En entrevista para el sitio web del INDER, el Comisionado Nacional de Boxeo, Alberto Puig, explicó los detalles referentes a la sanción que recibió el mes pasado Lázaro Álvarez, a raíz de que el boxeador cambiara el color de su pelo.
Además de aclarar el caso, Puig reconoció el error de que no se dieran a conocer públicamente en su momento los detalles relacionados con la sanción: “La intención fue siempre preservar la imagen pública del atleta, de ahí que no suministráramos los detalles señalados ahora, fórmula que reconocemos errónea, y por tanto necesitada de no repetirse”.
Suspender atletas por indisciplina, remover a directivos de sus puestos, hacer cambios en las estructuras de los eventos nacionales, y toda clase de decisiones relacionadas con el funcionamiento del deporte, sus técnicos y atletas, se toman en Cuba a puertas cerradas y se dan a conocer sin más explicaciones.
La prensa, los aficionados y los mismos atletas y técnicos afectados, insatisfechos por desconocer los secretos motivos que alientan los cambios dentro del deporte, descontentos por la falta de transparencia del sistema, generan toda clase de especulaciones al respecto que corroen su confianza en quienes toman estas decisiones, muchas veces gente sin rostro.
Algo así ocurrió en el caso del boxeador Lázaro Álvarez, quien fue sancionado de un día para otro sin que mediaran explicaciones. Rápidamente se activó el espontáneo sistema especulativo que funciona dentro de la población cubana, uno de los pocos que son reamente eficientes en la isla, que nació como respuesta popular al secretismo institucional practicado durante décadas. Las especulaciones sobre el caso dedujeron que la sanción se debía a que el boxeador se había teñido el pelo e inevitablemente se generó el escándalo.
“La sanción de seis meses alejado de competiciones dentro y fuera del país”, reveló el funcionario Alberto Puig, “aplicada a Lázaro Álvarez por la Comisión Disciplinaria de la Escuela Superior de Formación de Atletas de Alto Rendimiento Cerro Pelado, no respondió a la decisión de cambiar el color de su pelo, sino a la forma en que reaccionó al señalamiento realizado por ese acto, violatorio del reglamento vigente en la institución. Eso se tradujo en desobediencia y la adopción de una postura negativa e irrespetuosa hacia el entrenador jefe de la selección nacional, Rolando Acebal, la dirección del centro y la comisión del deporte en su provincia, Pinar del Río. Los detalles sobre ese comportamiento y la medida adoptada fueron informados de inmediato al comisionado provincial”.
Precisamente, y según se supo extraoficialmente, la Comisión de Boxeo de Pinar del Río fue la primera que se rebeló, cuando Lázaro Álvarez fue excluido de la selección de los mejores atletas de Cuba como consecuencia de la sanción. En contra de esta decisión nacional, la comisión pinareña lo premió entre los mejores atletas de la provincia.
“La dirección de deportes en Pinar del Río de elegirlo entre los mejores atletas de la provincia, pese a la falta que le había excluido de los candidatos a los mejores del país, motivó que la vicepresidencia de actividades deportivas del INDER y la comisión nacional sostuvieran un encuentro con las autoridades deportivas de ese territorio para enfatizar en lo erróneo de ese paso”, dijo Puig, quien no dijo si esto supuso sanciones para la sublevada Comisión pinareña.
Sin embargo, lo “erróneo de ese paso” se debe probablemente al mismo secretismo, que convierte en víctimas igualmente a los aficionados que a las comisiones provinciales o a cualquier nivel institucional distante y ajena a la cima de la pirámide de mando.
Según Puig, no se dio la información oportuna para proteger la imagen del boxeador, aunque cabe preguntarse si en realidad lo que se estaba tratando de proteger era al INDER, una institución capaz de sancionar a un deportista que se molesta porque lo regañen por teñirse el pelo.
Sin embargo, demasiados ejemplos de nuestra cotidianidad nos demuestran a diario que nada daña más como el secretismo y la falta de transparencia de las instituciones, como dice el autocrítico Alberto Puig, “fórmula que reconocemos errónea, y por tanto necesitada de no repetirse”.
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