La leyenda siempre viva de Bartolomé Maximiliano Moré Gutiérrez
Por Joel del Río, La Habana 19 de Marzo 2016
La eterna frescura de la música y la supervivencia del mito de Benny Moré como uno de los más grandes artistas que ha dado Cuba, se puede explicar de varias maneras. Musicológicamente, pudiera decirse que hacía gala de una afinación absoluta, con una fluida voz de tenor que coloreaba y fraseaba con notable expresividad.
En términos más nacionalistas, debiéramos agregar que se adueñó de todos los principales ritmos de la música cubana. El son montuno con Santa Isabel de las Lajas y Qué bueno baila usted, el mambo con Bonito y sabroso, el bolero con Dolor y perdón o Mi amor fugaz, o el son montuno con Mata siguaraya.
Sociológicamente, en el imaginario colectivo, Benny representa el cubano gozador, hedonista, que va a triunfar en casi todo lo que emprenda por su simpatía natural, carisma, y pasión.
Nacido en Santa Isabel de las Lajas, el 24 de agosto de 1919, y fallecido a causa de la cirrosis hepática, en La Habana, el 19 de febrero de 1963, el también llamado Bárbaro del Ritmo o Sonero Mayor, se fue demasiado pronto, y un pueblo entero lloró su partida, como quedó eternizado en las poderosas imágenes de Santiago Álvarez para un Noticiero ICAIC Latinoamericano de 1963.
Más de medio después, la leyenda y el mito insisten en recomponer la historia del niño que fabricó con seis años su primer instrumento musical; con 17 abandonaba su Cienfuegos querido y se trasladaba a La Habana, donde vendía frutas para tratar de comprarse una guitarra decente; y con alrededor de 20 años ya había ganado en la Corte Suprema del Arte, debutaba en la Mil Diez con el Cuarteto Cuato, y sustituyó nada menos que a Miguel Matamoros en el célebre Trío Matamoros.
En 1945 Benny viajó con el Conjunto Matamoros a México, donde grabó algunos de los primeros éxitos como Me voy pal pueblo, con la Orquesta de Mariano Mercerón, y Pachito Eché o María Cristina, con el rey del mambo, Dámaso Pérez Prado. A pesar de ser una estrella en México, Panamá, Colombia, y Puerto Rico, en Cuba apenas lo conocía alguien, pero en 1950 regresó y se anotó su primer éxito: Bonito y sabroso. Luego, fue contratado por Radio Progreso para actuar con la orquesta de Ernesto Duarte, compositor del célebre bolero Cómo fue.
Pero Benny Moré quería llegar más lejos: estaba ansioso de tener su propia orquesta, para adaptar a la música cubana el sonido del jazz band norteamericano. La primera actuación de la Banda Gigante, compuesta por más de 40 músicos, tuvo lugar en la emisora CMQ, y entre 1954 y 1957 se hicieron inmensamente populares en Cuba (donde actuaron en televisión, emisoras de radio y en las más célebres salas de baile, como La Tropical y La Sierra), y la fama alcanzó Venezuela, Colombia, Panamá, México y Estados Unidos.
Al triunfo de la Revolución, Benny fue de los pocos artistas que permanecieron en la Isla, donde su figura y su legado se agigantaron con el paso del tiempo. Primero, su figura de mulato alto y flaco, con su saco demasiado largo, su eterno bastón, el bigotico de moda en esa época, y sus pantalones de batahola, adquirió dimensión monumental en los discos y en las victrolas, en los quinescopios de la vieja televisión, y sobre todo en el fotorreportaje de la francesa Agnes Varda titulado Saludos, cubanos.
Porque en ese mismo año de 1963, cuando su imagen llegó al cine documental cubano y extranjero, Benny Moré entraba en la dimensión de la leyenda, una de las leyendas más queridas de la historia de la cultura cubana en tanto aparece certificada con la imagen y la música del creador más versátil e intuitivo que ha dado la música cubana.
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