Acostumbrados a esperar para obtener casi cualquier cosa, incluida la liquidación de sus impuestos, los habaneros, y el cubano en general, ha optado por socializar mientras aguarda, tal vez para no sentir que pierde el tiempo miserablemente.
Así que lo hace donde se le presenta la oportunidad y esto es más o menos a partir de cuando lleva veinte minutos esperando en cualquier cola, ya sea en la farmacia, la carnicería, la bodega o en la parada de la guagua.
Siempre hay quien lanza la primera frase al aire o a cualquier compañero de espera, que por lo general nunca se queda sin respuesta. Si el tema resulta de interés general otros se unirán y expresarán sus criterios. Y de pronto puede suceder que ¡todo el mundo esté hablando con todo el mundo!
Es un fenómeno de lo más curioso y simpático, muy propio de la isla. Cuando se espera el ómnibus suele suceder mucho. Sobre todo en la primera parada de las rutas más problemáticas y que más demoran, que normalmente son las de barrio. Quien ha tenido que esperar una 37 en el Vedado o una 15 en La Habana Vieja para ir a la Víbora, sabe de lo que estamos hablando.
Lo primero que escucharás es el clásico y muy cubano “¿¡Ultimo!?” que no se sabe si es una pregunta o una exclamación por la forma en que se pronuncia. Enseguida le responden “¡Yo!”. Entonces quien pidió el último pregunta el habitual “¿Detrás de quién va?” y le contestan “detrás de esa señora, que va detrás de aquel muchacho que va…”. Probablemente a esto le siga otra interrogante “¿Hace mucho que no pasa?”; respuesta: “¡Ah! No sé, llegué ahora mismo”.
Pero siempre habrá uno un rato antes y le dirá, “yo estoy aquí hace veinte minutos y cuando llegué me dijeron que se había acabado de ir una”. Otro por allá exclama “están a cuarenta y cinco minutos una de otra, así que nos quedan unos veinticinco minutos más o menos”. Un tercero espeta “bueno, no sé ni qué decirte, porque si les da por demorarse en el paradero tenemos pa’ rato, más de una hora fácil”. Entonces una mujer dice en tono desesperado “ay, por Dios, no digas eso ¡una hora más! ¡no es fácil! ¡qué va! yo creo que voy a coger otra cosa”, “mija, pero si ya llevas aquí tremendo rato, quien espera lo mucho, espera lo poco”, le aconsejan.
Mientras tanto continúan llegando personas que piden el último y la cola va creciendo.
En un rincón alguien comenta “dijeron en el noticiero que compraron un montón de taxis para resolver el problema del transporte." "Y ¿por qué no compran bastantes guaguas también para que no pasen estas cosas?”. A una señora que carga varios paquetes de papel higiénico le preguntan dónde los adquirió, responde que en Galiano y que tuvo que hacer una cola de dos horas. Una pareja de amigos comenta que los cubanos llegaron lejos en la Serie del Caribe.
Alguien mira con simpatía lo que ocurre en la parada y dice a la amiga “tú ves, esta es una de las cosas que yo extrañé de Cuba cuando estuve en Chile, la gente hablando en las colas sin conocerse, la relación de los vecinos que a veces son como familia. Allá fuera la gente vive su vida y no mira ni pal lao”. La amiga le responde “sí, mija, pero tampoco tienen que hacer la pila de colas que tenemos que hacer nosotros aquí”.
Un señor dice a otro conocido “oye, ya me tienen loco con lo de las elecciones, poniendo a todos los delegados esos”, “si, compadre, todas las noches te los presentan uno por uno. Oye y ¿quién saldrá por fin?”. “No sé, men, porque primero se riega la bola de que es uno, luego dicen que otro. Al final es lo mismo”. Alguien se dirige a ellos afirmando “de esa historia lo único seguro es que por primera vez no sabemos quién va ser el presidente”. Varias personas ríen y asienten. De algún lugar sale la pregunta “y eso ¿es bueno o es malo?”; le contestan “yo no sé, pero al menos es distinto”.
Al fin llega la guagua. Suben en el orden de la cola y van acomodándose y apilándose hasta que todos montan y el ómnibus arranca. La parada entonces queda vacía, en espera de que un nuevo episodio similar, que será un efímero capítulo más de la trajinada historia cotidiana de La Habana.
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