Héctor Reyes Reyes es un fotorreportero cubano que se ha recorrido el mundo a lomos de mochila desde que, en 2014, aterrizó en Madrid para pasar un curso de periodismo especializado y no ha parado.
En su incesante derrotero hay siempre un espacio para su ciudad natal, los kundangos curdas de El Mejunje, Cascarita y los Fakires y su tocayo Zumbado, al que atribuye la vis cómica en el periodismo cubano.
¿Cuánto pesa Santa Clara en ti?
Mi verdadera maestra fue Santa Clara, mi ciudad. Puedo afirmar, y siempre lo hago, que antes de llegar al periodismo yo era esponja que absorbía todo de cuanto se hablara en mis círculos de escritores, artistas, homosexuales, borrachos y guapos de Santa Clara. Aquellos consejos que, entre rones y cervezas no pasan de ser muelas entre amigos marcaron tanto en mí que lo convertí en carrera, profesión.
El parque, el Mejunje y el estadio Sandino fueron mis academias porque yo no hice PRE, sino que pasé directo del SMO a la orden 18. Cuando, en 2001, llegué a periodismo en la UH yo no podía escribir de otra cosa que no fuera el ambiente entre guapos e intelectuales del Mejunje con la profundidad e ilustración que signa a los intelectuales santaclareños y en el lenguaje en que se grita jonrón en un estadio. Eso es Santa Clara, mi primera guía, maestra, incluso, consejera.
Te has puesto el mundo por mochila, y andas viajando desde que pudiste salir de Cuba; ¿cuál es tu lugar en el mundo?
Difícil pregunta tras diez países, tres continentes, más de 30 ciudades y media Sudamérica ilegal; pero te diría sin dudarlo: Madrid. Caballero de Gracia y Calle Montera, desde Gran Vía hasta la Plaza del Sol. Aunque siempre dejo abierto el espectro para otra ciudad que encuentre. Y como segunda opción a tu pregunta, un barrio de mar como Punta Negra, al sur de Lima; sitio donde prometí volver y las vicisitudes del viaje aún no lo permiten.
Tus crónicas tienen la agilidad de una foto tomada al paso y la profundidad de un cubano transterrado, ¿cómo construyes tu relato?
Yo aprendí a leer y a escribir con los relatos de viaje de Thor Heyerdall, London, Hermingway y Pablo de la Torriente Brau. Capaz, haya imitado en un inicio sus imágenes. No recuerdo porque la primera crónica que tengo recuerdo haber escrito en primer año era una semblanza de una pelea que tuve en el Hurón Azul de la UNEAC, en La Habana, defendiendo a Héctor Zumbado aquel colega y tocayo alcohólico, que nos enseñó la vis cómica del periodismo a los aprendices cubanos.
Aquella crónica era un desastre. Me reprobaron. Y recuerdo a Marcia Hernández y Aíxa Kindelan, los verdugos de la redacción y la gramática en la UH, enviarme a mundial porque aún yo me resistía a escribir. Luego me convertí en fotoperiodista; y creo que como en el encuadre, comencé a sacar de la exposición todo lo que sobre logrando una composición en mis relatos que a veces, no me doy cuenta de que funcionan.
Anímate y haz una foto apresurada de sitios donde has estado para los lectores de CiberCuba
Castilla La Mancha y Andalucía, por ejemplo, me hicieron más viajero acampando junto al Tajo con un geronés borracho que me ensañaba los bares y recovecos para encontrar cerveza y gitanas fáciles. Entonces me di cuenta de que no hacían falta hostales, restaurantes o bonos de transporte.
Moscú me llevó a la supervivencia extrema de comerme las palomas del Metro de Moscú, donde acampé. Hong Kong fue mi entrada a la ilegalidad de las fronteras porque pasé desapercibido varios días en China y me di cuenta que podía seguir clandestino todo el viaje.
Sobrevivir Camboya y Laos o nadar hasta Tailandia, también se lo debo a un río y a que nunca he sido melindroso con los alimentos.
Ecuador me enseñó injusticias salariales pero guardo hermosos recuerdos de su sierra, de la ruta del Espóndilus y de la isla Jambelí donde aprendí a pescar y encontrar sustento sin acudir a la pescadería.
Perú me llevó al límite en amor, alcohol y pobreza; tanto así que terminé viviendo entre nativos asháninkas, en las ceja de selva conocida como VRAEM (abreviatura del valle bañado por los ríos Apurímac, Ene y Mantaro; donde aún sobreviven algunos miembros de Sendero Luminoso.
Chile me cerró la puerta consular y atravesé todo un campo minado. Acampé cuatro meses en sus playas y cuando fui legal me dediqué a recorrerlo hasta la misma Punta Arenas. Argentina solo me mostró el Aconcagua y Colombia no deja que me vaya.
Aún falta mucho por recorrer, fotografiar y escribir.
Realmente el viaje sigue. No hay nada mejor que un día tras de otro, y he aprendido a disfrutar el momento. Ahora gozo doblemente una dormida cómoda en el sofá de una amiga porque quizás mañana toque selva o la arena del desierto. Valoro mucho una comida casera porque luego tocará un coipo asado en hoguera frente al río. No hay tiempo para molestarse. La ruta provee y ante la duda se avanza.
La globalización ha puesto en entredicho paradigmas como patria, nación e independencia, ¿cuál es tu identidad?
Ser ciudadano del mundo es lo que más me califica. Pero ciudadano del mundo con raíz cubana. Yo no respeto aquel refrán de a donde fueres haz lo que vieres. No cambio mis costumbres de la cubanía ni en la fría Rusia, la violenta Camboya o la folclórica ceja de selva cercana a Cuzco. Mucho menos hago como otros cubanos que llegan a España y a los 15 días pronuncian la Z o te llaman tío.
Yo soy descendiente de canarios y gallegos y mis padres me enseñaron todo sobre la cubanía. La raíz la he tenido que aprender en libros. Por eso digo ASERE en tos lados y mi nombre a veces se olvida entre los amigos que me gritan en medio de Santiago o Bogotá ¡ASERE Héctor!
La independencia personal de Cuba y su dictadura la logré hace rato; incluso dos veces porque en algún momento aterricé en La Habana para nuevamente partir en un avión directo al Callao. Ahora espero la de Cuba porque la isla no podrá estar más tiempo bajo el yugo. Y espero también que los cubanos nos unamos y entre todos sacudir esa mala garrapata que es la dictadura.
Por lo pronto… continuaré viajando. Como mochilero. A la supervivencia. Sin créditos ni sueldo fijo. Con mi carpa y mi mochila en busca de otras fronteras como un cubano que convierte su profesión en mochilero.
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