El taxista habanero Miguel Ernesto, que maneja de Santiago de Las Vegas a Centro Habana, no se esconde para opinar sobre la obesidad en Cuba: “A los gordos es mejor evitarlos. Yo sé de rutas en las que les cobran según su peso, pero yo prefiero ni recogerlos. Voy por la calle escogiendo a los pasajeros. En mi carro solo hay lugar para los flacos”.
Olga tiene 42 años y la mitad de su vida la ha pasado pesando más de 300 libras. “Estoy habituada a desencajar, a que la gente se burle, a que no haya espacio para mí".
“Cuando me preguntan acerca del porqué de mi obesidad yo me comparo con una puerca y digo: ‘¿Cuál es el animal qué más engorda?: la puerca, y ¿qué es lo que come la puerca?: ¡sancocho!’. Pues yo estoy gorda porque como lo mismo que la puerca”, explica apesadumbrada.
Aunque esta pinareña terminó la carrera de Estomatología, nunca la ejerció porque “engordé demasiado y mi mamá, que era profesora, vivió para atenderme. Lo que más lamento es no haber podido tener un hijo".
“A estas alturas, me sostengo a base de pan con cualquier cosa, refrescos y productos que lo que hacen es mantenerme absolutamente mal alimentada. ¿Quién le sigue la rima a lo que cuestan las frutas, los vegetales o los cereales? Es imposible hacer una dieta balanceada cuando los alimentos están tan caros”.
“Lo que malamente le puedo comprar a mi hija se lo debo a que doy mis clasecitas particulares y hago croquetas para vender en el barrio. Por desgracia, la buena calidad de vida está reservada solo para la burguesía socialista cubana. La mayoría de nosotros no puede acceder a las escasas frutas, vegetales y proteínas disponibles. Con una dieta sin variantes claro que tiene que existir obesidad”, confiesa la madre de Olga.
De la misma forma, César cuenta que evita salir de su casa porque se siente marginado. "Me gusta estar mucho tiempo en mi cuarto; la verdad es que no salgo mucho ni al portal. Tengo un hermano en Miami que me envía un dinerito y me trae la ropa y los zapatos porque aquí no hay talla para mí. En las tiendas cubanas no hay quien encuentre unos tenis número 45 o una talla 3XXL, que es la que me queda más cómoda".
“Lo mismo ocurre en guaguas, cines, teatros o restaurantes: no hay lugar para mí porque yo me llevaría el ancho de dos o tres asientos de los que tienen allí. Nuestra sociedad parece hecha para otro tipo de gente, para chinos pequeños y ligeros, no para gordos o viejos, que somos ya mayoría. ¿Qué sentido tiene entonces salir si no tendré ni donde sentarme?"
“¿Para qué intentar coger un taxi particular o un rutero si me van a cobrar de más por ser gordo o van a evitar montarme por la misma razón? ¿Para qué hacer por cruzar una calle si los semáforos cambian las luces a la velocidad de la luz y a mí no me da tiempo a caminar de una acera a otra en 10 segundos?”, agrega el otrora cerrajero, cuyo peso promedio desde hace una década es de 140 kilogramos.
Datos oficiales plantean que a mediados de 2018 el 42% de la población cubana tenía sobrepeso y el 13% de esa cifra eran niños. Los mismos especialistas han aclarado en más de una ocasión que una persona llega a estar obesa, entre otras causas, porque desde pequeño tiene malos hábitos alimenticios.
En palabras de Idania, cuyo bebé tiene seis meses, “los propios nutricionistas te recomiendan comer frutas y vegetales en vez de panes o galletas, pero eso es un lujo en Cuba. Ahora mismo un mamey te cuesta 20 pesos cubanos y una bolsa de leche, 80. Las carnes, las legumbres o el huevo lo mismo se pierden que aparecen casi al mismo precio que el oro. Sé que somos lo que comemos, pero ni siquiera al niño puedo hacerle un jugo natural diariamente".
“Los poquísimos restaurantes vegetarianos y de otro tipo de comida saludable que hay en Cuba, por ejemplo, son los más caros del mundo y ningún trabajador medio puede sentarse a comer allí. Al final, lo que comemos es chatarra, pero por obligación. Y eso que todo el salario lo cogemos para comer y que nuestra vida es de constante lucha. Para nadie es un secreto que las harinas y el estrés forman parte del día a día de los cubanos. O engordamos, o nos morimos de hambre".
“Es increíble la cantidad de personas que sufren de hipertensión, diabetes o elevados niveles de grasa en el organismo, así como de enfermedades cardiovasculares como las isquemias o las cardiopatías dilatadas. No obstante, parece que el transporte está tan mal porque el Estado quiere que caminemos bastante y nos mantengamos sanos”, afirma de manera jocosa esta enfermera de 35 años.
Daniel, un cubano que viaja al exterior para hacer compras y revenderlas en la Isla confiesa que se pasó "casi 20 años sin entrar a Cuba y cuando lo hice me quedé asombrado por la cantidad enorme de personas barrigonas y gordas que he visto, incluso menores de 40 años. En Estados Unidos, donde yo vivo, hay mucha comida chatarra, pero uno tiene la opción de comprar cosas saludables. Esa es la razón por la que me dedico a vender productos para obesos".
“Aunque vendo la ropa al doble del precio normal porque traer tallas grandes implica poder importar menos cantidad de una misma mercancía, la gente la compra. Mis clientes viven desesperados y se la pasan encargándome cosas porque aquí encuentran muy poco para ellos. Lo que más me piden, además de pulóveres y tenis, son desodorantes, colonias y medicamentos como el Omega 3, que es muy bueno para el hígado graso”, destaca el improvisado comerciante.
De acuerdo con César, “yo no estoy gordo porque quiero, sino porque estoy enfermo y eso pocas personas lo entienden. Estar como yo no le puede gustar a nadie. No dejo de sentirme como un bicho raro, como un rechazado. Apenas tengo amigos o alguien con quien hablar. Como tengo un celular moderno uso el internet por datos móviles y me paso horas conectado. La vida virtual es mucho más llevadera que la que me ha tocado vivir aquí”.
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