«Nuestros libertadores, quienes llevaron vidas errantes, a veces durante años, separados de su hogar, tuvieron a la fuerza que caer en deslices, con damas y mujeres, que fueron aves de paso en sus vidas»; Benigno Souza Rodríguez (1872-1954), Doctor en medicina, cirujano, periodista e historiador cubano.
«María y la familia bien, también lo está el amiguito».
En esos términos se expresaba el Dr. Eusebio Hernández, médico y amigo personal de Antonio Maceo, en una carta enviada al Titán de Bronce a Honduras desde Kingston, Jamaica, el 16 de septiembre de 1881.
En ella el galeno ponía a su amigo al corriente del estado de salud de su mujer María Cabrales, y de “un amiguito” del que, evidentemente, evitaba abundar en detalles. Al mes siguiente, el 19 de octubre, le refiere en otra misiva:
«María bien, y bien el chiquitín amigo, que hace poco tuvo un catarrito».
Fueron quizás esas dos frases, las que pusieron en “alerta biográfica” al investigador, escritor e historiador cubano José Luciano Franco, especialista en la vida de Antonio Maceo, cuando descubrió estas cartas perdidas en el abundante epistolario del prócer mambí.
Franco era consciente de que María solo había tenido dos hijos con Maceo, que murieron a muy temprana edad, así que la mención de una nueva criatura era todo un descubrimiento, cuyo rastro decidió seguir. Inmediatamente se dio a la tarea de buscar, encontrar y convertir en relato, todos los datos que pudo recabar sobre este “chiquitín”, hasta entonces oculto en la biografía de Antonio.
Franco será siempre recordado fundamentalmente por sus publicaciones de historia africana; “Los palenques de los negros cimarrones en Cuba” y “La diáspora africana en el Nuevo Mundo”, pero su aporte a la biografía de Maceo es tan o más importantes que su trabajo etnográfico y lo es más aún, la rehabilitación y “desempolvado” de su único hijo.
El resultado de la meticulosa labor investigativa de Franco sobre la descendencia poco conocida de El Titán de Bronce, permaneció guardado en un cajón hasta 1950, a pesar de que –paradójicamente– todo ese tiempo, el hijo del héroe vivía en la Isla muy cerca del historiador.
Pero en 1951 un general hondureño llamado Gregorio Bustamante Maceo, visita la capital cubana, y asegura ser otro hijo legítimo de Antonio Maceo, muerto en combate en Punta Brava 54 años antes. La revista Bohemia se hace eco del asunto y publica un artículo que abre la caja de los truenos. La visita de Bustamante a la Isla provoca que Franco y otros historiadores se den a la tarea de desmentirlo. También la Academia de la Historia y la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, los apoyan en este propósito.
Eran tiempos en que gobernaba Prío en Cuba, pero el expresidente Federico Laredo Brú (1936-40) le había dado cierta credibilidad al reclamo de Gregorio, autor de un folleto publicado en 1938 titulado “Biografía de los Maceo, héroes cubanos”, con el que el militar hondureño pretendía «demostrar» su vínculo de sangre con El Titán de Bronce.
Bustamante hizo varias gestiones para establecer contacto con sus presuntos “familiares” vivos en Cuba. Algunos Maceo de la familia, descendientes de otros hermanos de Antonio y hasta la propia hermana del general, Dominga, y algunos parientes de la rama Grajales, aceptaron inmediatamente a Bustamante como miembro de la familia, pero entonces Antonio Maceo Marryat, el único y verdadero hijo del prócer, salió del anonimato y levantó su voz «negando todo parentesco entre los dos» según refiere el diario de la época El País.
Tampoco se tragaron el cebo algunos historiadores, y en particular, José Luciano Franco, aun recuperándose de la sorpresa al enterarse que el hombre sobre el cual investigaba, estaba vivo y vivía en La Habana.
Antonio Maceo y Grajales hizo muchos viajes fuera de Cuba y estuvo en varios países en labores conspirativas, buscando apoyo y recursos para preparar una expedición militar a la Isla, pero también viajó al extranjero por razones personales que jamás se mencionan en los libros.
El Titán estuvo en Sao Tomé y Príncipe, Panamá, República Dominicana, Estados Unidos, Costa Rica, Haití, Honduras, Jamaica, México, Ecuador y las Islas Turcas. Probablemente tuvo fugaces historias de cama con mujeres de esos países, pero hasta donde sabemos, ninguna de ellas terminó en embarazo, excepto una. Y José Luciano Franco sabía que Gregorio Bustamante no era resultado de ese idilio, y sí lo era Antonio Maceo Marryat.
Así que, ante lo que consideró un fraude a la memoria del caudillo cubano, José Luciano escribió el libro “La verdadera historia sobre la descendencia de Antonio Maceo”, una contundente demostración de que el hondureño era solo un falaz usurpador.
Más tarde se reeditó el libro con nuevas pruebas históricas sobre la descendencia del prócer, que incluyó investigaciones de Gregorio Delgado Fernández, Benigno Souza, Pedro Cañas Abril, Leonardo Griñán Peralta, Felipe Martínez Arango y Manuel Aguilera Barciela. Todos ratificaron las tesis de Franco: Antonio Maceo Grajales había tenido un único hijo, el referido Antonio Maceo Marryat, al que hasta entonces nadie le había hecho swing.
Pero, ¿por qué?
Franco escribiría después una obra en tres volúmenes para explicarlo; “Antonio Maceo: Apuntes para una historia de su vida”, publicada en 1951 por la Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, y reeditada por la Editorial de Ciencias Sociales en 1973. En ella, el investigador enriquecía con más elementos probatorios, la identidad y circunstancias de vida del verdadero hijo de Maceo, y las razones por las que se había silenciado su existencia antes de 1959.
Hoy yo intentaré contar esta historia a mi manera, aderezándola con otros detalles descubiertos después de la muerte de José Luciano Franco, ocurrida en 1989. Trataré de poner un poco de luz sobre los motivos por los que apenas se conoció la identidad de este niño durante la era republicana –según Franco– y añadiendo los que –aventuro yo–, sean la causa de que tampoco se le diera un sitio en el relato oficial comunista, durante los 60 años de la revolución cubana.
LOS HIJOS PERDIDOS DEL PRÓCER
Los orientales más viejos quizás aún puedan recordar un viejo dicho de aquellas tierras que dibujan en chanza la estampa más frívola del Titán: “Maceo tenía cuatro vicios: el ron, los gallos, el tabaco y las mujeres, y en el monte pudo quitarse los tres primeros”. Era una reducción festiva y superficial del carácter de Antonio, pero no estaba muy lejos de la realidad.
Cuatro meses antes de cumplir los 21 años, el 16 de febrero de 1866, Antonio de la Caridad Maceo y Grajales, contrae matrimonio en la iglesia parroquial de San Luis, Oriente, con la santiaguera María Magdalena Cabrales y Fernández, hija menor de los pardos libres Ramón y Antonia.
Ambos se fueron a vivir juntos a la finca La Esperanza, muy cerca de otra finca, La Delicia, donde residía la familia Maceo Grajales. Poco tiempo tendrían para vivir su idilio en paz, porque apenas dos años después, él contestó al llamado de la Patria el 10 de octubre de 1868, y ella no dudó en acompañarlo, incluso, estando embarazada de su segundo hijo.
