El (des)encanto de Cayo Granma

Se dice que en el punto más elevado del islote se encuentra la única imagen de San Rafael en el país, resguardada en una ermita, y que es considerado por los creyentes el médico divino y también una protección para el viajero. A sus pies depositan los pescadores sus mejores capturas y también los deseos de tiempos de bonanza y prosperidad. En él se sintetiza la fe colectiva de los habitantes de este terruño.

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Este artículo es de hace 7 años

Cayo Granma tiene el atractivo del pueblo marinero, tranquilo y pequeño. Por sus estrechos senderos –enlajado el principal–, que ni llegan a ser calles y algunos ni han olido el pavimento, no circulan carros, ni motores y tampoco bicicletas. Lo que es imposible obtener en otros parajes, aquí lo consigues gratis y en abundancia: tranquilidad y silencio en cantidades industriales.

De sus dimensiones, dos kilómetros cuadrados aproximadamente, hablan los habitantes de forma jocosa: “atraviesas de un lado al otro en un bostezo”, “cuando empiezas una historia, antes de terminarla, llegas a cualquiera de sus orillas”, “si gritas cuando haces el amor, la isla completa se entera”, “un chisme aquí involucra hasta un análisis con el CDR”, “con un ventilador de esos que se llaman «ciclón», se refresca todo el mundo”…

Foto: José Roberto Loo Vázquez/CiberCuba

Y ciertamente es interminablemente diminuto, también es increíblemente atractivo y enternecedor, en especial las imágenes de la cotidianidad, sin dudas sus mayores atractivos.

Los niños, en trusa, piden chocolates a los visitantes, se lanzan al mar desde cualquier muelle y juegan en la arena, entre los escombros de las olvidadas huellas del huracán Sandy; mientras, sus padres, saludan a todos con la misma ingenuidad del campesino de intrincadas montañas y los abuelos lanzan el anzuelo para capturar la próxima víctima de sus interminables relatos de alta mar.

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En esta pequeña comunidad, que ni parece ser de la ciudad de Santiago de Cuba, casi no hay rejas en las ventanas de las casas, tampoco en los portales y son hogares de puertas abiertas; los lugareños les recuerdan a los visitantes, a diario, por qué la urbe tiene la nacionalmente gana fama de ser una tierra hospitalaria: no te conocen, y sin tener uno la pinta típica del turista, te ofrecen un plato de comida, de pescado o mariscos, como si se tratara de un vaso con agua. Eso es algo único, casi extinto en el resto de la urbe. Aunque claro, hay quien cobra en ambas monedas.

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Cayo Granma es para quienes peinan canas un sitio paradisíaco pues aprecian el aire de mar como el mejor bálsamo para los dolores y demás achaques. Algunos aquí nacieron, crecieron y no pretenden fallecer en ningún otro lugar. Todos desean el reposo eterno en el cementerio de La Socapa, justo frente a Cayo Granma, donde están sepultadas las mejores historias de este pueblo de pescadores, también los parientes y los amigos.

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El turista postfordista, que también llega por estos lares y encuentra el atractivo entre las tradiciones que los nativos a veces aborrecen –y que definitivamente no cree en el “destino de sol y playa” que le prometen en Santiago de Cuba–, descubre aquí una delicia visual y el calor de su gente, ese que les resulta exótico y seductor de muchas maneras y que tiene el sabor de lo desconocido y lo auténtico. Si algo no falta aquí es justamente las personas humildes pero sinceras.

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Pero de esos personajes interesantes que llegan a diario en embarcaciones como las lanchas, botes, patanas, o simplemente a nado los más osados o diestros en ese deporte, está ese joven escapista del reguetón que busca formas alternativas de diversión en una ciudad donde se impone, de muchas maneras, la cultura de los géneros estridentes, de la bebida alcohólica, de la comida grasienta y del entretenimiento con un “palo y una lata”.

