Se me ocurre hoy, chapotear en torno a una noticia que me ha generado un poco de suspicacia y mucho de indignación: la visita de los príncipes herederos del Reino Unido a La Habana.
Alucino un poco con las conclusiones sesgadas del gobierno cubano, después de concluido el paseo real británico por el Lagarto Verde. La prensa oficialista ha vendido al mundo la visita como la panacea, y en su línea de siempre, envía de paso a los oídos mansos y desinformados de los cubanos de la Isla, un mensaje falso como un billete de 9 libras.
Alucino un poco con las conclusiones sesgadas del gobierno cubano, después de concluido el paseo real británico por el Lagarto Verde. La prensa oficialista ha vendido al mundo la visita como la panacea
Sus Altezas Reales Británicas, Charles y Camilla, fueron recibidas en Rancho Boyeros por Ana Teresita González, vicecanciller de Macondo Town. Es un viaje histórico que a nadie le ha importado mucho en el Reino Unido, pero que Cuba se lo ha tomado casi como si fuera miembro de pleno derecho de la Commonwealth.
Hace más de 70 años que La Habana no recibía a un miembro de la familia real británica, así que el acontecimiento reviste, al menos, cierta relevancia histórica. Pero nada más.
No estaba “el Presi” al pie de la escalerilla para recibir a los príncipes más longevos del mundo, ni su regordeta Primera Lady, porque no obliga el protocolo. No se trata de los reyes; son apenas herederos del trono venidos a menos, y es ya casi seguro que jamás reinarán, como no lo hagan desde una cama fowler.
Por eso el MINREX envió a una segunda al mando a decirles, “Welcome Your Majesty, Cuba is your house”, y santas pascuas. Casi que mejor, porque el inglés de Canelo todavía está muy green. Ana Teresita tampoco es la cima del glamour, pero es rubia Revlon, más alta que Lis y su inglés de la Lincoln le alcanza para comunicarse con los gerontopríncipes.
Avancemos.
Dicen los libelos de la prensa cubana que, “la visita oficial del Príncipe de Gales y la Duquesa de Cornualles, anuncia un cambio importante en la larga política del gobierno de Su Majestad hacia la Isla”. ¿Perdón? ¿Un “cambio importante”? ¿La “larga política”? ¿De qué demonios hablan? O sea, ¿de qué fucking “relación” are they talking about?
La “Majestad” a la que alude el titular, es por supuesto la madre de Carlitos, Elizabeth II, que está hasta la corona de su hijo desde hace 40 años, y hace tiempo ha dejado claro que no quiere que acerque sus posaderas al trono de Windsor.
Parece una crueldad a simple vista, -y lo es- porque Carlos se ha hecho viejo, tumbado junto al escabel donde su madre pone sus regios juanetes, esperando a que le llegue el día de reinar. Es el príncipe con más experiencia en el cargo del mundo, y eso parece otorgarle cierta experiencia y aptitud.
Pues no.
Isabel ha estado clara; su hijo es un desastre como príncipe, e iba a ser un desastre como Rey. Por eso está dispuesta a “volarle el turno”, y ya anda preparando a su nieto mayor para que ocupe su puesto. Está harta de su familia de frikis, que no le dado un minuto de paz desde hace más de medio siglo.
Su tío, el cuestionado Eduardo VIII -entonces heredero de la Corona y el primer visitante real que tuvo Cuba, por allá por 1948-, abdicó del trono en favor de su hermano George, padre de Isabel, por culpa de una furcia americana y de su nulo interés por los asuntos de Estado, y de cualquier asunto.
Eduardo VIII era un millonario bello e inútil, que solo reinó 325 días y le dejó (en la mano) el tercer trono de la Casa Windsor a su hermano menor George, que se quedó en shock, porque el trono le cayó del cielo. George se había casado con Isabel Bowes-Lyon en 1923, convirtiéndola así en Isabel I, y de esa unión nació la actual reina de Inglaterra, madre de este príncipe anciano que ha vuelto a poner lo inglés de moda en La Habana, 70 años después.
