El mejor lugar para tocar el cielo en Cuba

Cuando se habla en Cuba de turismo de naturaleza, de montaña y de senderismo, de arquitectura mimetizada con el entorno y de apreciar los valores de la cultura cubana resultado de mezclas y migraciones, sin dudas hay que hacer referencia a esta singular locación de la geografía nacional, que tiene todo eso y mucho más.

CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez
Foto © CiberCuba/José Roberto Loo Vázquez

Este artículo es de hace 7 años

Existe un lugar en Cuba donde, literalmente hablando, de pronto aparecen las nubes y lo rodean a uno en un ambiente húmedo y singular. Se les puede ver avanzar y cubrirlo todo como un manto. En ocasiones son poco densas; en otras, apenas divisa uno sus propios pies. Es una suerte verlas, es casi como estar en el cielo, aunque lamentablemente no siempre están ahí para ser disfrutadas. Son un raro regalo.

Este sitio es único en Santiago de Cuba y quizás en todo el país pues combina, con magistral gracia, esa sensación de estar en el cielo, con los valores más exquisitos de la naturaleza, una caprichosa casualidad geológica y el interminable poder transformador de la mano del hombre. Es, sin dudas, La Gran Piedra y su maravilloso entorno.

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Cuando se habla en Cuba de turismo de naturaleza, de montaña y de senderismo, de arquitectura mimetizada con el entorno y de apreciar los valores de la cultura cubana resultado de mezclas y migraciones, sin dudas hay que hacer referencia a esta singular locación de la geografía nacional, que tiene todo eso y mucho más.

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Subir sus 14 o 16 kilómetros, cifra que varía de una bibliografía a otra, es una locura para muchos. Sin embargo, es la mejor manera de apreciar el lugar, el cambio de vegetación y de clima según se ganan metros, y el descomunal esfuerzo del hombre, en especial de colonos franceses y sus esclavos, quienes dejaron en las inmediaciones un legado considerado hoy Patrimonio de la Humanidad y que atrae la mirada de personas de todas latitudes.

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El ascenso comienza en Las Guásimas. Generalmente muchos que deciden aventurarse a pie inician el recorrido en el horario de la madrugada, pues fácilmente cubrir el trayecto de ida y vuelta puede tomar unas 12 horas. La oscuridad, el canto de los gallos, el sonido de cuanto animal puede haber por ahí, esos silbidos que salen de los matorrales y uno nunca sabe, a ciencia cierta, si es una persona o un insecto, es la compañía en los primeros kilómetros.

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Los primeros rayos de sol, casi como mecanismo desalentador, aparecen para alumbrar las cerradas curvas y pronunciados ascensos. La vista apenas se acostumbra, y de pronto aparecen ante los ojos ese camino sinuoso, retorcido y tortuoso. Hay tramos que se han convertido en leyendas.

Están, por ejemplo, una sucesión de curvas que llaman “El Molino”, una detrás de la otra y muy cerradas cada una; también hay un farallón llamado “La Alcancía”, porque carro que cae, jamás regresa a la carretera. Eso comentan los lugareños, no sé si como una manera de burlarse de los visitantes o quizás sean palabras muy reales. De cualquier forma, añaden sabor a la subida.

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Continúa el ascenso, cada metro se convierte en un nuevo dolor en las piernas para quienes no tienen entrenamiento, y también en oportunidad para descubrir las maravillas que aparecen en el camino: la vegetación común en la cotidianidad del santiaguero se transforma en otra que fascina (helechos arborescentes, pinos…), árboles frutales, la temperatura deja de ser caliente para ser agradable, el olor también se vuelve más dulce; si tiene suerte podrá encontrarse en el camino un tocororo (ave nacional de Cuba) y esos paisajes que solo le harán decir “Wow”.

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Uno de los lugares más bellos de las inmediaciones de La Gran Piedra, y antes de llegar a esta, es el Jardín Ave del Paraíso. Quizás para la mirada foránea no tiene nada de especial ver las plantas de fresa, melocotón y manzana. Para el cubano es un hecho insólito, extraordinario e irrepetible. Aquí, además, se cultivan especies que solo se escucha hablar de ellas pero nunca se ven: dalias, camelias, magnolias…, y están aquellas que sí cautivan a los extranjeros por sus características tropicales: las aves del paraíso, los anturium, las alpinas…

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El ascenso continúa. El cuerpo lo sabe. Las rodillas y muslos sienten que han caminado ya varios kilómetros, pero ese paisaje dominado por helechos y pinos anuncian la cercanía del destino deseado.

