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Durante el Festival de la Juventud en la ciudad rusa de Sochi, vimos al ya mayorcito Elián, quien llevaba un discurso contra la Ley de Ajuste Cubano, de la cual dijo era una víctima. Es cierto que los privilegios que otorgaba el Gobierno norteamericano a los isleños, como los de residencia y asistencia social, generaron varias y peligrosas olas migratorias hacia el norte. La gente, como la madre de Elián, se iba en lo que fuera. Pero, detengámonos, ¿qué situación lógica lleva a una mujer a poner a su hijo en un pedazo de balsa y remar hacia mar abierto? Pareciera a primera vista que esa chica o estaba loca o no quería lo suficiente a su criatura. Pero no.
Lo que Elián debe reconocer (ya ha crecido lo suficiente) es que su madre lo hizo porque deseaba un mejor futuro para él. Los emigrantes cubanos, como todos, buscan ventajas económicas y laborales, pero en el caso de los isleños se hace evidente el hambre de libertad. El año que se produjo la salida de Elián, Cuba no abandonaba los bajísimos índices de respeto a la expresión a los que descendió durante toda la década del 90. Esto tocó fondo en la Primavera Negra. Decir lo que hoy Pánfilo vocifera entre carcajadas en su programa de televisión humorístico, te valía la cárcel. Chávez recién llegaba al poder; América era de la derecha; en las elecciones de Estados Unidos triunfaba el Partido Republicano. Y ya todos saben de la crisis cubana post Periodo Especial que se vivió entre 2000 y 2005 aproximadamente, con apagones, subida de precios, descenso de las producciones nacionales...
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El escenario que sucedería a aquella madrugada en que la madre de Elián dejó la vida, no pudo ser peor. Cuando estás en altamar, ya no existes, no tienes ciudadanía, ni siquiera se asume que ostentas la condición humana. Un náufrago está protegido por las leyes navales, pero un balsero deberá esforzarse al máximo o morir. Trágico y duro ha sido este capítulo de nuestra historia, que devino en verdadera carnicería en el Estrecho de la Florida. Ambos gobiernos, cubano y norteamericano, cargan con esas víctimas que no tuvieron la culpa de nacer en un determinado país. Los balseros estaban en todo el derecho a decidir hacia dónde enrumbar sus vidas, porque en la Isla no hay futuro.
¿Acaso Cuba se puede cambiar? Claro que no, ni siquiera de forma pacífica y decente se escuchan los reclamos de los inconformes. En el año 2002, poco tiempo después de la devolución de Elián, el gobierno cubano convocó a un insólito "plebiscito", donde prevaleció la lógica del acto de repudio, millones de personas fueron obligadas por sus centros de trabajo a firmar el carácter irrevocable del socialismo. Eso no se traduce en la asunción sensata de una filosofía política, de hecho ahí están las exitosas socialdemocracias europeas como Noruega (un país pesquero, más aislado y pobre que Cuba en el año 1959). Aquel "plebiscito" era el linchamiento multitudinario y forzoso del Proyecto Varela, que logró un éxito sin precedentes, al entregarle a la Asamblea Nacional muchas más firmas de las necesarias para pedir cambios reales. Los miles de miles que acompañaron al opositor Oswaldo Payá, lo hacían por convicción, los millones que lapidaron ese slogan de "socialismo irrevocable" fueron empujados por la circunstancia.
La madre de Elián quiso, como muchos otros, que su hijo no creciera en un país así, donde para trabajar tienes que asentir constantemente, sin saber ni a qué. No se trataba del sueño americano, sino de la pesadilla cubana, pasaje que ella debió vivir en esos miserables años 90, cuando la población, llena de miedo, soportaba con estoicismo los largos discursos del líder y los interminables apagones poblados de mosquitos. Quizá la mamá salió en medio de la madrugada y en el más absoluto secreto, porque sabía que de ser chivateada, corría el riesgo adicional que representaban las turbas manejables, esos sujetos que tenían vía libre para cualquier barbaridad (ofensas, golpes, empujones, escupitajos y ya no podían tirar huevos porque se acabaron).
Elián debiera sentarse a meditar que él fue y sigue siendo objeto de una eficiente maquinaria propagandística, que derrocha millones de dólares, mientras un jubilado cubano no puede pagarse un vaso de leche. Las leyes estaban de parte del padre, quien detentaba la custodia del niño en el año 2000. Juan Miguel González decidió que su hijo regresara, pero ya el muchacho es mayor de edad y puede pensar, sacar su propia conclusión. Elián, al menos, debe reconocer que si él vive es porque su mamá, ésa que los medios cubanos tachan de irresponsable y manipulada, se quitó el agua dulce para que él la bebiera.
Este asunto va mucho más allá de echarle toda la culpa a los Estados Unidos, pues Cuba de receptor de emigrantes en 1959, devino en un fuerte emisor. Este cambio no aconteció bajo el gobierno de Carlos Prío, ni del primer Batista o el segundo, sino durante casi sesenta años de totalitarismo.
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