Se lo dieron a redactar al menos entusiasta de los burócratas, un viernes a las 5 de la tarde en alguna oficina de calor plomizo habanero. Así me lo imagino, esa es la escena. El personaje, así: un tipo de nombre insignificante, de facciones irrecordables, que lleva veinte años escribiendo comunicados del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba por trescientos pesos al mes, y a quien le dejaron la tiñosa, el muerto, el encargo atravesa'o de escribir a última hora las conclusiones finales a las que llegó cierta investigación. La del vuelo DMJ 0972 de Cubana de Aviación.
Ciento cuarenta y ocho palabras tecleó el obediente funcionario. En su informe había apenas 36 palabras más que cuerpos sin vida alrededor del Boeing 737-200 que hace un año se vino abajo en Rancho Boyeros. Dos párrafos. Un párrafo por cada 56 cadáveres.
De esos dos párrafos, solo una oración contiene la explicación concluyente que este jueves pasadas las dos de la tarde, el gobierno de Cuba ofreciera a las 112 familias enlutadas, a la familia agradecida pero traumatizada de Mailén Díaz Almaguer (la única sobreviviente), a todo el país, y al mundo que siguió con horror y luto la tragedia del vuelo que despegó de La Habana y nunca aterrizó en Holguín.
Una oración. El resto, paja eufemística, lenguaje de burocracia oxidada, y un comienzo como un escupitajo al honor y al dolor: “Referente al lamentable accidente…” Como quien se acuerda: “Coño, que se nos había olvidado”. Como quien decide salir de eso, de una vez: “Ah, por cierto, ya sabemos por qué se cayó el avión aquel”.
Faltando dos días para conmemorar el primer año de la catástrofe, Cuba salda el asunto con una oración: “La causa más probable del accidente fueron las acciones de la tripulación y sus errores en los cálculos de peso y balance, que conllevaron la pérdida de control y desplome de la aeronave durante la etapa de despegue".
El burócrata que escribió esto el viernes último, digamos, lo tuvo listo en ocho minutos más dos de cuños y revisión. Entre lunes y jueves de esta semana lo aprobó -sin rechistar- un número ridículo de militares con medallas inventadas, y a las 2 de la tarde de ayer salieron de eso. De esa cosa pendiente y molesta. Una jodienda, que le dicen.
Yo quiero ver quién me desmiente esa narración mía. Es la minificción más sustentada en pruebas que haya tecleado yo jamás. La sustancia la extraje del comunicado.
El día que en el futuro necesitemos contarles a nuestros nietos cuánto despreciaba este gobierno infame al pueblo que atormentó durante tantas décadas, bastará con enseñarles el comunicado con el que saldaron este 16 de mayo la cuenta pendiente de una explicación a la tragedia del avión de Global Air. Nunca una “Nota Informativa” informó menos de su contenido central y más de quien la mandó a publicar.
Que la culpa fue de la tripulación. Vamos a traducir con la rabia en los huesos: que la culpa es de los muertos. ¡Y después nos tachan de cínicos a quienes, como yo, solemos ejercitar el deporte de desconfiar hasta de los reportes meteorológicos que salen firmados por alguna “instancia” oficial!
Esta vez se pasaron. Estuvieron sobrados. No dejaron una sola maleta, un paquetito, una gota de descaro guardada en alguna gaveta maloliente. Negativo. A sacar todo de lo que son capaces. Un sábado a astillar mandíbulas de activistas por los derechos gays, el jueves siguiente a burlase a la cara, sin maquillaje, sin recato, sin cuida quien viene, con saña, con asco, de 112 muertos por los que todavía miles de personas lloran y padecen y a quienes este jueves una notita apresurada los volvió a rematar.
Pongamos esto en blanco y negro: Cuba dice que la tripulación del Boeing 737 colapsado fue la responsable de errores con el peso y balance de la aeronave, errores que impidieron que esta despegara, provocaron la pérdida de control e inmediato desplome. La tripulación. Carajo, es que ni se cuidaron las apariencias esta vez. Porque sucede que nunca, ni en Cuba ni en ninguna parte, es la tripulación la primera responsable de calcular matemáticamente el peso que levantará el artefacto, y calibrar en consecuencia su balance.
“Nunca es la tripulación la que se encarga de eso, ellos apenas supervisan la información que les entrega la agencia que tiene la tarea del pesaje y balance. En Cuba, tengo entendido que eso lo hace una empresa que por supuesto es del gobierno”, dijo hoy a CiberCuba Héctor Rotundo, experto en aviación y en control de calidad de piezas de aviones del Aeropuerto Internacional de Miami.
