¡Miren que ha pasado el tiempo! Finales de los 90 del pasado siglo y primera década del 2000; y sin embargo, cada vez que entro al Centro de Entrenamiento de Alto Rendimiento Cerro Pelado en la capital cubana, específicamente a la cancha donde entrena el básquet, recuerdo a aquella espigada joven mulata de rostro aniñado y hermoso.
Se trata de una de las mejores basquebolistas cubanas de aquellos años en los que todavía el nombre de Cuba sonaba al máximo nivel, pues de los años 1991 y 92 quedaba poco pero aún se luchaba bravíamente en los tabloncillos del mundo.
Debajo del aro lograba rebote tras rebote, lo que la hizo integrar por varios años la selección nacional.
Hablamos de Lisdeivis Víctores.
“Siempre fui muy comunicativa, nadie me caía mal, tenía muchas y muy buenas amistades. Me gusta la paz aunque cuando enfurezco, cuando pierdo la calma, parezco una fiera. Me honra ser amiga de grandes del baloncesto cubano como doña Leonor Borrel, más que amiga, mi ídolo, mi hermana, mi madre, mi todo; Lissette Castillo a la que tú, Julita, bautizaste como la Ardilla, que es más que hermana, confidente, consejera; Yudith Águila, Tania Seino, Milayda Enriquez integran ese grupito íntimo, familiar que siempre nos caracterizó.
“Soy de la actual provincia de Artemisa, aunque nací en el hospital de Guanajay el 2 de julio de 1974. Me gradué en Licenciatura en Cultura Física y Deportes.
“Dedico mis mejores recuerdos al entrenador que me inició en el deporte de las cestas, Gabriel Felipe (Felizpollo), quien junto al profesor Mario me inculcaron el amor a esta disciplina. También de aquellos primeros momentos recuerdo a Juanito, Fifo, el profe Peraza, quien me descubrió. Ya en el alto rendimiento, estuvo Rigoberto Chávez, maravillosa persona que me trataba como a una hija y me traspasaba mucha confianza. Era alguien en quien podía confiar, pues tras la salida de Manuel Pérez, el Gallego, bebí muchos buches amargos. No quiero nombrar a nadie y menos proferir ofensas pero muchas veces me sentí humillada. Eso me dolía más que mi rodilla operada. Tampoco puedo dejar de mencionar al Yayo, un gran maestro.”
En el equipo Cuba jugaba como ala pivot o cuatro, y pienso que Lisdeivis podía haber sido más utilizada. No olvido los Mundiales de Alemania 98 y China 2002, que agradezco haber compartido con ella. Su voz se dejaba oír por encima de las demás y era una guía, un ejemplo, tanto en el juego como en las arduas y continuas sesiones de entrenamiento.
Sin embargo, con apenas 29 años, la jefatura de la preselección cubana dejó de tener la mirada puesta en la “Lisvo”.
“Con aquella edad fui prácticamente desechada, y fue entonces que decidí marchar. Es difícil, sobre todo cuando amas a tu familia. Todas las separaciones son difíciles pero siempre agradeceré a mis padres por su apoyo, tanto para entrar a jugar desde mi más temprana edad como para dar 'el salto'. Les agradezco haber contribuido a mi formación como ser humano, por los principios que tengo”.
Lisdeivis Víctores juega en Brasil desde mayo del 2004, cinco años con el club de Unimed Castor Ourinhos.
“Desahuciada en Cuba, jugar en el Gigante Sudamericano fue una aventura increíble, importante, emocionante. Nuestros países siempre fueron duros rivales en lides internacionales. Las Hortensia, Paula, Janeth nos hacían bien difícil alcanzar una victoria sobre la cancha.¡Y venir yo a jugar aquí!
“Desde que llegué me convirtieron en pívot, o sea, cinco, y me consagré en esa posición en la que, según los técnicos, poseo los fundamentos clásicos para desempeñarme. Y eso que todo el tiempo he arrastrado una dolencia en una de mis piernas, pero supe imponerme a mí misma y mírame lo feliz que soy.
“Abandoné el equipo y llegué a una agencia de viaje para cambiar dólares por la moneda brasileña. Allí conocí a varias personas y en menos de cinco minutos ya era amiga de todos. Les confesé mi decisión de quedarme allí y entre el español y el portugués logré convencerlos para que me ayudaran. Yo solo lloraba y ellos me preguntaban si mis padres lo sabían. Me refugié en casa de unos simpatizantes de Fidel y me sentí como en casa. Sé que me la jugué. Podían haber sido malas personas y exponerme a males mayores, pero me arriesgué. La vida es un riesgo constante.