Como Maceo, María no tuvo acceso a muchos estudios por su origen humilde, pero también, como él, poseía una gran inteligencia natural, un arrojo y valentía impensables en una mujer de su época y clase social, un gran sentido práctico y una gran fortaleza física y mental para el sacrificio.
María amaba casi de forma patológica a Antonio, tanto que siempre intentaba acompañarlo en sus acciones militares, porque no podía vivir lejos de él. Maceo no tuvo –como Martí–, ni siquiera ocasión de fundar un hogar, pero tenía casi un hogar móvil, porque María estaba siempre con él.
La Cabrales compartió con Maceo innumerables escaramuzas bélicas, huidas y persecuciones; sufrió con él la precariedad del monte y también las tristezas del destierro. Curaba sus heridas –que fueron muchas y algunas muy graves–, a veces haciendo a un lado al médico encargado de atenderlo. Lo acompañó también en la marcha triunfal de Oriente a Occidente, de donde se hizo leyenda el relato de que los españoles se ponían sobre la pista del mambí, siguiendo las huellas de los zapatos de María Cabrales en el monte.
María estuvo junto a Antonio durante casi toda la gesta del 68, lo acompañó en Baraguá, en la intentona de la Guerra Chiquita y durante toda la guerra del 95. Hasta en el exilio fue su sombra, llegando a fundar en Costa Rica el Club de Mujeres Cubanas, mientras Maceo creaba allí su famosa “Mansión” en la localidad de Nicoya.
Pero la precariedad de la manigua y la vida dura de la guerra, atentaron contra el deseo de María de darle a Maceo hijos que lo sobrevivieran. Le dio dos: María de la Caridad Maceo Cabrales, que nació en noviembre de 1866, allí en la finca La Esperanza, y José Antonio Maceo, que llevaba en el vientre cuando el matrimonio marchó a la manigua. José Antonio nació en el monte, en junio de 1869, pero murió, como su hermana, siendo muy pequeño, víctima de las duras condiciones de vida en los campamentos de insurrectos.
Desde entonces María entristeció sensiblemente, al ver frustrado su principal deseo y su mayor propósito: perpetuar el apellido de Antonio con hijos que llevaran su sangre.
Al concluir la Guerra de los 10 años en 1878, la familia Maceo Grajales en pleno, se fue al exilio: Jamaica y Costa Rica serían sus primeros destinos. Y aquí es donde comienza a desdibujarse la historia oficial, del relato auténtico.
Como ejemplo, pondré esta reflexión de la Licenciada Yolanda Díaz, Investigadora del Instituto de Historia de Cuba, con las que resume de un plumazo con engañosas palabras, la vida conyugal del matrimonio en este período:
“Y aun, cuando en algunas ocasiones se encontraron aislados en el destierro, el insigne guerrero no olvidaba a su esposa y fiel colaboradora y seguidora de todos sus proyectos libertarios, siéndole siempre fiel”.
Nada más lejos de la realidad.
UNA TREGUA MUY “FECUNDA”
En el período entre las dos guerras de Independencia, conocido como “La Tregua Fecunda”, Maceo partió al exilio y realizó un periplo por varios países de la región. Exceptuando el caso de Costa Rica, ―donde echó raíces durante casi cuatro años y llegó a fundar una colonia― , en el resto de los casos sus estancias fueron siempre ocasionales y sin intención de pernoctar mucho tiempo.
Después de breves estadías en Haití ―donde fue perseguido por agentes a sueldo del gobierno español en coordinación con el consulado de Puerto Príncipe, para su eliminación física―, en 1879 Antonio Maceo llega a Jamaica en el buque de guerra español Fernando el Católico, acompañado por su amigo, el general mambí Bernabé “Bembeta” Varona, para reunirse con María y parte de su familia, que ya lo esperaban allí.
En Kingston está por fin a salvo y deja de ser perseguido gracias a un salvoconducto que le ofrece el general español Arsenio Martínez Campos, el más amigo de sus enemigos. Maceo ya había estado antes en Jamaica, durante unos días de mayo de 1878, con la misión del Gobierno Provisional de recaudar fondos dentro de la emigración cubana para la guerra, conocía la ciudad y había hecho allí grandes amigos. Y amigas.
Así que, desde julio de 1878 a septiembre de 1879, Maceo se instala con su familia en una pequeña finca en las cercanías de Kingston. Pero sucede algo entonces que lo libera completamente de sus obligaciones para con la Patria.
En Kingston, Maceo se había sumado a la conspiración que preparaba Calixto García para reiniciar la lucha en la Isla. Pero inesperadamente, renuncia y se aparta de esos preparativos. Lo hace, porque el General García, que se había dejado llevar por los rumores de que la revolución que se preparaba, sería una guerra de razas, lo aparta de la expedición que saldría hacia la Isla, y lo releva de la jefatura del Departamento Oriental.
Maceo monta en cólera ante lo que interpreta como un agravio de García, cuyos enfrentamientos con él y con otros mambises negros por motivos raciales ya tenían un amplio historial previo a la Tregua Fecunda, y ampliado con posterioridad.
Por esa razón se enfada y decide volver a Haití, a pesar de los ruegos de María. En Haití, el salvoconducto de Martínez Campos no tiene validez y su vida corre otra vez peligro, pero allí estará desde septiembre de 1880 hasta febrero de 1881. Luego de un fallido intento de regresar a Cuba a incorporarse a la Guerra Chiquita, El Titán se queda sin dinero para sus gastos personales y no puede armar otra expedición, así que vuelve a Jamaica.
El regreso a Kingston es un respiro para el joven prócer. Apartado momentáneamente de los preparativos de la guerra, por primera vez en muchos años, Antonio está relajado, excepcionalmente libre de responsabilidades con la revolución, y más abierto a los pequeños placeres de la vida.
Aumenta algunas libras de peso y se deja crecer la barba que siempre llevó recortada en su primera juventud. Tiene 34 años y está en la flor de su virilidad y fortaleza.
Tanto él como su hermano menor José Marcelino, “El León de Oriente”, monopolizan el podio de “hombres guapos” de la familia, y son perseguidos por mujeres de todas las razas. Lo demuestran varias cartas de Eusebio Hernández, que comenta a un amigo, también en el exilio, residente en Costa Rica, el éxito de los hermanos Antonio y José entre las mujeres jamaicanas, “que no les dan tregua, menos aún que los soldados españoles en el campo de batalla”, apunta picante el médico.
Aunque no hay evidencias que lo avalen, me gusta imaginar a los hermanos Antonio y José Maceo, de paseo por los serrallos de Kingston junto al doctor Eusebio Hernández y a otro amigo y confidente en el exilio jamaicano, el patriota Justo Solórzano, al que le confesará casi todo lo que era inconfesable para un hombre de su talla moral.
