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Maestra cubana: "El 22 de diciembre me recuerda lo triste que es que un artesano o un tornero ganen más que yo"

“No se trata de que los maestros seamos mejores que nadie, sino de que en nuestras manos está el futuro del país y de que no tenemos ni con qué coger un carro para llegar a trabajar o almorzar decentemente. El 22 de diciembre es para mí un día como otro cualquiera”, asegura una educadora cubana de 35 años.

Una maestra cubana camina con sus alumnos por La Habana © CiberCuba
Una maestra cubana camina con sus alumnos por La Habana Foto © CiberCuba

Este artículo es de hace 5 años

Yaima es educadora en un círculo infantil. Atiende a 43 niños de entre tres y cuatro años donde trabaja y a su hija de seis, en el “llega y pon” donde vive, cerca de un rastro de la periferia habanera. “El techo se me quiere caer arriba y no tengo más que un cuartico porque mi marido me dejó prácticamente en la calle, pero estoy esperando a que el Gobierno me dé una casita. Por eso no me he ido a limpiar casas de renta o a un 'cuido' privado.

“Desde adolescente tengo sangre para los muchachos y me encanta mi profesión, aunque no tengo ni donde caerme muerta. Lo que más me preocupa es que mi niña no pase hambre y tenga comodidades básicas, de las que hoy carece.

“Para mí el 22 de diciembre es el día en que puedo resolver por lo menos algunos de mis problemas. Cada año me voy por lo menos con bastante aseo, algo de ropa y hasta algún utensilio doméstico que me regalan. Me avergüenza que muchos de los trabajadores del sector se desesperen por que llegue esta fecha para que los padres más acaudalados los remuneren como no lo hace el Estado”, se queja la santiaguera, de 38 años.

Para mí el 22 de diciembre es el día en que puedo resolver por lo menos algunos de mis problemas

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Regla tiene cuatro hijos y dos contratos de trabajo. A pesar de que se retiró hace un par de años, imparte clases de Matemática en un politécnico y en una de las facultades capitalinas hechas para trabajadores que quieren alcanzar el nivel medio de enseñanza. Además, ofrece lecciones particulares a los estudiantes que quieren y pueden pagarlas.

“He tenido que ser músico, poeta y loca para sacar adelante a mis hijos, que ya son hombres y mujeres. He vendido desde croquetas y pasteles hasta chicles y lápices en mis aulas por tal de que en mi casa por lo menos hubiera qué comer.

El oficio de un maestro en Cuba se subestima. Esa es la razón por la que más de cuarenta años como maestra me hayan dejado el corazón cansado y solo me quede el cariño de mis alumnos como recompensa. He seguido ejerciendo porque no sé hacer otra cosa.

El oficio de un maestro en Cuba se subestima. Esa es la razón por la que más de cuarenta años como maestra me hayan dejado el corazón cansado y solo me quede el cariño de mis alumnos como recompensa

“El 22 de diciembre me recuerda lo triste que es que un artesano o un tornero ganen más que yo; puedan llevar a su familia a vacacionar a lugares que la mía solo ve en fotos; no tengan que preocuparse por lo que van a comer o vestir los que lo rodean, mientras yo me rompo la cabeza y me paso día y noche sacando cuentas”, explica.

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Liudmila enseña a leer y escribir a un promedio de 30 niños anualmente desde hace más de una década. Sin embargo, está esperando que la “llamen” de una de las empleadoras cubanas para comenzar a trabajar en el turismo. “Ha sido lindísimo hasta ahora el dedicarme a enseñar, pero no puedo vivir y morir endeudándome para llegar a fin de mes porque el salario es una miseria.

“La educación no goza de buena salud porque, en la práctica, no se nos ha dado la prioridad que merecemos. Yo prefiero vender pizzas durante 12 horas seguidas o ser mucama de un hotel, que estar de lunes a viernes ocho horas frente a un aula por poco más de 30 CUC y sin ningún otro tipo de estímulo.

“No se trata de que los maestros seamos mejores que nadie, sino de que en nuestras manos está el futuro del país y de que no tenemos ni con qué coger un carro para llegar a trabajar o almorzar decentemente. El 22 de diciembre es para mí un día como otro cualquiera”, afirma la joven de 35 años.

No se trata de que los maestros seamos mejores que nadie, sino de que en nuestras manos está el futuro del país y de que no tenemos ni con qué coger un carro para llegar a trabajar o almorzar decentemente. El 22 de diciembre es para mí un día como otro cualquiera

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Desde la óptica del metodólogo Ricardo, de 51 años, “no pocos desertan apenas iniciando su vida laboral o usan la carrera pedagógica para escalar hacia otra mejor recompensada y reconocida. En tanto, los que se están formando como maestros, muchas veces son los de peores índices académicos.

“En las escuelas, las aulas siguen abiertas gracias a los profesores experimentados que quedan, los recién graduados que están pasando su servicio social o los estudiantes universitarios que apoyan el proceso docente educativoy.

“Parece que hay mucha gente que cree que los profesores no producen, pero no por eso hay que dejar de atenderlos bien. Para que no emigren hacia sectores más lucrativos. Para que incentiven a los jóvenes a enseñar y las aulas no se queden vacías. Para que vivan dignamente”, concluye.

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