En 1947, Isabel II contrajo matrimonio con el príncipe Felipe de Grecia y Dinamarca, con quien tuvo cuatro hijos; Carlos, Ana, Andrés y Eduardo.
Felipe quedó para siempre en una posición gris como consorte, y de él solo conocemos sus partes pudendas, porque suele sentarse con las piernas abiertas en los actos públicos, cuando viste falda escocesa. No existe. Es Isabel quien ha cortado el bacalao desde entonces.
Los 90s fueron annus horribilis para la reina, dicho por ella misma. Carlos y Andrés se habían casado respectivamente con Diana de Gales y Sarah Ferguson, -“Fergie” para los íntimos-, e Isabel salía con cara de “esto va a ser tremenda mierda” en las fotos de las dos bodas.
Se le criticó por eso, pero otra vez estaba clara: Fergie y los dos príncipes arrastraron durante años a la familia por el barro con escándalos de todo pelaje, mientras Diana se entregó al papel de chica engañada y sufrida, que le daba pena hasta a la Madre Teresa, tan hecha a ver desgracias. Para casi todos los ingleses de entonces, Carlos era el demonio, y su madre, pues eso; la madre del demonio.
Pero para Isabel no paró de llover. Se divorció su hija Ana, contra su voluntad, murió su mejor amiga y un incendio achicharró parte de su castillo. En 1996 Carlos y Diana se divorciaron de malas maneras, y también a las greñas lo hicieron Andrés y Fergie.
La temprana y extraña muerte de Diana en un túnel parisino en 1997 contribuyó a empañar aún más el aura ya oscura de la reina y de su hijo, y el clan Windsor fue repudiado por la prensa y por su pueblo, a causa de su postura fría ante el triste suceso. El Castillo de Windsor, era Mordor.
Desde entonces, para Isabel todo ha sido un camino de espinas. Carlos continuó su affair con la impopular Camilla, a la que en realidad siempre había tenido como amante. Ella lo había esperado pacientemente 30 años, soportando que el mundo entero la pusiera de vuelta y media, acusándola de robamaridos, interesada y fea. Isabel la considera abiertamente una bruja, y no ha dejado de odiarla ni un segundo.
Pero la anciana reina sigue capeando temporales; su nieto Harry, Duque de Sussex, al que ya hemos visto desnudo y vestido (de nazi), le subió al tío Eduardo VIII la parada, casándose con una negra plebeya. Aún Isabel estaba diciendo “shit”, cuando su primo tercero, Lord Ivar Mountbatten, casado y con tres hijas, anunció la primera boda gay de la casa Windsor con el amor de su vida, James Coyle. No hay corazón de reina que aguante.
Por suerte para Isabel, su nieto mayor, Guillermo, duque de Cambridge, se ha unido heterosexualmente en una hermosa boda “normal” con una chica bien, ha formado una familia bien, y su abuela espera que esté más apto que su padre para reinar.
Charles no es técnicamente un representante del gobierno británico, ni su voz cuenta un comino a la hora de templar esas “renovadas relaciones comerciales” con Cuba, de las que hoy se habla tanto en La Habana. Mucho menos puede influir en los “negocios” que hipotéticamente se producirían a raíz de su visita.
Ni siquiera su madre, dueña de la mayor fortuna real del mundo, ha vuelto a tener influencia en el rumbo del Estado, que hace mucho dejó de estar en manos de un Windsor. La del Reino Unido es la monarquía más fuerte del planeta gracias a su poder económico y su arraigo popular, pero en la práctica es también una institución medieval caduca, que hace años ni pinta ni da color en las decisiones del gobierno. La actual realeza inglesa se entera por la prensa de cómo se harán las cosas en el Reino, como el resto de los ingleses de a pie.