Su hermano menor José era alto, fornido y esbelto, de mirada dura y ceño adusto, pero gran prestancia y dulcísima sonrisa. Dicen que, al trato, era un joven jovial, sincero y desinteresado, presumido y muy cuidadoso de su aspecto personal. Poseía una notable sensibilidad musical y cuentan que era un experto guitarrista. Tenía la mejor caligrafía de todos los Maceo y, ya siendo general, escribía él mismo los documentos que otros generales encomendaban a sus secretarios.
Pero también José era un hombre muy temperamental y de enfado fácil, irascible y de poca paciencia. Fue histórico su duelo a primera sangre con Guillermón Moncada, por ese motivo, y también se documenta que masacró a muchos prisioneros españoles de forma cruel, desoyendo a sus subordinados, que le pedían infructuosamente actuar observando los códigos de honor de la guerra. Estas oscuras trazas de su carácter lo han condenado también al silencio histórico oficial, que no admite héroes con máculas.
Antonio era un coloso de seis pies de músculo, rostro hermoso y viril “hecho a cincel como un busto griego” ―decía su admirador el poeta Julián del Casal―, y de exquisita elegancia en el vestir. Pero también era callado y discreto, y aunque tenía más carácter y dotes de liderazgo que su hermano menor, era muy educado, galante y gentil con las mujeres, y eso le granjeaba una gran popularidad entre las féminas.
El historiador Ciro Bianchi Ross también describe al Titán durante aquellos días:
“Maceo es el héroe de la guerra y es también el caballero irreprochable; un conversador atento, fino en el trato. Los años de lucha y sacrificio no le hicieron perder sus hábitos de pulcritud y su vestimenta realza su elegancia natural. Se toca con un sombrero de copa y luce una levita inglesa que, entreabierta, deja ver el escudo de la República que lleva al relieve en la hebilla del cinturón. El sastre Leonardo Valencienne aprecia, como buen conocedor, las medidas estatuarias del patriota. «¡Qué figura! Así da gusto cortar una prenda», exclama orgulloso de contarlo entre sus clientes. Tiene un cuerpo macizo y músculos de acero. Es alto, ancho de espaldas. El cabello empieza ya a encanecerle, pero el rostro se mantiene fresco y los ojos le relampaguean. La voz es pausada y suave, aunque el acento es ligeramente gutural. Tiene una mirada profunda y escrutadora, pero dulce. Julián del Casal, que le dedicó su poema “A un héroe”, no pudo evitar exclamar al verlo: «¡Es muy bello!».
Pero volviendo a Kingston, esta vez Maceo se establece en el poblado de Barrenquí junto a su esposa María Cabrales, en una casa independiente de la que ocupaba su madre Mariana y sus hermanos. Tiene más tiempo libre para compartir con sus amigos, sobre todo con el doctor Eusebio Hernández, su médico en la manigua y su amigo, cómplice y también confesor. Durante todo este tiempo, la presencia constante de María Cabrales en la vida de Maceo, evita que el Titán se entregue a bajas pasiones extramatrimoniales.
Pero su abstinencia no dura mucho tiempo.
AMELIA MARRYAT: EL MISTERIO
Ni siquiera el meticuloso experto historicista José Luciano Franco pudo seguir con claridad la pista de esta misteriosa jovencita, ni encontró muchos detalles de su relación con Antonio Maceo.
De ella solo se sabe que se llamaba Amelia Marryat (o Marryatt, según qué fuente), que era una mestiza muy hermosa, de figura grácil e inquisitivos ojos verdes, que vivía en un modesto edificio de la calle Princesa en el viejo Kingston, y que Maceo no pudo evitar caer rendido a sus pies, y también en su cama.
El idilio fue a mayores. Mientras María esperaba en casa, Maceo intimaba con la bella Amelia, que finalmente quedó embarazada del caudillo.
El fruto de esa pasión nació un día indeterminado de mayo de 1881, un dato que brinda José Luciano Franco, corroborado por el presidente Tomás Estrada Palma en una carta fechada a finales del siglo XIX, y dirigida a su amigo, el general José Lacret Morlot, subordinado de Maceo.
Estrada Palma le aclara a Lacret en su misiva, que Antonio Maceo hijo, había nacido efectivamente en Kingston, Jamaica, en 1881, que ya para esas fechas tenía 18 años de edad y que entonces vivía en los Estados Unidos, bajo su tutela. El presidente en ese momento era de las pocas personas que sabía de la existencia del descendiente del Titán de Bronce.
La afirmación de Estrada Palma respondía a la curiosidad que despertó en Lacret un artículo publicado en un periódico, que desmentía a unos individuos que, por esos días, se auto titulaban hijos de Maceo. También el general Silverio Sánchez Figueras, compañero de armas del líder mambí, salió al paso de esta falsedad desde el diario santiaguero El Cubano Libre, el 23 de octubre de 1899.
¿Pero cómo es que nadie o casi nadie sabía de la existencia del hijo de Maceo durante casi dos décadas?
El exilio de su padre y sus largos años viviendo fuera de Cuba, tuvieron mucho que ver. Pero más aún, el empeño de El Titán en no denostar la imagen pública de su mujer María Cabrales, con la que siguió casado después de dejar a Amelia embarazada. Así que, aunque su paternidad era vox populi en Kingston, en Cuba el secreto quedó relativamente a salvo.
Antonio Maceo Marryat fue bautizado por su propio padre con su mismo nombre en una capilla de Kingston. Pero Kingston era entonces como un pueblo grande, y María Cabrales supo enseguida de la existencia de ese hijo bastardo, pero reconocido por su cónyuge.
Franco describe en su libro “La verdadera historia sobre la descendencia de Antonio Maceo”, esos días en la vida de María Cabrales. La dibuja derrotada y triste por la infidelidad de su marido, y frustrada al saber que otra mujer había conseguido engendrar un hijo que llevaba su apellido, por propia voluntad de Antonio.
En el fondo yacía una tragedia. María estaba en inferioridad de condiciones con respecto a Amelia, porque había quedado estéril después de su último parto. Nunca podría competir con una mujer que, para colmo, –como se demostraría más tarde–, sería solo un capricho pasajero en la vida sentimental de su marido.
José Luciano Franco también narra los días previos al nacimiento de “Antoñito” o “Toño” –como lo llamaría siempre su padre–, durante los cuales Maceo pasaba “por una situación peculiar”. Cuenta Franco:
«Otras preocupaciones de índole sentimental, plenamente llenaban sus horas de incertidumbres dolorosas. Por un lado, su María, la compañera abnegada y valiente de los años más duros y crueles, estaba muy enferma. Las inquietantes emociones de los últimos meses habían minado fuertemente su fortaleza de acero. Por otro lado, Amelia Marryat (sic) la madamita seductora de la calle Princesa, a quien visitaba diariamente en compañía de Justo Solórzano, amigo y confidente de aquellos amores, llevaba en las entrañas un hijo suyo. Maceo, carente de dinero, tenía que empeñar sus últimas prendas para cubrir los gastos inesperados. El Dr. Hernández era el médico que asistía a las dos, y, a veces, debía fungir a su manera, de cura de almas, para llevar aliento y reposo a dos personas igualmente queridas y respetadas que se enfrentaban a la cruda realidad de un destino adverso».
