Ni la recta que marca tres dígitos, ni el slider que se aleja burlonamente del madero, ni el cambio desestabilizador y valeroso. No hay ningún lanzamiento que me seduzca tanto como la curva de arco de barril, quebradora de los huesos de la pelvis y de cada milímetro de orgullo en el contrario. Es por eso que siempre adoré a Pablo Miguel Abreu Casañas, el más grande talento trunco del pitcheo de las Series Nacionales.
Fui su fan desde que, adolescente, lo vi repartir ponches cuando se puso el uniforme de Industriales a mediados de los años ochenta. Soltaba la pelota tan arriba que amenazaba con arañar el cielo, y la ‘soplaba’ descansadamente por encima de las noventa millas. Pero eso era tan solo el aperitivo de la carta, porque de plato principal el zurdo sugería de modo permanente a Su Majestad La Curva. Valía la pena ir al estadio para degustar in situ aquel prodigio de la culinaria beisbolera.
Casi un niño, ya se había convertido en voz prima del team Cuba. Codeándose con personajes como Rogelio García, Jorge Luis Valdés, Omar Carrero, Omar Ajete, René Arocha..., estaba él, sacándoles la baba a los scouts. Porque Abreu tenía estirpe de fenómeno, y ni siquiera la temprana lesión irreversible pudo sacarlo del altar que cada aficionado agradecido les levanta a sus héroes del diamante.
Recordándole cosas como esa empezó esta conversación vía electrónica con uno de los pitchers más sensacionales que han actuado ante mis ojos. Un artista desde la gorra hasta la arcilla del montículo, capaz de escribir una obra de culto en el mítico tramo de sesenta pies y seis pulgadas.
Pablo Miguel, ¿quién te enseñó a tirar la curva? ¿Qué condiciones naturales te asistían para dominarla así? ¿Crees que ha sido la más pronunciada de nuestra pelota?
-Me enseñó José Guanábana Quintana en el terreno del Círculo Social Julio Antonio Mella, de Playa. Para tirarla me ayudaron mucho mi estatura y la flexibilidad de mi muñeca, algo que conseguí gracias a que Guanábana me amarraba la mano de lanzar. Y no sé si ha sido la más pronunciada; me hablaban mucho de las de Changa Mederos y Rigoberto Betancourt, pero no alcancé a verlos. En cambio, sí recuerdo una enorme, que era la de Faustino Corrales, con quien estuve en el Mundial Juvenil de 1982 en Barquisimeto.
¿Cuáles eran tus puntos débiles? ¿Quizás la lentitud del wind up? ¿El descontrol?
-El descontrol. Te confieso que cuando tiraba curva en strike en el primer lanzamiento, yo mismo me decía: “Que recojan, que hoy no hay para nadie”.
¿Cómo te lesionaste el brazo? ¿Qué trabajo hiciste para recuperarlo?
-Me caí en Varadero jugando al 4 Esquinas, eso mismo que ahora le quieren cambiar el nombre para ponerle Baseball 5. Jamás me recuperé totalmente, pero pude seguir tirando gracias al gran masajista Julito Quintana.
¿A qué lanzadores imitaste en tus inicios?
-A René Arocha y Rogelio García. El primero me impresionó mucho en el Mundial del 82, donde siguió pitcheando a pesar de tener el codo inflamado; el otro, porque le caía a ponches a todos los equipos.
¿Qué bateadores te hicieron más daño?
-En mi tiempo el mejor bateador era el aluminio, no había bateadores débiles. Pero puedo decirte que cuando regresé de la lesión, Lázaro Junco y el difunto Romelio Martínez me dieron duro.
¿Qué lugar crees que ocupas entre los mejores zurdos de la pelota cubana?
-Eso se lo dejo a los fanáticos. Han pasado muchos zurdos, y muy buenos. Yo siempre digo que no seré el mejor, pero tampoco el último.
¿Dónde resides actualmente y a qué te dedicas?
-Desde 1999 vivo en Italia y soy entrenador de picheo. He ganado el campeonato con el equipo de Nettuno, pero también he trabajado con muchos otros conjuntos, fundamentalmente en Reggio Emilia.
¿Te consideras una víctima más de los sistemas de dirección de la pelota cubana?
-Por supuesto. Tanto, que debido al mal trabajo de una persona me sacaron del sistema, no dejaban que me mencionaran en televisión ni podía trabajar en Cuba.
¿Qué representa haber sido designado primer abridor del Cuba con 19 años?
-Fue algo tremendo. Salí de los juveniles para el equipo grande, que entonces estaba repleto de magníficos lanzadores. Que me dijeran “tú eres el hombre de los juegos cruciales” me llenó de satisfacción y orgullo.
¿Por qué fue aquella famosa bronca con Víctor Mesa?
-Eso fue cosa de chamacos de barrio.
A estas alturas, ¿sientes que te desgastaste en las Series Nacionales cuando podías haber hecho carrera en las Mayores?
-Creo que no malgasté el tiempo porque estaba haciendo lo que me gustaba. Habría querido llegar a la MLB pero en esa época ni te dejaban hablar de ese tema. Y recibí varias ofertas, pero de verdad no me acuerdo de cuánto.
¿Cuáles fueron tus peores momentos en el béisbol?
-Un hit que me dio Eduardo Leal después de haber tirado 14 innings en mi primer año con los Metros, el jonrón que me disparó Ty Griffin en los Panamericanos de 1987, y el juego que perdí ante Santiago de Cuba después de propinarle 17 ponches a su alineación.
¿Qué equipo era mejor, la Aplanadora o tus Industriales?
-Yo no les lancé a los Industriales, pero esa Aplanadora estaba dura de verdad. Fíjate que gracias a ella me dieron hasta una casa.
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