Una ola emocional bate a Cuba de punta a cabo debido a la eliminación de su novena de pelota del podio de los Juegos Panamericanos, tras caer derrotada por Canadá en un juego que acabó 8 carreras por 6, a favor de los norteamericanos.
Uno de los factores que agudizan esta derrota deportiva es que la isla padece de millones de fanáticos que se sienten y actúan como árbitros, entrenadores, mánagers y estrategas beisboleros.
Nada raro en la cultura latina, pero la emocionalidad contribuye a soslayar que los malos resultados del béisbol cubano son otro síntoma de la crisis general del tardocastrismo, pese a sus intentos por despolitizar la pelota, tras largos años de ser usada como arma de combate contra Estados Unidos.
Cuba es una fábrica de buenos peloteros desde que los estadounidenses llevaron el juego de las bolas y los strikes a la isla y los programas deportivos de la revolución ensancharon la base social de talentos, mejoraron las instalaciones beisboleras y generaron un programa deportivo de base, que fue admirado por propios y extraños.
En paralelo, la politiquería castrista contaminó el deporte hasta el punto que no era raro descubrir a periodistas sugiriendo a medallistas que dedicaran el triunfo al fallecido Fidel Castro y su revolución; cuando el entrevistado remoloneaba a la hora de ofrecer sus triunfos o cometiera el desliz de mencionar primero a su familia y entrenadores.
Y, como si no bastara, Cuba se divorció del sistema de Grandes Ligas en Estados Unidos, al que anatemizó como “pelota esclava” y castigó con el destierro a los peloteros que se fugaban en giras internacionales, tildándolos de traidores y vendepatrias; entre otras lindezas de la factoría Castro, S.A.
Con esta política bipolar, Cuba alcanzó la cima del béisbol amateur, donde reinó durante años con apenas resistencia, y cada victoria frente a la novena norteamericana, o en los excepcionales topes con equipos de Grandes Ligas, como parte del deshielo bilateral, era celebrada como una gesta en toda la isla, que vibraba con cada jugada.
Hasta que llegó Gorbachov y mandó a parar. La economía cubana se desplomó de golpe, peloteros y técnicos emigraron en busca de fortuna y se abandonó totalmente el deporte de base, pues la consigna no era ya ganar, solo resistir.
Los cubanos nacidos y criados en los años duros de la crisis económica debido a la fuerte dependencia del oro de Moscú siguieron jugando pelota de manigua y a las cuatro esquinas, pero con menores tallas y peso por la mala alimentación, en proporción con sus contemporáneos de otros países, donde la buena marcha de sus economías permitió que emergieran nuevas potencias beisboleras.
En pocos años, la Cuba pelotera pasó de quemar la liga amateur y amagar el toque en Grandes Ligas a destruir su escuela de béisbol, apostando por búsqueda del dólar por vía personal o mixta, es decir, firmando contratos con las ligas japonesas y mexicana para que peloteros de la isla jugaran allí y parte de las ganancias repercutieran en la Federación Cubana beisbolera.
Toda una afrenta para peloteros truncados en el cenit de sus carreras como Pedro José “Cheíto” Rodríguez y Rey Vicente Anglada. El primero por aceptar 23 dólares de un jugador venezolano y el actual mánager del team Cuba por una rara acusación de tirar majá a cambio de dinero.
Sin recursos económicos no hay pelota, no hay salud pública ni educación, pero tampoco sin cantera juvenil e infantil habrá un equipo Cuba ganador y que asuste a los rivales en el diamante. Pero ya conocemos la persistente manía cubana de los bandazos, ir de un extremo a otro, negando lo que hasta ayer se defendía con idéntica contundencia totalitaria.
La derrota de hace unos días frente a Canadá no debe constituir un trauma nacional como sienten algunos, que están en todo su derecho de sentir tristeza, pero es síntoma de una enfermedad que afecta de una manera u otra a todos los ámbitos de la vida cubana, con diferente grado de intensidad.
El médico y dirigente deportivo Antonio Castro Soto del Valle ha intentado reconducir la crisis beisbolera y ha apostado en público porque peloteros cubanos que juegan en equipos de Grandes Ligas puedan representar a Cuba en certámenes internacionales, incluso, ha propiciado el reintegro de algún jugador no satisfecho con sus expectativas en el beisbol rentado, pero no ha conseguido revertir la enfermedad crónica que padece el béisbol cubano.
Con el inconveniente añadido de que la derrota pelotera opacará sociológicamente los triunfos de deportistas cubanos en otras disciplinas, como el boxeo, el judo o el atletismo.
En el plano interno, la política sigue entrometiéndose en los dogauts con presiones de los jefes del partido comunista y el poder popular en las provincias, que ven en una victoria de su equipo en la liga cubana, un mérito para escalar a las inmediaciones de Machado Ventura. ¡Menudo plan!
Quizá ha llegado la hora de diseñar una liga nacional acorde a la realidad de Cuba y su béisbol y, sobre todo, realista para que el talento natural pueda ser potenciado a su máxima expresión, mediante acuerdos con esponsors y con las Grandes Ligas y otras entidades de países con tradición beisbolera.
Mientras eso no ocurra y los burócratas sigan destruyendo el beisbol cubano, Babe Ruth seguirá dándoles jonrones a Cristóbal Torriente y no al revés, como ocurrió en la realidad.
Ojalá y que el traspiés limeño sirva para que Díaz-Canel despolitice la práctica del deporte y ordene recuperar el beisbol y demás disciplinas en la base y la revitalización de las escuelas especializadas; y para que muchos cubanos empiecen a asimilar las derrotas como algo normal, en los estadios y en la vida, aprendiendo a quedarnos daos.
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