Curiosa –y recurrente, porque también la encontramos en los biógrafos de Martí–, esta forma sutil de liberar de cualquier responsabilidad moral o emocional a Maceo, del desaguisado del que fue único responsable, para no mencionar las cosas por su nombre. Fueron simplemente unos cuernos de Maceo a María con resultado de embarazo de Amelia.
Pero debo ser justo y poner aquí distancia entre esta infidelidad de Maceo a María, y su posterior comportamiento como padre de Toño, y aquellos cuernos de Martí a Carmen Zayas-Bazán, y la intermitente y no siempre paternal atención del Apóstol hacia su hijo Ismaelillo.
Mientras Martí –en general– desatendió gran parte de su vida a José Francisco –por mucho que lo amara–, imbuido en los preparativos de la guerra en el exilio, Maceo cumplió cabalmente con sus obligaciones como padre de un hijo nacido fuera del matrimonio, y al que dio su apellido. Lo hizo aun suponiendo esto un inmenso dolor para María, y se mantuvo firme en su rol de padre hasta el día de su muerte.
LA NIÑEZ DE TOÑO
A fines de junio de 1881, aconsejado por su amigo el General Máximo Gómez, Antonio Maceo se trasladó a Honduras con su hermano Marcos donde permanecería hasta 1884, enfrascado en los preparativos de la guerra. En Honduras los esperaban los patriotas y también viejos amigos Tomás Estrada Palma y José Joaquín Palma.
Desde Honduras, Maceo siguió ejerciendo de padre abnegado y responsable. Para ello contó con la ayuda y confianza de sus amigos cercanos y compañeros de lucha, que le hacían de puente para recibir y enviar noticias de su hijo, que había quedado en Kingston con Amelia, y también costear sus primeros años de educación. De este momento son las cartas de Eusebio Hernández en las que el médico menciona a “el amiguito”.
Un hermano del patriota Manuel de Jesús “Titá” Calvar, comerciante en la región hondureña de Puntarenas, sirvió a Maceo de enlace con Amelia para enviarle con regularidad el dinero de la manutención del niño, que nunca dejó de llegarle; Titá se lo entregaba, aunque Maceo no lo tuviera en ese momento. Pero los servicios de Titá se interrumpieron cuando el comerciante se estableció definitivamente en Kingston. En carta al general Antonio, con fecha del 31 de julio de 1882, Calvar le explica:
«La última remesa de dinero que le hice a Antoñito, fue por vía de New York, porque no me fue posible conseguir aquí ninguna clase de oro conveniente para Jamaica».
Pero Maceo rápidamente encontró otra vía para mantener a su hijo: su viejo compañero de la Junta Revolucionaria Cubana en Kingston, José F. Pérez, que tenía una fábrica de tabacos en la capital jamaicana.
Maceo le escribe a Pérez: «Por un giro que hace nuestro amigo Don Juan Palma, recibirá V. veinte libras esterlinas que me hará el favor de entregar a Miss Amelia Marryat (sic), madre de un chico que tengo en Kingston, a quien escribo con esta fecha. Esto es un asunto, no el más adecuado para V., pero como estoy seguro que V. mejor que otro podrá apreciar mi situación respecto de un hijo, no he dudado recomendar a V. el asunto que me ocupa, pues a la vez que forme un juicio desfavorable hará otro que disculpe en algo mi conducta».
Amo estas palabras sinceras de Maceo admitiendo su culpa; y me duele reconocerlo, pero Martí no las pronunció jamás para reconocer la suya.
Desde 1884 hasta 1891, Maceo está muy ocupado viajando por varios países del continente, en gestiones derivadas de su cargo como dirigente de la revolución, pero Amelia no deja de recibir dinero para Toño ni un solo mes. Y no solo atiende a su hijo desde la distancia, sino que llega a visitarlo en Kingston hasta cinco veces, porque quiere convencerse con sus propios ojos de que Amelia no le miente cuando le dice en las cartas que el niño está bien.
En 1891 Maceo fija por fin su residencia en Costa Rica con María Cabrales, donde consigue unas tierras para fundar «La Mansión». La triste y silenciosa presencia de la Cabrales parece una aceptación tácita del hecho consumado: para siempre y hasta el fin de los días de su marido habrá una parte de su corazón que pertenecerá a un hijo que lleva la sangre del prócer, y la de otra mujer.
María cargará desde entonces con su dolor, pero seguirá siendo fiel a Antonio, y no lo abandonará hasta su muerte.
AMELIA SE ESFUMA
Hay un extraño e inquietante vacío en este segmento de la historia. No se sabe muy bien qué ocurrió, pero Amelia Marryat desapareció de la faz de la tierra, dejando a Toño en completa soledad.
Algunos autores aventuran que murió de una dolencia fulminante, pero el historiador José Luciano Franco no se atreve a confirmar este extremo, y simplemente dice que “de repente desapareció”.
Tengo fundamentadas sospechas de que esta ambigüedad deliberada del historiador obedecía a alguna certeza -sin confirmar- relacionada con el verdadero final de Amelia, que quizás no se atrevió a relatar por falta de pruebas.
No vale especular sobre lo que pasó realmente, aunque se ha hecho muchas veces. Se fantasea con la idea de que Amelia era una en realidad una mujer irresponsable, voluble y “ligera de cascos” –se ha dicho incluso que aquel edificio en que vivía en la calle Princesa, era un prostíbulo–, y que abandonó a su hijo, sin más. También hay conjeturas sobre un supuesto asesinato del que nunca se encontró el cadáver. Todas son cábalas.
Sea como fuere, Amelia Marryat repentinamente dejó de formar parte de la vida de Toño a finales de 1891, cuando éste solo tenía 10 años. Al enterarse, Antonio dispuso que su pequeño vástago se reuniera rápidamente con él en Costa Rica.
Ya bajo su protección directa, Maceo lo matricula como interno en un colegio de la ciudad costarricense de Cartago, donde Toño cursa estudios hasta 1895, aunque alguna vez transmite a su padre la sensación de que no rinde en los estudios como quisiera, porque se le dificultan las clases en español, siendo el inglés su lengua de crianza.
Como dato curioso, vale recordar que, en ese ínterin, José Martí visita a Maceo en Costa Rica en dos oportunidades: en junio de 1893 y en junio de 1894, la segunda vez acompañado de Panchito Gómez Toro. Con toda razón José Luciano Franco supone que, durante esas visitas, Maceo hablara con ambos sobre su hijo Toño.
Dos acontecimientos seguidos marcan a Maceo en esos días: el 6 de marzo de 1893 fallece su hermana Baldomera Maceo, y en noviembre de ese mismo año muere su madre Mariana Grajales. A Maceo le quedan María y el pequeño Toño como únicos consuelos, pero ni siquiera la cercanía de su hijo permite que el Titán viva esos días de exilio con tranquilidad.
El 10 de noviembre de 1894 es objeto de un intento de homicidio: recibe un balazo a la salida del Teatro “Variedades” disparado por un grupo de españoles, que, enterados de su presencia en el lugar, habían intentado acabar con su vida. En diciembre sufre dos intentos de envenenamiento en el Hotel donde se hospeda. Su seguridad está amenazada a tal extremo, que su amigo Enrique Bock le ofrece su casa y le sitúa guardias de seguridad para evitar que caiga en alguna celada española. Debe moverse escoltado cuando se traslada a Cartago a ver a su retoño en el colegio.
