Fernando Ravsberg: ¿Por quién (hoy) doblan las campanas?

El mismo periodista uruguayo que hoy denuncia persecución del gobierno cubano, ayudó en el descrédito internacional contra los blogueros cubanos que, como él hoy, solo querían que los dejaran escribir en paz.

El ex corresponsal de BBC y Público en Cuba, Fernando Ravsberg © Blog "Cartas desde Cuba"
El ex corresponsal de BBC y Público en Cuba, Fernando Ravsberg Foto © Blog "Cartas desde Cuba"

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Este artículo es de hace 6 años

Hace exactamente hoy ocho años y tres días comprendí por qué el periodista uruguayo Fernando Ravsberg era uno de los actores más peligrosos de la Seguridad del Estado cubana en mi contra.

Era el día que comenzaba el Mundial de Sudáfrica, como mismo hoy comienza el Mundial de Rusia. Junio 11 de 2010. Y lo recuerdo con esa feroz exactitud porque los dos soldaditos de la Seguridad del Estado que me entrevistaron en una habitación del bayamés hotel “Sierra Maestra” me impidieron ver el partido inaugural con su burdo ejercicio represor.


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Necesitaban hablarme, me dijeron en plena calle. Yo podía resistirme e irían a buscarme a mi casa con la policía, o podría ir pacíficamente con ellos y me devolverían a mi casa en un par de horas sin más. Acepté el segundo método: “En dos horas puedo ver todavía el partido inicial”, pensé. No les tenía miedo a ellos, pero me hacía perder los nervios que aquellos vulgares porteros del pensamiento me arruinaran el primer día de Mundial.

No fueron dos horas. Fueron cuatro. No fue una conversación: fue un ejercicio de intimidación, intento de amedrentamiento, opresión verbal de manual. Querían que yo dejara de escribir “El Pequeño Hermano”, el blog que yo redactaba por entonces.

Uno de los argumentos más recurrentes que usaron en mi contra, extraído casi de una gaveta con utensilios varios, rezaba más o menos así: “Es que criticas a la Revolución para hacer daño. Ahí tienes Cartas desde Cuba, de Fernando Ravsberg. Dice lo que quiere, y nosotros no lo botamos ni a él ni a BBC porque son respetuosos, critican constructivamente”.

Puedo recordar la entonación, la cadencia, el énfasis panfletario de cada una de esas palabras. Lamento profundamente no recordar los nombres de ambos soldaditos del pensamiento: los habría honrado acá con demasiado placer.

Pero recuerdo el nombre del uruguayo Ravsberg. Y recuerdo el espanto que sentí en ese momento, desprotegido, a merced del aparato de persecución política de mi país, cuando supe la verdad putrefacta sobre aquel conocido periodista que desde dentro de Cuba se escribía un blog.

Fernando Ravsberg era el enemigo que la inteligencia cubana había elegido. Era el enemigo edificado, sostenido, moldeado, hipócritamente hostigado, para dejarnos sin tesis a quienes sufríamos el cerrojo que echaba el aparato cubano a nuestras ansias de pensamiento libre y de expresión.

No he dejado de evocar aquel incidente por estos días, ni los mensajes de indisimulada hipocresía que cambió conmigo Fernando Ravsberg cuando quiso conocer, vía e-mail, lo que pensaba yo sobre la blogosfera independiente a la que yo mismo había pasado a pertenecer. Un cuestionario capcioso, viciado, desleal a la finalidad última del periodismo: proteger a la verdad, exhibirla.

Y pienso en esto luego de leer, de su propia tecla, que el gobierno cubano le ha dejado sin acreditación de prensa y sin residencia legal en Cuba, convirtiéndolo en un paria periodístico y, en la práctica, en un sui géneris indocumentado en la Isla. Otros dirán aquello de “Karma is a bitch” pero yo todavía, aún no quiero llegar ahí.

Prefiero recordar su post “La luna de miel, la guerra virtual y la vida real”. Fue publicado en marzo de 2011 en sus “Cartas desde Cuba”. Aún se puede leer en BBC en Español. Fernando Ravsberg justificaba, con escaso disimulo, el espionaje cubano a los emails de los disidentes. Criticaba con sorna, de paso, que algunos opositores hubieran optado por emplear métodos de encriptación para sus comunicaciones con el exterior. Lo cito brevemente:

“Los blogueros disidentes se defienden diciendo que en Cuba no se respeta la privacidad y por eso critican las técnicas de encriptación. Podría ser pero apuesto a que en estos tiempos los mensajes cifrados despiertan suspicacias hasta en la nación más democrática del mundo. A lo mejor es que conozco poca gente pero no hay uno solo de mis amigos que utilice claves para comunicarse por internet”.

La memoria suele ser una cosa muy jodida, Fernando Ravsberg. Qué útil que recordemos esto hoy. Qué lástima que no nos hayamos olvidado. Los que sufrimos directamente tus ataques. Los que éramos presentados, en tu blog, como una panda de facinerosos a los que el mundo mejor nos debía obviar.