Todos esos actores de la cotidianidad confluyen en un pequeño espacio, en una isla, ubicada en la entrada de la bahía de la ciudad de Santiago de Cuba, que puede ser muy atractiva como pueblo de pescadores, a la mirada del turista a bordo de un crucero, pero también un diminuto confinamiento para sus ciudadanos. Depende del lugar desde donde se mire.

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En Cayo Granma el viento se enseñorea: es el sonido dominante. La tranquilidad reina de una manera deliciosamente espantosa. Su mandato solo es interrumpido, hace muy poco tiempo, por la música de la patana que recorre la bahía en 120 minutos.

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También, tres veces al año, se altera el orden del lugar para recordar que forman parte del ajetreo de Santiago de Cuba. El carnaval acuático, nacido en estas marineras demarcaciones, arroja a las personas al mar en una bella tradición. También, con los rayos del mes de mayo, se vuelve a realizar una tradición casi desconocida por el santiaguero terrestre: el Festival de la Jaiba.

Pero, sin dudas, es el 24 de octubre la fecha que más trastoca la frágil tranquilidad de Cayo Granma. El mar parece pequeño con el ir y venir de tantas embarcaciones, la mayoría privadas, que hacen en esta fecha el dinero del mes en un solo día. Se dice que en el punto más elevado del islote se encuentra la única imagen de San Rafael en el país, resguardada en una ermita, y que es considerado por los creyentes el médico divino y también una protección para el viajero. A sus pies depositan los pescadores sus mejores capturas y también los deseos de tiempos de bonanza y prosperidad. En él se sintetiza la fe colectiva de los habitantes de este terruño.

Foto: José Roberto Loo Vázquez/CiberCuba

El pueblo de Cayo Granma es bastante sui géneris en sí, desde sus propios orígenes. Antes se llamaba Cayo Smith, dicen algunos que el primer pescador en tocar sus arenas tenía ese nombre, otros aseguran que fue bautizada así por su primer dueño, un norteamericano, aunque no se han encontrados referencias bibliográficas de ese supuesto personaje. En los primeros años de la década del 60 adoptó su denominación actual, y de su antigua función, área de veraneo de las familias pudientes, solo quedaron las hermosas construcciones de madera, muchas de ellas descansando sobre pilotes, en las mismas aguas de la bahía.

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Actualmente, quedan pocas de estas edificaciones. Sandy se encargó de borrarlas y de devolverle al mar parte de sus dominios robados por el hombre. Hoy Cayo Granma combina las huellas del poderoso huracán, aún esparramadas en los límites del islote, los techos de zinc pintados de color rojo –supuestamente para que el brillo del sol no encandile a los pilotos de los aviones que aterrizan en el aeropuerto internacional Antonio Maceo–, con algunas construcciones modernas, para nada vinculadas a la historia del sitio.

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Aquí hay una arraigada tradición en la pelea de gallos y pesquera. Este último oficio se traspasa de una generación a la otra, y aunque se salta a las féminas, han existido algunas transgresoras. Del primero, hoy solo se realiza, medio escondido aunque del conocimiento de todos, algunos encuentros, en especial los jóvenes quienes llevan sus mejores ejemplares alados.

En este chispazo de tierra robada al mar también se resguardan muy bien algunos de los secretos de la cocina marinera de Santiago de Cuba. Los entendidos aseguran que el truco está en la captura fresca, el limón y un buen picante. Y aunque afirman que cada familia tiene sus propias formas de preparar las mismas recetas, se dice que esos ingredientes son suficientes para una increíble experiencia culinaria.

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Cayo Granma es lo que quiera encontrar en él: un pueblo encantador, una locación marinera en una ciudad casi terrestre y montañés por excelencia, un repositorio de las huellas de Sandy, un sitio tranquilo, aburrido o abandonado, edificaciones que necesitan de mucho más que mantenimiento, la locación ideal para descansar, un islote con muy poca o ninguna violencia, un muelle para hacer una parada, una gran comunidad, el sitio del que nadie se quiere mudar…

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.

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Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.