“Empecé a rezar y soy una ferviente creyente en Dios que colocó esas buenas y muy humildes personas en mi camino. Me ayudaron sin tener en cuenta el color de mi piel, no siendo brasileña, sin conocer mi carácter. Me recibieron en su hogar y me ayudaron incondicionalmente. Si no fuera por eso, hoy no te estaría contando esta historia, pues mi idea era tomar un ómnibus hacia Sao Paulo y allí esconderme donde fuera, a expensas de caer en malas manos. Yo estaba sin pasaporte (lo recogen los jefes de la delegación); sin Dios nada hubiera podido hacer. Era solamente una menina (niña) como dicen aquí, que quería jugar baloncesto, tener otra oportunidad, ya que me habían informado que a mi regreso a La Habana iba a pasar al retiro.
“Desde entonces, mi vida ha sido feliz, realizada. Compré mi casa, mi carro. Gané cinco años consecutivos el Campeonato de Clubes siendo la jugadoras más destacada, en un país como éste en que el básquet, sea varonil o femenino, es pasión.
“¿Quién dice que siempre no hay un recomienzo?”
Para Lisdeivis Brasil ha sido una verdadera escuela.
“Me fui adaptando poco a poco a su cultura, a la forma de ser del brasileño (muy parecida a la del cubano). He sido muy reconocida, incluso más que en mi país, por lo que estoy muy agradecida. Es cierto que superé mis propias expectativas, fui más allá.
“Cuando empecé en el básquet brasileño y comencé a sobresalir, había una muchacha de otro equipo que, cada vez que nos enfrentábamos, me sacaba de mis casillas. La ponían sólo para desequilibrarme. Un día, al tirar el balón al aire el árbitro principal, dando como iniciado el partido, yo me puse en posición de una boxeadora en un ring y aquello se cayó de la risa. Hasta ella se rió y luego me ofreció disculpas. Yo pensaba rápido, sabía salir de las situaciones adversas.”
Ahora pretende la cubana convertirse en una buena entrenadora.
Con apenas cinco años dirigiendo, condujo a su equipo al primer lugar del Campeonato Brasileño, pero la Víctores quiere más.
“Todo está en lo que una se propone. Nunca olvidaré a aquellos mis primeros entrenadores que tuvieron confianza en mí, y es que siempre voy a extrañar a mis profesores, compañeros, dirigentes del básquet. No guardo rencor alguno pero les demostré que estaban equivocados. Les deseo lo mejor a todos, y cada vez que puedo, ayudo a mis compañeras, como ayudo a un grupo de abuelos, sin cobrar un céntimo, a recobrar su salud mediante el ejercicio físico. Lo hago porque me gusta ayudar como lo hicieron conmigo”.
Lisdeivis Víctores siempre fue una mujer muy femenina, muy coqueta, sencillamente, bella. Y en tal sentido manifiesta sus preferencias por vestir y calzar a la moda.
Sin embargo, dados sus grandes pies y sus lesiones, no puede optar por los zapatos que realmente le gustan, los tacones. No puede maquillarse todo lo que quisiera pues hace alergias a los cosméticos.
“Pero mis gustos por los perfumes, cremas y carteras, esos no me los quita nadie. Amo el Jean Paul Gautier y el Dadidoff, y las carteras Víctor Hugo. Tengo perfumes, cremas y jabones para cada ocasión”, confiesa.
Con respecto al tema del básquet comenta: “El baloncesto cubano se ha quedado a la zaga en relación con otros países no sólo del mundo sino del continente. Todas las mujeres altas las capta el voleibol. Es necesario sentarse y analizar un proyecto que realmente las motive. Ayudaría mucho los campeonatos de base. No todo es viajar internacionalmente”.
Ante la pregunta de cuál sería para ella el equipo Cuba ideal, el “equipo de todos los tiempos”, responde: “Lissette Castillo, Margarita Skett, Regla Hernández, Beatriz Perdomo, Dalia Henry, Ana Gloria Hernández, María Elena León, doña Leonor Borrel, Yamilé Martínez, Caridad Despaigne, Bárbara Becker y Milayda Enrique.”
Y a esta acertada nómina solo cabría añadir a ella misma: Lisdeivis Víctores.
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