Fernando Ravsberg, antes de ser fulminado por una BBC a la que la paciencia no dio para más, jamás tecleó un solo artículo que cuestionara de dónde sacaba Tony Castro las monedas de oro para costearse yates y lujos distantes -por citar un ejemplo entre un millar- pero colocaba la lupa bajo cada céntimo que recibían Yoani Sánchez o Claudia Cadelo o cualquier bloguero de la independiente plataforma “Voces Cubanas”. En su sacro olimpo, solo "La Joven Cuba" era digna de crédito por honestidad.

Por eso se me antoja surrealista leer, en su ahora defenestrado blog, una entrada que lleva por nombre “¡Salvemos a Cartas desde Cuba!” donde pide, a la cara, dineros foráneos para costearse el mantenimiento y actualización de esa página personal.

¿Cómo iba aquello de nada como un día tras otro, Fernando? ¿Cómo iban aquellos textos fustigadores contra una disidencia a la que acusabas de victimizarse, de denunciar persecuciones que según tú eran infames coreografías, cuando ahora tu blog es un plañidero rosario de lamentos, ay, de recuentos de persecuciones e injusticias en tu contra?

El pasado martes 10 de junio el ex corresponsal de BBC y Público en La Habana colgó en su blog personal un post titulado “Se cierra el cerco sobre Cartas desde Cuba”, denunciando que las autoridades de la isla no le renovaron ni su credencial de corresponsal extranjero ni, en consecuencia, su residencia en el país. Llevaba hasta el momento 28 años residiendo en La Habana.

Su texto, cargado de fotos suyas sentado entre niños discapacitados, grabadora en mano frente a Fidel Castro, acompañando a campesinos en sus siembras -que casi nos saca una lágrima, diablos- es un recuento de las penurias que enfrenta hoy el periodista uruguayo para ejercer su derecho al libre tecleo en la Cuba de Díaz-Canel.

Y yo, antes de pensar en él mismo, en su historia personal que llega tarde y mal, a destiempo, pienso en mí mismo. Algo de egoísmo suele no estar mal. Pienso en aquel recién graduado de Periodismo a quien la Seguridad del Estado hostigaba en una comarca provincial por el mismo delito que hoy purga Fernando Ravsberg sus penas: escribir, hurgar, cuestionar, y a quien Fernando Ravsberg, desde su olimpo de tres letras londinenses, dibujaba despóticamente como otro más de los revoltosos a quienes financiaban la SINA y el tenebroso imperio yankee.

Yo no imagino lo que siente Fernando Ravsberg en este instante: yo sé lo que siente. Yo, y demasiados como yo, lo sentimos antes y otros lo están sintiendo justo ahora mismo en los cuatro confines de nuestra isla amordazada: frustración. La enloquecedora sensación de injusticia, de luchar contra un enemigo cobarde, que no da la cara, que te martiriza desde las sombras y contra el que nada puedes hacer. Ni tú ni tus ansias de expresión.

Yo sé lo que siente el uruguayo Ravsberg: impotencia. La sentía yo mismo cuando me intentaban doblegar de mi ejercicio periodístico poniéndome, precisamente, a Ravsberg como útil botón de muestra.

No solo la memoria, la ironía también es una cosa mordaz.

Y yo aspiro, quizás, a un país futuro donde blogs como “Cartas desde Cuba” pasen inadvertidos, y no solo por su artesanal y preuniversitaria redacción. Que pasen inadvertidos porque criticar a la burocracia -el tema estrella del otrora corresponsal de BBC- o a los inspectores estatales, o a la falta de abastecimientos en los agros habaneros, sea cosa de burla por simpleza. Pero sobre todo aspiro a un país donde cuestionar a los poderosos no sea tan temible como para que un corresponsal extranjero prefiera que sean esos sus temas de investigación con tal de no incomodar al truculento poder.

Como trágico epílogo pienso con algo de lástima en este hombre que recién se da de bruces con la realidad última, la más amarga de su paso por Cuba: jamás les fue una piedra en el zapato. Ellos le eligieron para ese rol. Ellos disfrutaban la pantomima. La necesitaban. Ellos sabían que nadie como él podría hacer de "Juega con la cadena, pero no con el mono" toda una máxima editorial.

La lección es más antigua que la humanidad: con los tramposos, con los dictadores, mejor morir en el cuerpo a cuerpo. De pie. Seguirles la conga a cambio de fruta y paz es un placer efímero cuya permanencia en el tiempo jamás controlarás tú. Que te doblen las campanas con honor: que te expulsen, que te quiten credenciales y residencias cuando aún puedas alardear de ello como medallas bien ganadas en la guerra por la verdad, como diría Jorge Edwards en Persona non grata.

Hoy, las campanas te doblan de todos modos, Fernando. ¿Valió la pena?

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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