas o realizar vuelos largos que son un verdadero reto y gran atractivo para muchos practicantes. El vuelo de competencia y el de cross country son particularmente exigentes desde el punto de vista técnico y quienes lo realizan son pilotos con elevada experiencia y habilidades en el vuelo bajo condiciones difíciles”.
“El vuelo comercial con equipos de dos plazas (piloto más pasajero) es otra modalidad donde existe un profesional asalariado que ofrece sus servicios a un cliente que pague.
"La Federación Cubana de Vuelo Libre en el país completo está abogando por incluir esta práctica como una manera de hacer ingresos para comprar equipos, financiar eventos… se está tratando de echar a andar pero hay varias dificultades burocráticas que esperamos se resuelvan”.
Un vuelo en parapente, en Santiago de Cuba o cualquier distante punto de la geografía nacional, nunca es algo sencillo ni fácil. Conlleva sacrificio, pero no uno de un momento o un rato, sino de años, una pesada carga que deja de serlo cuando se realiza con entrega y amor. Esa es la filosofía de vida de los parapentistas cubanos.
Detrás de cada vuelo están, en ocasiones, las preocupaciones e, incluso, incomprensiones de la familia, porque es un deporte de aventura que requiere invertir mucho tiempo y correr riesgos. Pero también se acompaña de la emoción de equipararse con las aves, llegar a trepar miles de metros de altura sin el uso de motor, solo usando las corrientes de aire, enfrentando turbulencias, maniobrando convenientemente, aterrizar a decenas de kilómetros de distancia del punto de despegue.
“El sueño que tenemos muchos parapentistas cubanos es poder volar 100 kilómetros, que nunca se ha logrado por restricciones en el uso del espacio aéreo, pero creemos que es técnicamente posible y se están haciendo gestiones para lograrlo”.
Terminar una jornada de vuelo se celebra a veces con cervezas y, en ocasiones muy especiales, con un «puercopente» (el típico puerco asado en púa) o simplemente con una humilde caldosa.
En estas ocasiones se comentan las peripecias del vuelo, los momentos difíciles y también los más placenteros. Es también una forma de transmitir experiencia a los novatos y de aprender entre todos.
Aunque realmente cada uno de los pilotos santiagueros tiene su propia forma de agradecer la feliz hazaña que es practicar parapente en Cuba.
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