Carta abierta de una doctora cubana al presidente de Brasil Jair Bolsonaro

"Mi carta es un pedido de auxilio, presidente Bolsonaro. Y en mi carta van las voces de una veintena de mis colegas, todos del municipio Ponta Grossa, todos los que nos conocemos y hemos decidido no emprender el camino de vuelta atrás. Así se lo digo: no vamos a regresar a Cuba. No queremos volver a la esclavitud real, aunque hayamos pasado algunos años en esta esclavitud virtual que es trabajar para que otro se enriquezca con nuestro sacrificio".

Médicos cubanos © Facebook / Unidad Central de Cooperación Médica
Médicos cubanos Foto © Facebook / Unidad Central de Cooperación Médica

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Este artículo es de hace 6 años

El pasado 14 de noviembre el gobierno de Cuba anunció que retiraba a sus médicos de Brasil, donde prestaban servicios como parte del Programa Mais Médicos.

Tras la decisión cubana, Bolsonaro ofreció asilo para quienes quisieran permanecer en su país.


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En este contexto han visto la luz testimonios de médicos que ya han regresado a Cuba y los de otros tantos que han decidido quedarse en Brasil. Tal es el caso de una doctora cubana que ha enviado a nuestra redacción una Carta Abierta a Bolsonaro, donde relata el calvario que está viviendo y sus dudas sobre cómo hacer tras haber decidido, junto a otros de sus compañeros, no regresar a la Isla.

A continuación copiamos íntegramente la carta, en español y en portugués.

Estimado presidente electo Jair Bolsonaro:

Le confieso algo, de entrada: no pensaba comenzar esta carta así, de esta manera. Había pensado algo más emocional, más elaborado. Pero no me queda más remedio, presidente, yo soy una cubana de pura cepa, tengo azúcar y sazón en la sangre, así que debo decirle lo primero que me viene a la mente: ¡qué maravilla poder decirle a alguien presidente y sentirlo de verdad, sin fingir ni aparentar!

Quizás usted no entienda. O sí. Quizás esté muy informado de lo que hemos vivido los cubanos durante todo este tiempo, poco más de la mitad de un siglo, ¡mire qué barbaridad de tiempo! Un solo hombre gobernando hasta hace un puñado de años. Otro, su hermano, gobernando otro puñado de años. Y ahora un títere mal puesto y peor entrenado, gobernando como si fuera un presidente.

Si usted leyera esta carta que escribo a medianoche, agotada, estresada, con un dolor de cabeza inmenso y los nervios a flor de piel, pero feliz de ser libre, me gustaría que supiera algo: es la primera vez que me dirijo a un presidente con orgullo y con honor. Y eso se lo ha ganado usted antes incluso de tomar el mando de este bello y hospitalario país en el que llevo tres años viviendo, cooperando en mis posibilidades, y aprendiendo a amar, respetar y curar las heridas físicas y espirituales de su gente.

Mi carta es un pedido de auxilio, presidente Bolsonaro. Y en mi carta van las voces de una veintena de mis colegas, todos del municipio Ponta Grossa, todos los que nos conocemos y hemos decidido no emprender el camino de vuelta atrás. Así se lo digo: no vamos a regresar a Cuba. No queremos volver a la esclavitud real, aunque hayamos pasado algunos años en esta esclavitud virtual que es trabajar para que otro se enriquezca con nuestro sacrificio.

Pero le pedimos auxilio, le decía. Con humildad y agradecimiento. Con bondad. Con el sentimiento tan hermoso que genera saber que usted, un presidente electo democráticamente, ha pensado en nuestros salarios y en nuestras familias cien veces más que los coterráneos nuestros que, supuestamente, deberían velar por nosotros.

Estamos desesperados, presidente. Usted asume el cargo de Brasil en enero, y llega en un momento de alta tensión nacional. Usted tendrá que ocuparse de su país primero y de nosotros después. Y nosotros no sabemos qué hacer ahora mismo, más allá de confiar en su palabra de que nos protegerá con el asilo político a todos los que decidamos, como yo, no volver atrás.

El gobierno de Raúl Castro/Díaz-Canel nos quiere regresar antes del 5 de diciembre. Un mes antes, casi, de que usted pueda hacer algo por nosotros. Si optamos ahora mismo por huir, por no montarnos en esos aviones, si les decimos a los nuestros por teléfono que no nos esperen, al menos no ahora, estamos firmando como mínimo ocho años de agonía de distancia… y no sabemos qué hacer ahora mismo en Brasil.

