La mayoría de los cubanos quiere lo mejor para sus hijos y no repara en esfuerzos a la hora de alimentarlos, educarlos, vestirlos, agasajarlos; en correspondencia con su nivel socioeconómico, pero esa mayoría de buenos padres rechaza y critica lo que considera privilegios de los hijos de los dirigentes castristas.
La actitud corrupta de una parte de los dirigentes y sus hijos no es nueva, forma parte del sistema castrista y ha sido más visible con la crisis económica de los años 90, cuando el Buró Político se desentendió de las personas y culpó a Mijaíl Gorbachov.
Antes del abandono soviético, los privilegios estuvieron solapados en el ideal de la construcción de un futuro luminoso y en la falsa premisa del igualitarismo, propugnada por la propaganda oficial de que los jóvenes fueran como el Che Guevara, un santón erróneo.
La obra social de la revolución cubana redujo la brecha entre la ciudad y el campo y entre los hijos de la nomenclatura y de los asalariados, pero como se pagaba con la ayuda ¿desinteresada? de los soviéticos, cuando ese grifo se cerró, afloraron las diferencias de todo tipo.
Entre los hijos de los dirigentes –como en cualquier latitud humana- hay personas con méritos profesionales y personales con vidas equiparables a la de cualquier ciudadano y auténticos caraduras que, amparados en su parentesco, viven como príncipes saudíes a costa de la miseria de muchos cubanos.
Cuando en Cuba, la vida familiar de los dirigentes apenas se conocía más allá de los estrechos círculos de Kohly, Siboney, Nuevo Vedado y Villa Cuba (Varadero) había excesos y privilegios que son consustanciales a una dictadura, que es lo más corrupto en cualquier sistema político.
Pero ahora los privilegios se han hecho más lacerantes y más visibles por las denuncias de los cubanos discriminados y por la acentuada pobreza de la mayoría, harta porque un hijo de papá cobre una comisión millonaria en euros o dólares a un empresario extranjero o disfrute de una beca en Europa o Norteamérica con menos méritos académicos que el hijo de un ciudadano común.
Raúl Castro dijo una vez que socialismo no es igualitarismo, pero ha sido incapaz de generar la prosperidad del vaso de leche y una amplia masa de cubanos sigue siendo más iguales que una minoría parásita con hábitos de nuevo rico y escasa sensibilidad ante el sufrimiento ajeno.
Muchos dirigentes no son tontos, pero sí deshonestos y, como saben que el castrismo tiene fecha de caducidad, han ido expatriando a sus hijos a economías más ricas y justas, que les garantice una buena vida a ellos y a sus nietos y que puedan ayudar al viejo combatiente que lo dio todo por la causa, si no perece en la lucha.
Pero como suele ocurrir casi siempre en asuntos cubanos, la pasión nubla la razón y provoca que denuncias y análisis se queden en la superficie, en la anécdota; con el riesgo de que un observador no cubano pueda pensar que una vez el crítico alcance un estatus parecido al que ahora critica, cesará en su combate contra la corrupción y los privilegios.
La corrupción no está solo en vivir por encima del resto con recursos ajenos y expoliados a un pueblo empobrecido; circunstancia que ya es grave y dolorosa; sino también en usurpar cargos por mérito filial en detrimento de personas más capacitadas que no pertenecen al linaje insular.
¿Qué méritos ostentan Alejandro Castro Espín y Mariela Castro Espín para presidir la Comisión Nacional de Defensa y Seguridad, participar en las negociaciones con USA el primero; y actuar como portavoz oficiosa de Cuba, la segunda?
¿Qué méritos ostentan los hijos de José Ramón Machado Ventura para ser empresarios con riesgo ajeno?
¿Qué méritos ostenta Luis Alberto Rodríguez Calleja para ser el zar de la militarizada y fallida economía cubana?
Estas personas –que tienen virtudes y defectos como cualquiera de nosotros- están sobredimensionados en sus roles porque comparten parentesco con los máximos dirigentes cubanos, pero no porque sean más capaces que los generales Julio Casas Regueiro (fallecido), Luis Pérez Róspide, Ulises Rosales del Toro y Humberto Omar Francis Pardo; o que Monika Krause o Celestino Álvarez Lajonchere, pioneros de la Educación Sexual en Cuba.
La dictadura ha sido tan prolongada que ya corremos el riesgo de que los nietos de los históricos comiencen a exigir sus puestos, en correspondencia con lo que han vivido desde niños; por eso no ha de extrañarnos las piruetas de Raúl Rodríguez Castro, que nunca ha sido el jefe de la escolta de su abuelo ni lo será; pero que genera ese espejismo típico del poder absoluto que distingue a los elegidos del resto.
Por tanto, el problema que tenemos no es tanto los injustos privilegios materiales de que disfrutan los hijos y nietos de dirigentes, sino que una casta mediocre pretenda apoderarse de Cuba por los siglos de los siglos, sin los méritos y la capacidad suficientes para afrontar los desafíos actuales y futuros y carentes de toda legitimidad histórica, salvo los óvulos y espermatozoides, que los engendraron.
Pero eso es azar, contingencia, y no relevancia como pretenden hacernos creer los zares de La Habana.
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