A comienzos de 1895, Maceo es informado por el Partido Revolucionario Cubano de la inminencia de su partida a la guerra, próxima a estallar en febrero. Decide, pues, despedirse de su amado hijo, aun internado en la escuela de Cartago, y le escribe:
«Pide, pues, permiso al Director, para abrazarte y para que lleves la paga de las mensualidades pendientes de arreglo. Tu padre que desea verte…».
Tras dejar a su hijo en el colegio, y al cuidado eventual de su hermano Marcos, Antonio Maceo abandona Costa Rica en barco para arribar a Duaba, en el oriente cubano, el 1 de abril de 1895. Se reiniciaba la lucha independentista.
Desde entonces El Titán de Bronce no dejará de pensar en su hijo ausente, y con frecuencia manifestará a sus compañeros de lucha el dolor que siente al no poder encargarse personalmente de su crianza y formación. Maceo tiene un gran interés en que Toño reciba la preparación que él no recibió.
Ya iniciada la guerra, desde la manigua, el general continúa manteniendo a su hijo económicamente. Tras la dolorosa muerte de su amigo José Martí, ocurrida en Dos Ríos el 19 de mayo de 1895, desde La Mejorana, el 23 de agosto de 1895, Maceo le escribe a su amigo Alejandro González, conocido como Gonzalito:
«Con Manuel Arango, de Santiago de Cuba, le remito ($300) trescientos pesos, con los cuales, de acuerdo con Marcos, mi hermano, ayudarán V. y él a la educación de Antonio mi hijo, poniéndolo interno en un colegio o pagando personas que se encarguen de seguir su enseñanza en la forma que la tiene preparada, es decir, español e inglés que aprendía en Costa Rica».
El 1 de abril de 1895, ante el recrudecimiento de la guerra y temiendo que los españoles atenten contra la vida de su hijo en Costa Rica, Maceo hace trasladar a Antoñito otra vez a Kingston, y lo pone bajo las tutelas de su hermano Marcos y su amigo Alejandro Gonzáles. A ambos los instruye en cuestiones precisas sobre la educación y asignaturas que debe recibir el adolescente en sus estudios medios. En lo adelante continúa enviando regularmente dinero a su hijo desde los campos de Cuba por diversas vías, entre ellas, la Delegación del Partido Revolucionario Cubano en Jamaica.
Marcos cumplió las indicaciones recibidas de Antonio y matriculó al joven en el York Castle High School, “el mejor que hay en esta isla” según una carta suya enviada a su hermano. Allí Toño cursó y aprobó las asignaturas correspondientes a la Enseñanza Media, entre ellas Lengua, Gramática Inglesa, Matemática, Literatura, Composición, Historia, y Geografía.
LA MUERTE DEL TITÁN
El 7 de diciembre de 1896 Maceo muere junto a Panchito Gómez Toro bajo fuego español en Punta Brava, y Toño queda huérfano también de padre a la edad de 15 años.
El general Enrique Loynaz del Castillo hace un retrato inmejorable de María Cabrales en el momento de su muerte, relatando un hecho ocurrido pocas horas después de que el cuerpo moribundo del caudillo fuera rescatado del campo de batalla:
“María marchaba a pie junto a la parihuela que conducía a Antonio moribundo. Éste iba escoltado tan solo por una docena de hombres que comandaba José, su hermano tan corajudo como Antonio. Iban perseguidos tenazmente por una columna española que les seguía el rastro y ya les daba alcance. Les pisaba los talones cuando acudió a los disparos el General “Mayía” Rodríguez con una pequeña tropa. Cuando el momento era más peligroso, cuando ya era inminente un fatal desenlace, al ver al recién llegado que estaba aún desorientado, María Cabrales, con una fuerza impensada en una mujer, con una energía de General, le ordenó a Mayía: “¡A salvar al General Antonio, o a morir con él!”.
Una carta desconocida de su puño y letra, recientemente descubierta por el investigador matancero Carlos Acevedo, muestra la fidelidad de esta mujer, aun después de la muerte de su esposo. En la misiva, fechada el 22 de enero de 1897, en San José, Costa Rica y remitida al periodista y político español Emilio Castelar, Cabrales critica con dureza las festividades en España por la muerte en combate de Maceo. María denuncia la actitud del gobierno español de entonces, que a golpe de campanas y fanfarrias lanzó al pueblo a las plazas y paseos a festejar la muerte de Maceo. Sobre la actitud española y las virtudes de Maceo, su esposa recuerda al periodista español:
"Y como sería insensato después de todo pedirle a un español, sea de espíritu tan levantado como Ud. que venere y admire la memoria del guerrero indomable que aterrorizó a la nación por largos años y que, en Jobito, en Peralejo, en Calimete, en Coliseo, en Guamacaro, en San Luis, en Paso Real, en Las Taironas, en Lomas de Rubí, en San Claudio, en Lomas de Torino, El Negro y en Artemisa derrotó a los mejores generales españoles”.
María sobrevivirá ocho años a Antonio, después de concluir la guerra y la intervención militar norteamericana en Cuba, sin reclamar nada al gobierno; ni honor ni ayuda. Sufrirá la ausencia de quien jamás hubiera plegado su espíritu rebelde al arbitrio estadounidense, hasta que su corazón cansado de sufrir, se detiene para siempre en 1905.
María amó a Antonio hasta su último aliento, y aventuro que, vistos los hechos, también al final perdonó su dolorosa infidelidad, pero jamás tuvo ningún contacto con su hijo, fruto de aquel desliz. Ignoro qué sentimientos albergaría hacia el joven Maceo en el fondo de su corazón.
Tras la caída en combate de su padre, se agotaron los últimos fondos para el financiamiento de los estudios de Antonio Maceo Marryat, remitidos en septiembre de 1896. En junio de 1897 la Delegación del Partido Revolucionario Cubano se hace cargo de su educación en el York Castle High Schoool hasta el fin de la guerra. Con el cierre de las oficinas del Partido en noviembre de 1898, el dinero para su manutención se redujo a las escasas posibilidades del bolsillo exiguo de su tío Marcos.
Después de la guerra, la situación económica de la familia Maceo Grajales, como la de muchos emigrados, era de una espantosa miseria. Marcos apenas podía dar de comer malamente a sus parientes en una ciudad arruinada y destruida por la guerra, así que el joven Maceo tuvo que enfrentarse a la dura realidad sin medios para sobrevivir.
En Cuba se vivía la confusión de post guerra, con la ocupación militar norteamericana, pero los patriotas radicados en Santiago de Cuba se solidarizaron con la situación de Toñito y solicitaron ayuda al Gobierno.
Finalmente, en septiembre de 1899, el presidente Tomás Estrada Palma da luz verde al traslado de Antonio Maceo Marryat a los Estados Unidos, con el fin de que se matricule en una escuela superior de Ithaca, New York, para su posterior ingreso en la Universidad de Cornell.