Mandan los laboristas y los tories en el Parlamento; los reales cumplen solo un rol protocolar, si bien comparten alguna responsabilidad de Estado, porque aún son dueños de gran parte del patrimonio histórico y cultural británico, dentro y fuera de su territorio. En muchos casos también son importantes mediadores en los sectores económicos y el tejido empresarial. Los reyes suelen ser buenos “influencers” y mejores negociantes, y eso era Isabel, pero no es el caso de Carlitos. Parece de perogrullo escribirlo, pero en Cuba nadie se lo ha recordado al pueblo llano.
Por eso me sorprende y me indigna el triunfalismo ponderado y falso de la dictadura sobre este asunto, ahora que –Brexit mediante– y a trompicones, Inglaterra intenta salir de la Unión Europea, aunque sea por el techo, y busca nuevos socios comerciales. Es irrisorio que Cuba se vea como candidata en esa lista de pretendientes, justo ahora que tiene menos cosas que nunca que ofrecer a ninguna nación del mundo, a cambio de que la saquen de la crisis.
Me sorprende y me indigna el triunfalismo ponderado y falso de la dictadura sobre este asunto, ahora que –Brexit mediante– y a trompicones, Inglaterra intenta salir de la Unión Europea, aunque sea por el techo, y busca nuevos socios comerciales. Es irrisorio que Cuba se vea como candidata en esa lista de pretendientes, justo ahora que tiene menos cosas que nunca que ofrecer a ninguna nación del mundo, a cambio de que la saquen de la crisis
No ayuda su alineación con Maduro apoyando el desastre que Fidel exportó a Venezuela en tiempos de Chávez, y que hoy está a punto de convertirse en un conflicto de consecuencias impredecibles, del que Cuba es también responsable. Cuba es el peor socio comercial que existe ahora mismo en el planeta, después de Venezuela y Haití, e imaginarla firmando un acuerdo con Reino Unido, es el absurdo llevado a límites paranoicos.
Pero los cubanos de la Isla se lo creen, porque de Carlitos saben, malamente, que fue el marido de la mujer que se mató en un túnel, y poco más. La desinformación sigue siendo el activo más preciado del castrocomunismo.
UN CROQUIS RÁPIDO DEL PRÍNCIPE DE GALES
Confieso que le tengo manía y sería muy parcial, por eso prefiero citar palabras más autorizadas antes de describirlo con las mías. Lo hace mejor mi tocayo, colega y columnista de El Mundo, Carlos Fresneda, comentando el libro 'El Príncipe Rebelde: el poder, la pasión y el desafío', del periodista británico Tom Bower:
“El Príncipe Carlos es un hombre petulante, extravagante y entrometido, resentido con sus padres por su terrible infancia en un internado escocés, incapaz de apreciar el tormento que para sus hijos supuso su relación con Camilla tras la muerte de Diana y con hábitos extravagantes frente a la austeridad de su madre, como fletar un camión de mudanza para llevarse su dormitorio privado durante la estancia en casa de unos amigos”.
Fresneda cuenta que Charles nunca ha perdonado a sus padres haberlo enviado de niño al remoto internado escocés de Gordonstoun, una "tortura" de la que culpa sobre todo a su padre. Según Bower, Carlos siempre vio al Príncipe de Edimburgo, como un manipulador emocional. “La presencia insidiosa de Camilla tras la muerte de Lady Di creó una distancia con sus hijos, que la consideraban como un recuerdo permanente del tormento sufrido por Diana. William y Harry entraban por la puerta de servicio para evitar cruzarse con ella cuando su padre la invitaba a su mansión londinense”.
Charles odia a su consuegra Carole Middleton, la madre de Kate, solo “porque pasa más tiempo que él con sus nietos”. Los británicos prefieren a los Duques de Cambridge como herederos de la Corona, por encima de él y de Camilla, y al menos un país de la Commonwealth se opone a que sea coronado Rey.