A quién dirigirnos. Cómo pedir ayuda. Cómo seguir trabajando. Quién nos va a pagar. Quién responderá por nosotros, los que desde ese momento seremos parias sin país ni respaldo, casi desterrados.

Yo tengo una niña de doce años en Cuba. Mejor no le cuento lo que terrible que es saberla lejos de mí. Hasta la última gota de sudor, el último centavo, mi última fuerza serán, desde este instante, dedicados al momento en que pueda reunirme con ella acá. En nuestra nueva tierra de libertad. En un Brasil que me ha enseñado la maravilla de la libertad, aun cuando su gobierno anterior se haya complotado con el de mi país para robarnos las tres cuartas partes de lo que ganamos salvando vidas en estas tierras sudamericanas.

Cuando decidimos aceptar esta esclavitud moderna, firmando contratos que nos trataban como becarios, como profesionales a medias, maltratados y mal pagados, fue por desesperación: queríamos salir adelante. Como millones de otros cubanos, maestros, dentistas, deportistas, ingenieros.

Queríamos darles a nuestros hijos un futuro mejor que el que nosotros vivimos en un país secuestrado por una familia, imagínese usted: ¡una sola familia, un solo apellido que ha mandado en esa isla durante sesenta años enteros! No somos hipócritas. No somos oportunistas. Somos víctimas buscando oxígeno fuera de la cárcel que nos tocó vivir.

Nosotros no solo nos queremos quedar: nosotros queremos que usted se sienta orgulloso de nosotros. De nuestra valentía y nuestro esfuerzo. Queremos seguir curando a sus enfermos, sanando a sus ancianos, dando a luz a los niños de esta tierra hermosa donde la mandioca, la feijoada, la samba, el fútbol y el amor por Dios han pasado a ser tan nuestros, tan parte de nuestros corazones, como el arroz con frijoles, el café, la salsa y la pelota.

Para eso, para cumplirle a un mandatario que ha exigido tratarnos con decoro cuando los mandamases de nuestro país nos han tratado como esclavos, necesitamos una última ayuda. El camino legal para ahora mismo, no para enero. Cómo estabilizarnos ahora mismo, mientras llega su concesión de asilo.

Yo no puedo decirle mi nombre, presidente. No por mí, que a mí nada me pueden hacer porque ya soy libre. Ya decidí ser libre. Por mi familia. Por mi niña. Por mis viejos, achacosos y agotados de visitas y amenazas de la policía política cubana. Por lo que puedan hacerles a ellos allá, donde no tienen defensa ni embajadas solidarias ni diplomacia ni prensa libre.

Por eso me quedo en el anonimato, y le mando un beso sin protocolos ni rebuscamientos, solo sonreída, quizás con algunas lágrimas en los ojos, con la nobleza de quien pide limosnas, pero sin escopeta: nuestra manera de entender que en lo adelante, también será usted el presidente por el que rezaremos para que haga lo mejor posible por esta hermosa nación, y por nosotros: estos médicos que ya le debemos tanto.

Caro Presidente eleito Jair Bolsonaro,

Confesso-lhe, desde já, uma coisa: não pensei começar esta carta assim, desta maneira. Tinha pensado em algo mais emocional, mais elaborado. Mas não tenho outra escolha, Sr. Presidente, sou uma cubana de pura cepa, tenho açúcar e tempero no sangue, pelo que devo contar-lhe a primeira coisa que me vem à mente: Que maravilha poder chamar a alguém presidente, e realmente sentir isso, sem fingir ou aparentar!

Talvez não entenda. Ou sim. Talvez esteja muito bem informado sobre o que nós, cubanos, vivemos durante todo este tempo, pouco mais de meio século, veja só quanto tempo! Um só homem a governar até há poucos anos. Outro, irmão dele, a governar por outro punhado de anos. E agora um fantoche mal nomeado e pior formado, a governar como se fosse um presidente.

Se ler esta carta que escrevo à meia-noite, esgotada, tensa, com uma enorme dor de cabeça e nervos à flor da pele, mas feliz por ser livre, gostaria que soubesse uma coisa: esta é a primeira vez que me dirijo a um presidente com orgulho e honra. E esse ganhou-o antes mesmo de assumir o comando deste belo e hospitaleiro país em que vivo há três anos, colaborando dentro das minhas possibilidades e aprendendo a amar, respeitar e curar as feridas físicas e espirituais do seu povo.