TOÑO EN LOS ESTADOS UNIDOS
En septiembre de 1899, gracias a la gestión personal de Tomás Estrada Palma, que por aquellos días estaba en Nueva York, el joven Maceo se traslada a esa ciudad para matricular en la Escuela Superior de Ithaca, que dirigía el señor F. D. Boyuton.
Hay siete cartas fechadas a finales del siglo XIX de puño y letra de Antonio Maceo Marryat en los Estados Unidos, dirigidas a su protector Tomás Estrada Palma.
Las misivas carecen de un gran valor documental, porque solo contienen comentarios aparentemente insustanciales; listados de cosas que el joven necesitaba para sus estudios, necesidades primarias de subsistencia o relatos sobre pequeños acontecimientos de su vida diaria. Pero esas cartas demuestran de forma concluyente que Estrada Palma ocupó el lugar de Maceo como padre y protector de su hijo.
Una de ellas corresponde al 14 de octubre de 1899, escrita un mes después de su llegada a Norteamérica. Dice:
«Ahora Ud. puede confiar en mí que yo haré todo lo posible en estudiar. Mi deseo es concluir más pronto. Yo no quiero estar aquí mucho. Mi deseo es salir de aquí cuanto antes. Ud. no tendrá quejas de mí en mis estudios…».
Pero el principio no fue fácil para Toño, tuvo que repetir la enseñanza media (High School) porque no había recibido una buena preparación durante sus estudios en Costa Rica y Jamaica. Materias como álgebra avanzada, geometría, trigonometría y francés, resultaron muy difíciles de vencer para Toño, que se vio obligado que cumplir dos cursos intensivos en la Escuela Superior de Ithaca, para aprobarlas. Pero finalmente lo consiguió con su empeño y por el compromiso que había hecho con Estrada Palma, de aprovechar el tiempo y la oportunidad que le había sido dada.
Finalmente, ingresó en la Universidad de Cornell, donde matriculó la carrera de Ingeniería. Estrada Palma corrió otra vez con todos los gastos derivados de su manutención, vestimenta, alimentación, material de estudios y una mesada para que dispusiera de dinero de bolsillo. Tomás se nombró tutor de Antonio después de consultar el asunto con el general Lacret Morlot:
«Yo he pensado como Ud., que la circunstancia de no ser Antonio hijo legítimo del General, no es motivo de ningún modo, para que dejemos de prestarle toda la ayuda posible de igual manera que lo haría su padre, estando vivo».
El joven Maceo se recibió finalmente de ingeniero en 1909 en Ithaca. Para entonces era un robusto gigante de la misma estatura de su padre, con los ojos verdes de su madre, pero de formas suaves y tranquilas que en nada recordaban el fuerte carácter de su progenitor.
Conoce entonces a la joven norteamericana Alice Ysabal Mackle, de quien se enamora y con quien se casa casi enseguida. La pareja comienza a plantearse viajar a Cuba para residir allí.
TOÑO EN CUBA
En 1904 Maceo Marryat decide trasladarse a vivir con su esposa a la tierra de su padre.
En calidad de único descendiente directo de El Titán de Bronce, durante varios años preside numerosos actos conmemorativos, entre ellos, el develado de la estatua de su padre en el habanero parque Maceo, el 20 de mayo de 1916. También milita en el Partido liberal y, alentado por los amigos de su padre, se postula para representante por Oriente en 1917.
Pero su presencia en Cuba se diluyó poco después. Durante muchos años, Antonio Maceo Marryat trabajó como Ingeniero en la Secretaría de Obras Públicas, llevando una vida modesta, de muy bajo perfil social y político, y sin ostentaciones. Hizo tan poco ruido, que muy pocas personas conocían de su existencia, entrada la era republicana, a pesar de haber sido una figura pública notable a principios de siglo.
¿Por qué su nombre dejó paulatinamente de sonar en la historia y en la sociedad cubanas, hasta dejarse de escuchar del todo? Intentemos descubrirlo.
EL ANONIMATO DEL HIJO DE MACEO DURANTE LA ERA REPUBLICANA
En abril de 1902, Tomás Estrada Palma, a la sazón electo presidente de la nueva República de Cuba libre, emprendió desde New York su viaje de regreso a la Patria, tras más de dos décadas de ausencia. Iba a tomar posesión como presidente el 20 de mayo de ese año. Recordemos que el aviso de que debía volver lo recibió personalmente de otro hijo de prócer celebérrimo: Calixto García, coordinador del nuevo gobierno, le mandó el mensaje con José Francisco Martí Zayas-Bazán, “Ismaelillo”, que se licenciaba del ejército y volvía a New York a buscar a su madre Carmen Zayas-Bazán.
Manuel Márquez Sterling, periodista de excepción, contaba en las páginas de El Fígaro:
«Estrada Palma ha sido el educador del hijo de Antonio Maceo, un gallardo joven que parece llamado a perpetuar la fortaleza de su familia heroica. Se dijo que el señor Estrada Palma traería con él al joven Maceo –como quien trae una enseña revolucionaria– mas, al fin, háse confirmado la noticia en contrario, esto es, la que nos enteraba de que el hijo del Mártir continuaría en los Estados Unidos hasta terminar sus estudios. Pero él vendrá a Cuba, tarde o temprano, y visitará el campo en donde palpita la gloria de su padre».
Y en efecto, dos años más tarde, Toño venía a establecerse en la tierra de su padre alentado por Estrada Palma, y el diario El Mundo informaba de su llegada a la Isla con su esposa Alicia Mackle:
«El hijo del inmortal Antonio Maceo se encuentra en La Habana desde hace días y ha honrado nuestra redacción con su interesante visita. Alto, bien plantado, de simpática figura y rostro bondadoso e inteligente, lleva en la mirada algo de la mirada de su glorioso padre, como sello de la inmortalidad de su nombre. ¡Antonio Maceo!».
Al principio, todo eran loas al hijo del Titán. El albacea histórico de Maceo, el catalán José Miró Argenter, al encontrarse con él, lo estrechó entre sus brazos y exclamó: «¡Eres el vivo retrato de tu padre!».
También el reconocido periodista Ramón Vasconcelos Maragliano, uno de los pocos amigos que conservará a lo largo de su vida, lo describe en esos primeros momentos en Cuba, familiarizado «con las costumbres y el idioma del Norte, parecía un yanqui, por sus trajes holgados, su paso militar, su acento un poco trabajoso de extranjero aclimatado y su dominio de las efusiones, tan indomeñables en el cubano genuino».
Pero pronto Toño comenzó a sentir el ninguneo y el desprecio del que fueron víctimas la mayoría de los descendientes de mambises negros después de la Independencia.
Comienza a ser cuestionado por la sociedad blanca, que lo irrespeta, acusándolo de no estar a la altura de la memoria de su padre. Se le compara con su progenitor a la baja: “no ha hecho nada por la Patria como Antonio, es blando, de pocas luces, y de oscuro nacimiento” comenta algún periódico insidioso. «Se puso en tela de juicio lo que, por discreción, delicadeza y respeto a la memoria de su padre, jamás debió haberse discutido», reprocha con tristeza Márquez Sterling en un amargo editorial de El Fígaro.