Efectivamente, esa empresa de la que habla el experto es ECASA: la Empresa Cubana de Aeropuertos y Servicios Aeronáuticos. Dentro de esta, figura un departamento cuya función específica es la que el comunicado cubano acaba de colocar sobre los hombros y los nombres de quienes no se pueden defender. El pesaje y balance.
No les tiembla la mano, no sudan siquiera: es la frialdad del hijo de puta que no titubea en enlodar el nombre de los muertos. ¿Se puede ser más miserable? Se puede. Manipulando, tergiversando la verdad con unas gotas corrosivas de mentira. Un mejunje donde dicen un porciento de realidad y se quedan tan anchos, a sabiendas de que ocultan al pollo del arroz con pollo.
Cuatro días después de esta tragedia horripilante en La Habana, el mismo experto Héctor Rotundo me dio su diagnóstico a priori. Lo entrevistamos en CiberCuba. Un profesional sabio y riguroso, que no dejó de repetir todo el tiempo que habría que esperar por las conclusiones finales, pero que aún sin ser cubano le sobraba información de la isla luego de 30 años supervisando la calidad de los aviones que despegan y aterrizan en Miami.
“Nunca o casi nunca es un único factor”, me dijo, “casi siempre es una combinación de factores”. Y él enumeró los que veía de manera extremadamente probables: “Un avión viejo, con exceso de equipaje, y a muy baja altura”. Este jueves atendió mi llamada entre un enjambre de medios y consultores. “Recuerdo haberlo dicho, sí, me duele ver cómo fumigaron los otros dos factores, uno de ellos con cuya culpa las autoridades sí tenían que cargar”.
El exceso de equipaje debe ser aberrante, descaradamente irresponsable, para que un avión en óptimas condiciones no consiga siquiera despegar. “Personalmente conozco las historias de cómo sobrecargan los aviones domésticos en Cuba, es increíble. Pero solo se cae el avión cuyos motores no pueden más”, me recuerda Rotundo.
Los Boeing 737-200 son muy antiguos y muy buenos. De hecho, son aviones queridos por los pilotos. Pero para que una aeronave de casi 40 años de vuelo esté en condiciones óptimas de seguir transportando pasajeros, requiere de mantenimientos muy rigurosos que eviten la “deslaminación”, un proceso de corrosión del metal donde las planchas que conforman el avión comienzan a ceder en su fuerza y se pueden partir.
El mismo comunicado de la Aeronáutica Civil cubana que ha responsabilizado descaradamente a quienes no pueden ripostar, no menciona una sola palabra sobre el estado de los motores JT8D del Boeing 737-200. Una investigación que se olvidó, caray qué detalle, de precisarnos el estado de los principales afectados por el sobrepeso.
Porque solo los motores debilitados, “canibalizados” (el término es empleado por expertos para explicar la utilización de piezas no adecuadas) en países con tendencia a la chapucería, sufren lo imposible con ciertos excesos de equipaje que no sean irracionales.
De esos motores se olvidó nuestro burócrata redactor. Qué mala suerte. Un año menos dos días para redactar el informe y de esto se nos olvida a última hora. Del único detalle que pondría al gobierno cubano, a quienes negociaron el contrato con esa compañía mamarracha llamada Global Air, como responsables últimos de esto que ellos califican como un “lamentable accidente”.
Nadie pagará por los muertos. Nadie irá a la cárcel. Nadie indemnizará. A Mailén Díaz le ajustarán su silla de ruedas de vez en vez, le harán el favor de conservarle alguna dieta temporal, y este sábado, cuando todo cumpla el primer aniversario, la visitarán cámara en mano y reportero henchido para extraerle el consabido agradecimiento a la Revolución.
Trescientos sesenta y tres días de peritaje. Ciento doce muertos. Dos párrafos. Ciento cuarenta y ocho palabras. Una oración. Una. Una oración para culpar a seis tripulantes por toda la desidia, el oportunismo, la maldad coagulada en una pandilla de bandidos con galones a quienes les da lo mismo ahogar a bebés cubanos en un remolcador, que montarlos en un sarcófago con alas como el que hace un año enlutó a toda una nación. Desde este jueves, los 112 cuerpos están sepultados por el silencio y la burla gubernamental. Casi a tanta profundidad como la verdad.
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