Fresneda apunta al texto de Bowle que, “el anciano príncipe está profundamente desconectado de la gente común y lleva una vida llena de lujos y extravagancias, pese a la imagen austera y "sostenible" que se esfuerza en proyectar. En cierta ocasión, despachó un camión entero de mudanza -incluyendo su cama ortopédica, su taza del váter y los rollos de papel higiénico Klennex- a la casa de unos amigos que le invitaron a pasar unos días, con cargo a la Corona”
Apunto yo, que Carlitos, como lo fue su abuela Isabel I, es un borrachín empedernido que se lleva su comida y su Martini "precombinado" a las fiestas a las que lo invitan. Solo permite que se lo sirva uno de sus escoltas, su coctelero real, uno del más de un centenar de criados que conforman su corte privada, incluidos cuatro que solamente se dedican a que todo esté en orden en su guardarropa, y a cambiarlo de atuendo cinco veces al día.
No soy antimonárquico. Creo que los reyes deben permanecer con sus cortes, sus rituales y sus milenarios abolengos, como en una vitrina. Son una parte viva de la historia y la cultura de los países que han tenido monarquías, y han de conservarse igual que un libro incunable, pero sin tocarle el bolsillo a la plebe que los reverencia. Pero Carlos tiene poco valor histórico, y va flojo de papeles en valores humanos.
Mientras tanto, la Cancillería británica ha visto que llovía, y quitó la tendedera. Dicen que la visita de la pareja real “forma parte de una gira caribeña que carece de contenido político, aunque busca desplegar la diplomacia constructiva británica profundizando en la relación bilateral sin dejar de lado los disensos”. Muela inglesa.
También Andrew Lewer, un parlamentario del Partido Conservador en el poder, ha querido salvarle el trasero al vejete: “La familia real no toma estas decisiones. Es la Oficina de Relaciones Exteriores, a la familia real no se le debe culpar por esto. –pero añadió– Nuestros amigos en Estados Unidos, los muchos cubanos en Florida, se sentirán perplejos al ver a la familia real británica que realiza una gira en un momento en que estos actos despreciables están teniendo lugar”, refiriéndose a la tragedia venezolana.
El exgobernador de Florida y actual senador Rick Scott le hizo llegar una protesta airada a la primera ministra británica Theresa May: “¿Por qué querría el gobierno británico reconocer a Juan Guaidó como nuevo presidente de Venezuela cuando todos sabemos que el régimen de Castro es el que apuntala a Maduro, el dictador de Venezuela y al mismo tiempo, ¿el príncipe, que tiene una increíble influencia mundial, va a apuntalar al régimen?” Teresa debe haber llorado en silencio. No se acaba el puñetero brexit...
No me da que Díaz Canel le llegue a sacar a Charles ni un solo penique en el futuro. Más bien el noble inglés le quedará a deber a los cubanos –a los de la calle– toda la pasta que se ha gastado “el Presi” en agasajarlo a él.
No me da que Díaz Canel le llegue a sacar a Charles ni un solo penique en el futuro. Más bien el noble inglés le quedará a deber a los cubanos –a los de la calle– toda la pasta que se ha gastado “el Presi” en agasajarlo a él
Tampoco Isabel moverá un dedo, porque no quiere, porque Cuba se la trae floja y porque pronto se irá. Malamente podrá ubicarla en un mapa, si se le pregunta, y seguro necesitará una pista. No estamos en su pensamiento.
Y el desamor es mutuo. Tampoco pensamos en ella; algunos de nosotros ni siquiera la conocen. En La Habana también decayó el entusiasmo británico cuando los ingleses nos cambiaron fríamente por la Florida en 1763. Nos duró poco aquel idilio a la cañona, que prometía; volvimos a la potajera española condenados a no hablar en inglés fluido por el resto de nuestras vidas.
Fueron once fugaces meses de secuestro dulce, sufrimos las consecuencias del conflicto un par de meses más; hubo depresión, hambruna y el malestar popular esperable ante la presencia de un ejército invasor. Pero, ya superado el trauma, Cuba recibió de los ingleses más ventajas que dolores. Nosotros también nos relajamos, y todo comenzó a fluir…
De eso no se habla nunca en las escuelas de la Isla, pero es otra historia anglocubana a desempolvar; la de La Hora de Los Mameyes…
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