Y es cierto que el joven Maceo no parecía haber heredado los arrestos del hijo de Mariana, ni su osadía para enfrentar la vida cotidiana, pero no estaba obligado a cargar con esa absurda responsabilidad. Era un hombre negro de paz, y eso lo estigmatizaba y le impedía presentarse en sociedad como un “hijo distinguido”, igual que hacía en ese mismo momento el sibilino hijo de José Martí. “Ismaelillo” sí traía galones militares ganados en el campo de batalla. Y era blanco.
Imagino lo que pudo sentir Toño Maceo al leer en la prensa cubana pocos años más tarde, en 1912, que el hijo blanco del amigo de su padre había dirigido y después celebrado la mayor matanza de negros de la historia de Cuba. Algunos de ellos habían sido antiguos compañeros del Titán de Bronce en la manigua, masacrados sin piedad por el hijo del Apóstol durante el vergonzoso episodio de la rebelión de los negros del PIC.
Como anécdota, el periodista Ramón Vasconcelos relata que, tiempo después, vio un día a Maceo Maryatt ya olvidado y borrado de la sociedad cubana por los mismos que antes le tendieron la mano, por ser hijo de uno de los tres hombres más importantes de la lucha independentista.
Cuenta Vasconcelos que “ante una situación tan desoladora, el periodista se atrevió a sugerirle que era hora de que hiciese algo para que le tomaran en cuenta. Por ese entonces, el ingeniero se encontraba cesante de un puestecito temporal que tenía en la Secretaría de Obras Públicas, el que representaba su única fuente de ingresos.
Con el mandato presidencial de Mario García Menocal (1913-21) y las gestiones de otro hijo de mártir, Carlos Manuel de Céspedes Jr., también blanco y por entonces cónsul en París, le fue solicitado a Toño Maceo un crédito con la finalidad de «comprarle las casas de dos plantas de la calle Manrique, para que viviera en una y alquilara el resto».
Acoto aquí que Céspedes se portó muy bien, no solo con Maceo, sino con otros hijos de próceres negros olvidados e, incluso, con el escultor mulato José Vilalta de Saavedra, que pasó por la misma situación de estigma y olvido a que lo relegó la nueva Patria por la que tanto hizo.
Maceo Maryatt recibió por fin las dos viviendas autorizadas por Menocal, pero en calidad de usufructo con la prohibición de poderlas ceder, vender o hipotecar. Allí nacería su único hijo Antonio Maceo Mackle.
ANTONIO MACEO MACKLE, EL NIETO DEL TITÁN
El hijo de Toño y tercer Antonio de la dinastía, nació en La Habana el 9 de agosto de 1920. De mayor sus parientes lo llamarían “Tio Bobby”, abreviado de “Bubbles” que era como su madre solía llamarlo cuando era un niño.
Antonio Maceo Mackle asistió al Colegio Mimó y al Instituto de la Habana, se recibió de médico en la Universidad de París en 1936 y también de la Universidad de La Habana en 1938, con un doctorado en medicina.
Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre excepcional, un “mulato claro”, muy correcto, educado, culto y muy buen mozo, que hablaba inglés, francés y español con fluidez, y enamoraba con su verbo pausado y exquisito.
Como su abuelo y su padre, medía más de 6 pies, y tenía los intensos ojos verdes que ambos heredaron de Amelia, la jamaicana. No se vanagloriaba jamás de ser el único nieto de Antonio Maceo, pero si alguien sacaba el tema, recordaba a su interlocutor que era un compromiso enorme porque muchos pensaban que debía emular a su abuelo, “y como mi abuelo hay uno entre millones; yo nunca podría competir con él, ni tengo necesidad de hacerlo".
Antonio Maceo Mackle fue más despierto y activo que su padre, y también más celoso en la defensa de su dignidad racial. Consciente de su historia familiar, desde muy joven se dio su lugar como hombre y como ciudadano, y demostró a la Cuba republicana que el color de su piel nada tenía que ver con sus valores personales como ser humano, como patriota y como profesional.
Ya graduado de médico y siendo un reconocido cirujano, Maceo Mackle prestó servicios en salas de emergencia en La Habana y trabajó en el Hospital General de La Habana, en el Hospital General de Freyre de Andrade y en el Hospital de Maternidad de Línea. Luego se unió al ejército con un rango de Capitán y sirvió en el Hospital Carlos Finlay.
Contrajo matrimonio con la joven habanera Angelina Masqué y por sus méritos, ya avanzada la República, ocupó el cargo de subsecretario (viceministro) de Salubridad en el gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-52).
El triunfo revolucionario puso enseguida sobreaviso al tercer descendiente de Maceo. Inmediatamente entendió que el gobierno de Castro no garantizaba las libertades democráticas por las que luchó su abuelo, y mantendría la discriminación racial que sufrió su padre durante la era republicana.
Así que, en franco y abierto rechazo al castrismo, Antonio Maceo Mackle se trasladó a vivir con su esposa a los Estados Unidos el 11 de julio de 1960, ocho años después de la muerte de su padre, y se estableció la ciudad de Miami, Florida.
Entre 1961 y 1963 fue miembro del Consejo Revolucionario Cubano, y también participó en un programa de rehabilitación de los miembros enfermos y lesionados de la Brigada 2506 ofrecido por la Asociación Médica del Condado de Dade. Apareció regularmente en un programa de radio emitido en Cuba y América Latina llamado "El médico y usted".
En 1963, comenzó a ofrecer sus servicios médicos al Departamento de Salud Pública del Condado de Dade y, en 1971, al Centro de Refugiados Cubanos. De 1976 a 1984, Maceo Mackle estuvo a cargo de los pacientes aquejados de enfermedades infecciosas en el Departamento de Salud Pública del Condado de Dade.
Maceo Mackle mantuvo muy viva la memoria de su abuelo, y afortunadamente fue un amante de la historia, tanto de su familia como de los lugares e instituciones con los que se relacionó en su larga carrera.
Es el responsable de que hoy se conserve en Miami gran parte de la correspondencia personal que su padre tuvo con su abuelo, materiales relativos al Consejo Revolucionario Cubano, artículos relacionados con los programas de radio del exilio cubano en la década de 1960, y muchos archivos de actualidad recopilados por él relativos al Centro de Emergencia de Refugiados de Cuba (1961-1963) y YMCA (1967).
También recopiló y guardó manuscritos, comunicados de prensa y otros materiales del programa para su programa de radio, “El Médico y Usted” y archivos temáticos sobre organizaciones como la Brigada 2506, el Colegio de Abogados de la Habana, Comandos Delta, Comisión Interamericana de Paz, Confederación de Trabajadores en el exilio, Operación Alfa, Solidaridad Cubano Americano, y la Unión Nacional Demócrata. Igualmente, investigó y recopiló documentos sobre la legislación del azúcar, Manita Castro, el Departamento de Estado de los Estados Unidos y el Dr. Manuel Antonio de Varona Laredo.
Maceo Mackle también tuvo descendencia, su hijo Antonio Maceo Masqué, bisnieto del Titán y cuarto Antonio de la saga de los Maceo, que aún vive en los Estados Unidos, pero que ha preferido el anonimato a la fama, por voluntad propia.
