Tengo la sensación de que, una vez más, cierto sector de la comunidad cubana de dentro y de fuera de la isla se ha ido con la de trapo en el episodio de Gente de Zona, Laura Pausini y Miguel Díaz-Canel, todos juntos en un concierto en la Ciudad Deportiva que acogió a casi un cuarto de millón de cubanos.
Como el incidente tiene varias ramificaciones conviene ir por partes.
Primero: ¿es Miguel Díaz-Canel el presidente del país, sí o no? La pregunta puede parecer vacua, y lo es, pero no menos que la postura de quienes dicen que saludarlo era contraproducente porque no es el presidente de nada.
Usted puede creer, como yo, que fue el presidente electo por un sistema totalitario para preservarse a sí mismo. Usted puede denunciar, también como yo, que Cuba no tiene elecciones verdaderas hace más de medio siglo. Hasta ahí vamos bien. Pero si usted se empeña en desconocer quién tiene la sartén por el mango, entonces usted queda fuera del juego: el mundo entero reconoce a Miguel Díaz-Canel como presidente de la nación cubana, y usted no. Se queda aislado, sépalo bien.
Segundo: ¿qué hacía el presidente cubano en un concierto “no oficial” de un grupo de reggaetón y una cantante de pop italiana? ¡Ese es el verdadero pollo de este arroz con pollo! Recuérdenme un episodio similar, un concierto de música sin visos políticos o patrioteros, al que hayan asistido Fidel Castro o Raúl Castro en sus interminables mandatos. No existe ese episodio.
La simple presencia de Miguel Díaz-Canel junto a su esposa en ese concierto de Gente de Zona y Laura Pausini envía un rejuvenecedor mensaje que no sé cómo tantos cubanos enfurecidos no han logrado captar.
Si es solo un episodio aislado y sin trascendencia, o si la apertura a nuevos tiempos, nuevas prácticas, nuevas flexibilizaciones en el modelo cubano será la línea de Díaz-Canel, es algo imposible de determinar ahora mismo: es muy poco tiempo. Pero en política nada es casual. Su asistencia a ese concierto lleva una poderosa carga simbólica y quien no lo entienda vuelve a estar fuera de las reglas del juego.
Tercero: que alguien me explique la algarabía porque Alexander Delgado haya pedido un aplauso para el que ya dejamos claro que, guste o no, es el presidente del país. Yo no la entiendo. Y no la entenderá absolutamente ningún artista cubano al que pusieras en un escenario similar. Yo no vi vasallaje, yo no escuché palabras sumisas, yo vi a un cantante agradecer al presidente de su país por sumarse al pueblo en la asistencia a su concierto. Nada más.
Sucede en todo esto lo mismo de siempre: la pasión sustituye a la razón. Y cuando se analiza desde las emociones y no desde el raciocinio casi siempre se llega a conclusiones erradas. Lo lleva haciendo el exilio cubano demasiadas décadas, a pesar de estar del lado correcto, a pesar de ser la víctima y no el victimario.
Cuando usted le pide a un cantante cubano que haga como si el presidente no estuviera ahí, en el concierto, que finja que no le importa, que actúe como si fuera alguien más, usted está instalando una barrera divisoria entre la realidad y la ficción que en nada ayuda al entendimiento entre los cubanos de ambas orillas. Es una postura insensata.
Y Cuarto: Laura Pausini envuelta en la bandera cubana. Ahí me volví a perder otra vez. ¿No era que la bandera es de todos los cubanos y no de los comunistas? De veras, no entiendo. Si en Venezuela una banda de opositores mal informados quema la bandera cubana en señal de rechazo anticomunista, los cubanos protestan: la bandera no es de los comunistas, es de todos nosotros. Si Emma González se le cuelga al hombro en un discurso, los cubanos protestan otra vez: esta chica cubanoamericana no debió colgarse la bandera de un país comunista para hablar a la nación americana. Y ahora, si Laura Pausini se envuelve en ella, en un vestido que le queda como Dios, los cubanos insisten en protestar: comunista, malagradecida, traidora.
Que alguien me explique, por favor. Mejor aún: que los cubanos redacten un código universal de uso de la bandera para que todos, artes y partes, quedemos claros de cuándo sí y cuándo no. Sería patético, claro está, pero un poco menos que estos escándalos absurdos resultantes de que una cantante se vista con la bandera de un país que recién conoce y aprecia.
Hay una conversación de madurez que le conviene tener a todo opositor a la dictadura cubana consigo mismo. Es una conversación cívica, de inteligencia y no de griterío. De nada sirve tener la verdad de tu lado si no sabes exhibirla como tal. En eso, la maquinaria cubana ha sido eficaz con precisión de orfebre.
Si a los cubanos de bien en cualquier parte del mundo les interesa tener respaldo de la comunidad internacional para presionar al totalitarismo cubano, más les vale comenzar a deslindarse en algún momento de estas pataletas infantiles que en lugar de adhesión provocan distanciamiento y rechazo. En nada ayudan.
Y que Miguel Díaz-Canel siga asistiendo a conciertos y obras de teatro y proyecciones de cine. Y que vaya de la mano de su esposa. Todo lo que sea hacer algo que nunca hizo la dupla de hermanos anterior me hace sospechar guiños prometedores.
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