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En fecha reciente el policiaco televisivo cubano Tras la huella, que sale al aire los domingos en la noche por Cubavisión, ha tomado un nuevo aire en tanto ha tocado temas más actuales, y de un modo más verista, aunque todavía se mantiene la aureola casi santificadora sobre los policías e investigadores, mientras los delincuentes son malvados, sin matices, y las escenas de acción distan de la agilidad y el credibilidad necesarias.
Una de sus últimas ediciones abordó el tema del mercado negro, que se concentra en obras de arte de carácter patrimonial, en tanto la trama presentaba el caso de unos cuadros del pintor Fidelio Ponce, que fueron extraídos del Museo provincial de Matanzas, y estaban siendo vendidos a intermediarios cubanos de clientes extranjeros.
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Por detrás de la trama, en la cual triunfará ineludiblemente la legalidad y la perspicacia de las fuerzas policiales cubanas, se percibía el muy precario sistema de seguridad, e incluso descuido, con que se almacenan las obras, así como la connivencia de algunas personas del Museo, que se prestan al delito con tal de favorecer, tal vez, sus mínimos ingresos.
En la trama, afloraba también un mundo subterráneo de traficantes y ladrones, entre los cuales había personajes de cualquier raza, edad e inclinación sexual, desde señoras mayores muy indignas, y homosexuales o bisexuales aficionados al gran arte, hasta jóvenes conocedores de la historia del arte, además de marginales de toda suerte y color.
Como en otros programas de Tras la huella, los mayores culpables de todos los delitos son los cubanos con posibilidades de viajar, que son los que sacan del país lo que está prohibido, o importan en la Isla lo inadmisible según las leyes cubanas. Quizas se intenta justificar, tácitamente, las tremendas demoras y la ineficiencia en el manejo del equipaje del Aeropuerto Internacional. Quienes hayan visto Tras la huella deberán suponer que los aduaneros y encargados de equipajes están detectando ilegalidades entre los virtuales sospechosos que parecen ser todos los cubanos con posibilidades de salir y entrar en el país.
De todas formas, y paulatinamente, Tras la huella viene cambiando, y comienza a parecerse un poco más a la realidad, aunque permanezca como evidente, demasiado evidente, la propaganda a las virtudes y habilidades de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR).
Y aunque el mal de muchos resulta consuelo de tontos, valga decir que las más más famosas teleseries norteamericanas, estilo CSI, por ejemplo, operan con el mismo nivel de propaganda, más o menos sutil, respecto a las fuerzas policiales cuya función debe ser, en todas partes, servir y proteger a los ciudadanos. Solo que los guionistas norteamericanos son mucho más hábiles y experimentados que los cubanos a la hora de convertir en héroes plausibles, de carne y hueso, a los hombres y mujeres que trabajan por la legalidad y la justicia.
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