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La historia del palacio endemoniado de Trinidad

Según la leyenda, desconfiado por la traición familiar, el marqués de Guáimaro decidió enterrar su fortuna en botijas llenas de onzas de oro por distintos lugares de sus propiedades rurales y urbanas, entierros en los que siempre terminaba asesinando a los dos esclavos que cavaban la fosa y a los que se encargaba de sepultar junto al dinero para preservar así el secreto del lugar.

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Palacio Borrell en Trinidad Foto © Ecured

Este artículo es de hace 7 años

La familia Borrell, de origen catalán, se estableció en Trinidad y fue de las grandes fortunas que colocaron a esta ciudad entre las tres primeras de Cuba del siglo XIX.

José Mariano Borrell y Padrón (1767-1830) fundó el ingenio Guáimaro, uno de los colosos del Valle de los ingenios, ya casi demolido en 1913 pero con el que alcanzó la zafra más alta del mundo en su época y con cuyo beneficio construyó el hoy conocido Palacio de Cantero.

A su muerte, le hereda su segundo hijo, Mariano Borrell y Lemus, marqués de Guáimaro, quien hacia el año 1850 compró y convirtió en su palacete familiar el Palacio Borrell, contratando para la decoración interior al célebre arquitecto, decorador y pintor italiano Daniel Dall Aglio.

Los salones fueron de los más bellos del país, cubiertos con pinturas murales del piso al techo con temas románticos y neoclásicos y cuyo acabado, a partir de pigmentos que hoy aún resultan un misterio para los restauradores, se conservan junto a arcos y escalinatas.

Cuenta la leyenda que en uno de los aposentos del Palacio el marqués mandó a pintar un diablo. Al morir, sus descendientes se dieron a la tarea de pintar la pared una y otra vez para eliminar la figura del demonio, pero infructuosamente, pues una y otra vez la imagen diabólica volvía a salir a la superficie.

Se decía que Borrell tenía un pacto con el Diablo y por eso había mandado a pintarlo y la figura no desaparecía. Antiguamente se oían sonidos de cadenas arrastradas y la gente temía pasar por allí de noche. Todo terminó cuando derribaron la pared.

Un día, mientras el marqués montaba a caballo por su ingenio, un esclavo le disparó 5 veces, pero ninguna en órganos vitales. El marqués disparó al esclavo en una rodilla, lo redujo y lo llevó consigo a Trinidad donde, delante de testigos, lo obligó a confesar que su esposa y su primogénito Federico Eduardo le habían pagado para que lo mataran. Al enterarse, Borrell deshereda a uno y manda encarcelar a la otra.

Según la leyenda, desconfiado por la traición familiar, el marqués de Guáimaro decidió enterrar su fortuna en botijas llenas de onzas de oro por distintos lugares de sus propiedades rurales y urbanas, entierros en los que siempre terminaba asesinando a los dos esclavos que cavaban la fosa y a los que se encargaba de sepultar junto al dinero para preservar así el secreto del lugar.

La cuestionable veracidad de esta anécdota puede estar motivada por la envidia que despertaba su riqueza, una fortuna que se dice ascendía en 1850 a cinco millones de pesos oro.

La leyenda cobró auge a fines de los años 20s con el presunto desentierro de una botija en la cocina de los esclavos de Don Mariano, en una casa de piso de ladrillos y ventanas de balaustres de madera contigua a su vivienda. La leyenda continúa viva y aún hoy en Trinidad hay quienes piensan que ese tesoro existe y sigue disperso sin desenterrar.

Paradójicamente en su testamento legó muchos beneficios a varios esclavos por su fidelidad. Al momento de testar el marqués tenía cerca de medio millón de pesos en préstamos a sus parientes y amigos, aunque también había invertido en negocios para incrementar su fortuna.

En su testamento, el marqués de Guáimaro consigna acciones del Ferrocarril del puerto de Casilda a Trinidad por 25 mil pesos y nombra a personas que le adeudan cantidades elevadas de dinero.

De dicho testamento quizás lo más interesante sea su cláusula vigésima, donde declara que su esposa fue la persona que el sábado 16 de febrero de 1861 le mandó a asesinar de un tiro de arma de fuego de la que milagrosamente escapó con cinco heridas en el pecho y brazo izquierdo.

Dicha cláusula prohíbe que sus hijos, durante la minoría de edad, vayan con su madre, pues temía que esta los asesinase para heredarlos.

Como última voluntad solicita que algunos de sus esclavos con sus hijos queden libres del cautiverio y servidumbre.

De la cláusula vigésimo cuarta a la vigésimo octava deja varias sumas de dinero a la mulata libre Beatriz y a sus dos hermanos, Consolación de la Caridad y Evaristo, así como a la mulata libre María de los Santos, a la mulatita Brígida y a los parditos José del Carmen y Facundo, así como a Domingo.

Mariano Borrell y Lemus, marqués de Guáimaro, murió joven, a los 51 años, sin saber durante cuánto tiempo, entre los sólidos muros del Antiguo Cuartel de Dragones, hoy Academia de Artes de Trinidad, estuvo presa su esposa Doña María Concepción Villafaña, marquesa de Guáimaro, por causa de su responsabilidad en el atentado contra él.

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