A ambos lados del camino, por momentos, los paisajes montañosos dominan las visuales. A la izquierda una mirada profunda a interior de la zona; a la derecha, esa complicidad que solo logran la tierra y el mar Caribe. Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores lugares para apreciar el abrupto relieve de la región oriental de Cuba. Una fotografía o un selfie, aquí, son obligatorios.

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A lo lejos La Gran Piedra. Su presencia reconforta: es el final del camino, y se disfruta como el trofeo en mano. Sin embargo, uno de los peores segmentos –para quien sube a pie–, apenas está por comenzar.

La mayor altura de la Sierra de la Gran Piedra está exactamente a 1214 metros sobre el nivel del mar, 459 escalones llevan al visitante a la cima de una gigantesca roca volcánica. Su presencia allí es un misterio aún.

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Se dice, por ejemplo, que la enorme roca de brecha volcánica tiene 51 metros de largo y de 25 a 30 metros de ancho. Se calcula que su peso sea 63 mil toneladas. Su fama y características la convierten en una famosa locación que trasciende las fronteras nacionales. Es, según muchos, la de mayor tamaño en a la región del Caribe insular.

Hay quienes dicen, incluso, que su origen está en el impacto de un meteorito en el territorio nacional. Otros apuntan que su nacimiento se ubica en la explosión de un volcán submarino. Yo, ¿la verdad?, prefiero mantenerla en el misterio. La ausencia de una explicación oficial es uno de los mayores atractivos.

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El lugar promete uno de los mejores miradores de Santiago y hasta de Cuba, y no solo que no decepciona, sino que cumple con creces. Nunca he estado allá arriba de noche, pero dicen que cuando el cielo está despejado y tranquilo, se ven las luces de Haití. Otros afirman que se divisa los extremos de la costa oriental. Eso aseguran los lugareños y, aunque científicamente nadie lo confirma, aporta misticismo, y con eso me basta.

Desde aquí arriba se puede ver una de las características que hacen única a Santiago de Cuba, y es lo abrupto de su territorio montañoso, con fuerte contraste al azul del mar, un espectáculo visual que se disfruta. Es, sin dudas, uno de los sitios más bellos de la isla.

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Justo antes de subir se encuentran unas sencillas instalaciones turísticas, consideradas precursoras de la puesta en valor de locaciones con vistas al desarrollo del turismo de naturaleza en Cuba. Desde ese punto de vista son importante, aunque el abandono de algunos inmuebles no lo demuestren así.

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Muy cerca se encuentra otro singular atractivo del entorno, y si uno llega hasta aquí, con esa extraña mezcla de dolor, satisfacción y gozo personal, pues no es difícil visitar el museo La Isabelica.

Esta antigua hacienda cafetalera, una de las más de 170 que ostentan el título de Patrimonio de la Humanidad, es una huella singular de cómo los colonos franceses y sus esclavos se asentaron aquí, en el oriente de Cuba, y adaptaron sus tecnologías en un entorno natural que derivó, años después, en un paisaje cultural.

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La Gran Piedra es muchas cosas. Combina los valores paisajísticos, naturales, históricos, arqueológicos, históricos, antropológicos… es también uno de los sitios dilectos del turismo de naturaleza, del senderismo, de aquellos jóvenes escapistas que deciden caminar sus más de 30 kilómetros, entre ascenso y descenso, y lo convierten en uno de sus paseos anuales.

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Aquí se han escrito historias de amor, de realización personal, personas han cogido tendinitis en sus rodillas, científicos han hecho sus delicias, pero todos coinciden en algo: La Gran Piedra es uno de los sitios más atractivos del oriente de Cuba.

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José Roberto Loo Vázquez

Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.

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Periodista de graduación, y fotógrafo de pasión, dos historias que se entremezclan y atrevidamente me hacen llamarme fotoreportero. Si sumamos mi amor, por la ciudad de Santiago de Cuba, no es difícil entender mi preferencia: fotoreportero que gusta resaltar su urbe natal, la “tierra caliente”.