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Alberto Sánchez, creador de una docena de estatuas vivientes e intérprete de varias– algunas consideradas entre las más populares de todas las que llaman la atención de los transeúntes en el Casco Histórico habanero–, cuenta los sucesos más curiosos y trascendentales de sus dieciocho años como artista callejero en La Habana Vieja.
Afirma Alberto que son incontables las experiencias vividas en este período de casi dos décadas de trabajo, que comenzó desandando y bailando sobre zancos por las calles de la Habana Vieja, antes de convertirse en actor-autor de estatuas vivientes. Sin embargo, asegura que una muy emocionante la vivió recientemente cuando celebró el aniversario dieciocho de su vida artística y pudo ver a sus obras más interpretadas en los últimos cinco años posando ante él: anhelo cumplido de ser espectador de sus creaciones en vivo, algo que le provocaba una emoción que ninguna de las fotos de sí mismo actuando le ha evocado.
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Entre las anécdotas más significativas y memorables de su historia de escultura viviente Alberto cita estas 13:
1 “He visto a cinco personas llorar de emoción”
2 “Me han dado siete besos en la boca”
3 “Un perro me orinó”
4 “Vi a una persona orinarse de la risa”
5 “He recibido cuatro cartas de amor”
6 “Creé una familia de estatuas vivientes”
7 “Pude ver a mis personajes posando para mí”
8 “Dos niños me han dado una cachetada para comprobar si era una estatua de verdad”
9 “He escuchado historias íntimas que algunas personas se han contado a mi lado, olvidándose de que soy un ser vivo de carne y hueso que puede escuchar”
10 “Estuve en Haití después del terremoto y eso marcó profundamente mi vida”
11 “Varias personas han amagado con llevarse la recolectora donde los observadores depositan dinero y he tenido que seguir siendo una quieta estatua”
12 “El viento me ha jugado malas pasadas haciendo que el dinero vuele de la recolectora”
13 “Me han hecho cosquillas varias veces”
Estas obras, que hoy suele representar mayormente junto a la entrada de la Basílica Menor del Convento de San Francisco de Asís o en la plaza de igual nombre son: El Levitador –la más sorprendente de las doce esculturas que ha creado–, ganadora del premio del Primer Festival de Estatuas Vivientes realizado en 2015, por ser la más seleccionada por el público. Esta – alega–, es la más difícil de hacer, la que demanda más energía y esfuerzo.
Igual de atractivas son El Violinista, inspirado en Brindis de Sala, El Hombre de Hojalata o El Marciano, El Hombre sin Cabeza, La Dama de la Buena Ventura que regala mensajes de buen augurio y la de Caridad Suárez, La Venus de Bronce, inspirada en la soprano habanera que fue una intérprete excepcional de la música afrocubana. Las tres últimas son actuadas hoy por su esposa, Neyi Cruz Fernández, su principal apoyo en todos los sentidos, quien terminó siendo también cautivada por este arte de la calle o arte social y dejó su puesto de funcionaria pública para dedicarse a lo que, al decir de Alberto, “es una forma de sentir donde hay dialogo de varios géneros artísticos, danza, teatro, plástica”, “donde se es ciento por ciento comunicador”.
A pesar de lo muy en serio que se toma su obra, este creador prefiere autoproclamarse “obrero del arte” en vez de artista. Explica que ese fue el calificativo que encontró para sí mismo cuando alguien le dijo que él no era artista porque no se había formado en una escuela.
También se defiende de este argumento expresando que: “la escuela es cabeza y la calle, corazón”. Esto lo dice golpeándose el pecho con el puño derecho mientras su rostro refleja la emoción y la absoluta certeza de quien sabe muy bien de lo que habla. También está convencido de que: “Todo el mundo no puede trabajar dieciocho años en la calle, porque la calle te traga, la calle es un monstruo. De esta calle tu puedes salir o muy feliz o muy deprimido”.
Pero él, por lo visto, ha sabido lidiar muy bien con ella, de hecho otra de sus frases preferidas es “Yo voy a dejar de hacer este trabajo cuando me den el bastón”, porque para este actor el estatuismo es una pasión que se apoderó por completo de su vida, al punto de ser fuente de sustento de su hogar y seducir a su esposa a practicarlo.
Esta manifestación ha generado una familia de estatuas vivientes en la que padre, madre e hija comparten cada momento de la cotidianidad – de la que también forma parte el proceso creativo o el renacimiento de cada personaje– y hacen con ello más llevadera la colosal misión de subsistir de forma digna dentro de la difícil realidad cubana, haciendo, por fortuna, lo que les gusta.
Este autor, cuya obra es una especie de performance donde se combinan la “poética del clown y las técnicas del estatuismo”, está insertado como el resto de los creadores de esculturas vivas, zanqueros y otros artistas callejeros en el Proyecto Cultural de la Oficina del Historiador de la Ciudad; todos trabajadores por cuenta propia que pagan impuestos por ejercer la actividad denominada Figuras Costumbristas.
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