El 1 de julio de 1995, El Nuevo Herald de Miami anunciaba el fallecimiento de Antonio Maceo Mackle, nieto de El Titán de Bronce, ocurrida el lunes 29 de mayo de 1995:
“Antonio Maceo, de 89 años, homónimo del general que luchó en la Guerra de la Independencia de Cuba, fue enterrado el miércoles en el cementerio de Nuestra Señora de las Mercedes en Miami. Era un caballero cubano, dijo Andrés Vargas Gómez. "Un hombre refinado, culto y siempre preocupado por su nación". Maceo estudió medicina en Francia y tuvo responsabilidades en el área de salud pública en la Cuba republicana (antes de Castro). Era un miembro consumado del partido Auténtico. En su carrera profesional, se distinguió como especialista en cirugía, ejerciendo durante muchos años en el Hospital de Emergencias de La Habana. Abandonó la isla después del triunfo de Fidel Castro, para integrarse en el exilio al Comité Asesor de la Revolución, junto con figuras tan exitosas como José Miró Cardona y Antonio de Varona. Su hijo luchó en la Bahía de Cochinos. En los Estados Unidos, revalidó su licencia médica y se convirtió en especialista en vacunación. La muerte llegó a él el lunes 29 de mayo de 1995 debido a un paro cardíaco, después de sufrir Alzheimer, mientras estaba con su esposa Angelina y su hijo Antonio”.
Se iba así de este mundo el tercer Antonio de la saga, reconocido y aplaudido por sus amigos y por la sociedad que lo acogió como un hijo. Y también en eso tuvo más suerte que su padre.
LA MUERTE DEL VIEJO "TOÑO" MACEO MARRYAT
La noche del jueves 4 de diciembre de 1952, falleció Antonio Maceo Marryat de un cáncer de próstata en la Clínica Finlay, del Hospital Militar de Columbia, en la localidad de Marianao. Allí había permanecido ingresado cerca de un año, solo acompañado por su mujer y algún amigo. Lo velaron en la sala “D” de la Funeraria Caballero, en la céntrica esquina de 23 y M, en El Vedado.
Su entierro se dispuso para las cinco de la tarde del día siguiente, y sus restos mortales fueron inhumados en el panteón de los veteranos de la Necrópolis de Colón.
Algunas publicaciones de la época –como Alerta y El Mundo– reseñaron el acontecimiento, ubicándolo en primera plana, ante el asombro de muchos cubanos que desconocían que el Titán había tenido un hijo, que había vivido junto a ellos todo ese tiempo.
La despedida del duelo de Antonio Maceo Marryat corrió a cargo del señor Amallo Fiallo, que en nombre de los familiares dijo: «Descanse en paz quien supo honrar la alcurnia patria, con una vida ejemplar de ciudadano».
Años después, los restos de Antonio Maceo Marryat fueron exhumados y trasladados a una vieja bóveda del Cementerio de Colón que era propiedad del suegro de su hijo, el Dr. José María Masqué. Hoy se conservan en absoluto olvido en el nicho E, número 6361 de la Necrópolis de Colón. Casi nadie lo sabe.
Con su muerte, se cerraba un capítulo controvertido y vergonzante de nuestra historia reciente, y un olvido injusto que no merecía la memoria de su padre. Durante los 7 años posteriores a su muerte, la Cuba batistiana hizo algunos intentos por rehabilitar su imagen con algún acto aislado ante su tumba, pero después su recuerdo volvió a caer rápidamente en el olvido.
LA INNOBLE PACATERÍA DE REVOLUCIÓN
La llegada del castrismo no sirvió tampoco para desempolvar al hijo de Antonio. La cacareada "revolución de los humildes para los humildes", siempre hizo distinciones entre humildes de diferentes colores, y los negros siguieron a la cola de las celebraciones. El asunto racial se complica si el negro “olvidado” es protagonista o fruto de algún pasaje moralmente escabroso de la historia, según la hipócrita moral revolucionaria.
¿Cómo reconocer a estas alturas que Maceo había tenido un hijo fuera del matrimonio, que había sido infiel a la noble María Cabrales, y que, como cualquier hombre, no era inmune a las “bajas pasiones”, porque engañó a su mujer como lo hicieron Martí, Céspedes y una larga lista de héroes de la Patria?
¿Cómo justificar ante 12 millones de cubanos, después de casi 70 años, el olvido inexplicable del único hijo de uno de los hombres más importantes de nuestra historia?
Los amigos más cercanos del Titán de Bronce que le sobrevivieron siempre comprendieron que debían considerar a su hijo por encima de los convencionalismos y los nefastos valores morales de una sociedad enferma de racismo. Pero el poder blanco y censor de la moral políticamente incorrecta silenció su existencia, y la de todos los hijos bastardos de próceres. Ellos no son bienvenidos en los libros de Historia, porque muestran las pequeñas miserias de sus padres brillantes.
Antonio Maceo Marryat fue una víctima inocente de ese dogma injusto, pero no es tarde para rehabilitar su memoria y conocer su vida. No se merece ni un minuto más en el olvido.
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
José Luciano Franco: “Antonio Maceo. Apuntes para una historia de su vida”. Sociedad Cubana de Estudios Históricos e Internacionales, Municipio de La Habana, 1951, t. 1, p. 244.
Benigno Souza: «Los falsos delfines. (El coronel Gregorio Bustamante)», en Nuevas pruebas históricas sobre la descendencia de Antonio Maceo. Cuadernos de Historia Habanera 50, Municipio de La Habana, 1951, p. 33.
Refiere Raúl Aparicio en Hombradía de Antonio Maceo (Ediciones UNEAC, 1974, p. 346): "La historia ha perdido su rastro".
Manuscrito original de la carta de Antonio Maceo Maryatt a Tomás Estrada Palma, Nueva York, 14 de octubre de 1899. (Archivo del autor.)
Manuscrito original de la carta de Tomás Estrada Palma a José Lacret Morlot, Nueva York, 21 de noviembre de 1899. (Archivo del Museo de la Ciudad, legajo 32, expediente 10.)
Benigno Souza: Ob. cit., p. 39.
Juan Emilio Friguls: «Vive en San Salvador, ansiando conocer a Cuba, un hijo del Titán», Bohemia, La Habana, año 42, No. 2, 8 de enero de 1950, pp. 12-13, 152, 153.
Manuel Márquez Sterling: «El hijo de Antonio Maceo», El Fígaro. Revista universal ilustrada, La Habana, año XVIII, No. 14, 13 de abril de 1902, p. 157.
«El hijo de Maceo», El Mundo Ilustrado. Edición dominical de El Mundo, La Habana, No. 6, 26 de junio de 1904, p. 50.
Ramón Vasconcelos: «Antoñico», Alerta. Diario independiente, La Habana, segunda edición, año XVII, No. 287, 5 de diciembre de 1952, p. [1]
Véase la edición correspondiente al 6 de diciembre de 1952 del periódico El Mundo, que comentó lo relativo al cortejo fúnebre de Antonio Maceo Maryatt.
Opus Habana, Vol. IX, Núm 2, año 2005.
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