El lenguaje humano es la tecnología sin la cual no existirían ciencia ni cultura. A su vez, cada pueblo hace del lenguaje un patrimonio muy propio, entrañable, tanto que en algunos aspectos puede volverse indescifrable para otros pueblos.
Eso lo comprobamos los cubanos cuando emigramos, incluso a países hispanohablantes. Si queremos adecuarnos a un entorno donde somos minoría, tenemos que asumir las mismas palabras que conocíamos pero ahora con el sentido que la mayoría les da, o incorporar nuevas, incluidas las ‘malas’ palabras. A lo que en Cuba acostumbrabas llamarle ‘pinga’, ‘tranca’, ‘chocho’ o ‘tota’, en España un buen día te sorprendes a ti mismo llamándoles ‘polla’, ‘coño’ o ‘higo’.
Cambiar de ‘rabo’, ‘morronga’, ‘chocha’ y ‘bacalao’ a ‘nabo’ y ‘coño’ tampoco plantea un conflicto de identidad nacional ni sexual; por el contrario, ganas y contrastas vocabularios, alternas códigos, comparas la lengua que hablabas antes con la que hablas ahora.
Ese cambio de chip te permite constatar, por ejemplo, como nuestras autóctonas ‘malas’ palabras sexuales conforman un divertido patrimonio lingüístico de cuya riqueza y creatividad podemos presumir, además de disfrutar, claro.
‘Pisar’, ‘quimbar’, ‘dar cabilla’, ‘dar o empujar la tranca’, ‘moler’, ‘templar’, ‘entollar’, entre otras, vienen de un repertorio mucho mayor, enigmático pero fascinante, detrás del cual se agazapan el temor, el afecto, el deseo, el decoro, el humor y hasta la violencia.
A veces tampoco hace falta conocer el origen exacto de cada ‘mala’ palabra: algunas ya son metáforas muy gráficas de lo que representan. Otras veces ocurre que para explicarse su uso hay que recurrir a lecturas y bibliotecas.
Es lo que sucede con un clásico de las ‘malas’ palabras cubanas, ‘singar’ (y de todos sus derivados, ‘singá’, ‘singao’, ‘singadera’, ‘singón’, ‘singona’): proviene de un argot marinero muy habitual en una Habana todavía muy marinera de la época de la Flota de Indias, por cuyas calles pululaban negras y mulatas, esclavas o libertas, que daban abasto sexual a una población mayoritariamente masculina y extranjera de paso durante sus travesías navieras por América.
Otro de los clásicos indiscutibles de las ‘malas’ palabras cubanas es ‘pinga’, sobre todo por la riqueza de matices que aportan sus derivados que exceden lo sexual: ‘pingón’, ‘pingúo’, ‘empingue’, ‘de pinga’, ‘pa la pinga’, ‘ni pinga’, ‘pinguero’, ‘pingonazo’. El origen de su uso es incierto, al margen de hipótesis más o menos veraces.
Pero más allá del universo ‘pinga’, existen otros modos en los que nuestra cultura (machista) refiere bastante más al pene que a la vulva, por ejemplo, en la cancionística cubana, con metáforas como ‘yuca’, ‘plátano’ o ‘malanga’ a partir de las similitudes fálicas de algunas frutas y viandas con el miembro viril.
Pero ¿acaso esta tradicional consonancia entre frutas y genitales en nuestra cultura explica ese otro clásico de las ‘malas’ palabras en nuestro argot sexual como lo es ‘papaya’?
¿Por qué ‘papaya’ es una de las ‘metáforas’ más usadas en Cuba para referirse a la vulva?
No faltarán quienes aseguren que la mitad interna de una fruta bomba cortada longitudinalmente recuerda una vulva; o que la textura y coloración rosácea de su masa evocan la carnalidad del genital femenino o la fertilidad tropical; o por la condición ‘comestible’ de ambas, o por la sonoridad de su palabra que repite una misma vocal abierta (a) y se presta a una pronunciación relajada y sensual.
Siento aguarles la fiesta a quienes hayan manejado algunas de estas hipótesis, pero según Manuel Moreno Fraginals no es ninguna de estas razones, sino incluso una muy opuesta a todas ellas.
La baja natalidad entre las esclavas en plantaciones del occidente de Cuba en el siglo XIX se debía a premeditadas prácticas abortivas con pócimas de savia y hojas de papaya durante los embarazos, abortos tan frecuentes que el término ‘papaya’ pasó a ser sinónimo de vulva. Documentos de los ingenios revelan que cerca del 40 % de sus esclavas tenían el útero caído, siendo posible que esto y otras enfermedades uterinas se debieran a los numerosos abortos y al esfuerzo físico.
Siempre se ha sabido popularmente, aunque sin pruebas científicas concluyentes, que el consumo diario de varias papayas durante el embarazo conlleva riesgo de aborto, sobre todo en fruta bombas no maduras por contener en alto grado la enzima papaína, que debilita las membranas necesarias para la supervivencia del feto. También que las raíces y el extracto de sus semillas en altas dosis interrumpen el crecimiento y desarrollo del feto, estimulan la contracción uterina e inducen al aborto.
Pero que no cunda el pánico: la papaya sigue siendo una de nuestras frutas más seguras y sabrosas siempre y cuando sea parte de una dieta normal. De hecho se le reconocen otros beneficios saludables como antioxidante, cicatrizante, anticancerígena, y para el tratamiento del virus del papiloma, de la hiperglucemia, parásitos intestinales, resfriados e indigestiones.
Además, tampoco dejemos que las puntualizaciones históricas de Moreno Fraginals nos amargue la sabrosa pronunciación de esta palabra y sus derivados para describir uno de los ingredientes de nuestra cubanía lingüística más sensual: ‘papaya’, ‘papayúa’, ‘papayón’, ‘papayona’…
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