A minha carta é um pedido de ajuda, Presidente Bolsonaro. E na minha carta estão as vozes de cerca de vinte colegas meus, todos do município de Ponta Grossa, todos nós que nos conhecemos e decidimos não fazer o caminho de regresso. Por isso digo: não vamos voltar para Cuba. Não queremos voltar à escravidão real, apesar de termos passado alguns anos nesta escravidão virtual que é trabalhar para que outros enriqueçam com o nosso sacrifício.

Mas pedimos-lhe ajuda, dizia eu. Com humildade e gratidão. Com bondade. Com o sentimento tão bonito que é gerado por saber que o senhor, presidente democraticamente eleito, pensou nos nossos salários e nas nossas famílias cem vezes mais do que os nossos concidadãos que, supostamente, deveriam velar por nós.

Estamos desesperados, Sr. Presidente. Assume a seu cargo o Brasil em janeiro e isso ocorre num momento de alta tensão nacional. Terá de se ocupar primeiro do seu país e depois de nós. E não sabemos o que fazer agora, a não ser confiar na sua palavra de que nos protegerá com o asilo político para todos os que decidirem, como eu, não voltar.

O governo de Raúl Castro/Díaz-Canel quer que regressemos antes de 5 de dezembro. Quase um mês antes de que possa fazer algo por nós. Se escolhermos agora fugir, não entrar nesses aviões, se dissermos aos nossos entes queridos por telefone para não esperarem por nós, pelo menos por agora, estaremos a assinar pelo menos oito anos da agonia da distância... E não sabemos o que fazer agora no Brasil.

A quem nos dirigirmos. Como pedir ajuda. Como continuar a trabalhar. Quem nos vai pagar. Quem vai responder por nós, que a partir desse momento seremos párias sem país ou apoio, quase desterrados.

Tenho uma menina de doze anos em Cuba. É melhor não lhe dizer como é terrível sabê-la longe de mim. Até à última gota de suor, até ao último centavo, as minhas últimas forças serão, a partir deste momento, dedicadas ao momento em que possa reunir-me com ela aqui. Na nossa nova terra da liberdade. Num Brasil que me ensinou a maravilha da liberdade, mesmo quando o seu governo anterior conspirou com o do meu país para nos roubar três quartos do que ganhamos a salvar vidas nestas terras sul-americanas.

Quando decidimos aceitar esta escravidão moderna, assinando contratos que nos tratavam como bolseiros, como semiprofissionais, maltratados e mal remunerados, foi por desespero: queríamos progredir. Como milhões de outros cubanos, professores, dentistas, atletas, engenheiros.

Queríamos dar aos nossos filhos um futuro melhor do que o que vivíamos num país sequestrado por uma família, imagine: uma única família, um único apelido que vem mandando naquela ilha há sessenta anos! Não somos hipócritas. Não somos oportunistas. Somos vítimas em busca de oxigénio fora da prisão em que nos calhou viver.

Não queremos apenas ficar: queremos que se sinta orgulhoso de nós. Da nossa coragem e do nosso esforço. Queremos continuar a tratar dos vossos pacientes, a curar os mais velhos, a dar à luz os filhos dessa terra linda onde a mandioca, a feijoada, o samba, o futebol e o amor a Deus se tornaram tão nossos, muito dos nosso corações, como o arroz com feijão, café, a salsa e a bola.

Para isso, para cumprir um mandato que lhe exigiu tratar-nos com decoro quando os mandantes do nosso país nos trataram como escravos, precisamos de uma última ajuda. O caminho legal para agora mesmo, e não para janeiro. Como estabilizar-nos agora mesmo, enquanto não chega a sua concessão de asilo.

Eu não posso dizer-lhe o meu nome, Sr. Presidente. Não por mim, que nada podem fazer contra mim, porque já sou livre. Já decidi ser livre. Pela minha família. Pela minha filha. Pelos meus pais, adoentados e exaustos pelas visitas e ameaças da polícia política cubana. Pelo que possam fazer-lhes a eles lá, onde não têm defesa nem embaixadas solidárias, diplomacia, nem imprensa livre.

É por isso que permaneço no anonimato e lhe envio um beijo sem protocolos ou artifícios, apenas com um sorriso, talvez com algumas lágrimas nos olhos, com a nobreza de quem pede esmola, mas sem espingardas: a nossa maneira de entender que no está por diante, também será o presidente por quem rezaremos para que faça o melhor que puder por esta bela nação e por nós: estes médicos que já tanto lhe devemos.

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