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Cuba en "Plan Maceta 2.0"

Cuba tiene registrados 605 mil 908 trabajadores por cuenta propia. Hablamos de un ejército de más de medio millón de personas estigmatizadas, maltratadas, ofendidas sin derecho a réplica y sin justicia contra la difamación.

Viñeta publicada en la prensa oficialista cubana © Diario Granma
Viñeta publicada en la prensa oficialista cubana Foto © Diario Granma

Este artículo es de hace 4 años

La ofensiva es real, los cubanos deben estar preparados. La avalancha de artículos, discursos de patio provincial, posts de redes sociales, enfocados todos en demonizar ferozmente al sector privado no debe ser subestimada ni tomada como un “más de lo mismo”, según dijera el filósofo pequeñito.

Estamos en presencia de un Plan Maceta 2.0, y más le vale saberlo a todo cubano que guarde bajo el colchón dos centavos más de los que el Estado considera acorde con el patrón de austeridad socialista.

Un reciente adefesio -otro más- publicado en el diario Granma invita a los humoristas cubanos a desviar la atención de los cuadros dirigentes y enfocarla en otros individuos más dignos de chanza y humillación, según el autor. En su breve resumen de lo peor, lo más aborrecible de la nación cubana, lo que más merece el dardo de la burla mediática, figuran el que roba, el contrarrevolucionario, el que les agrede y bloquea, el indisciplinado, el simulador, el vago y el pseudoartista o pseudointelectual.

Pero yo he sacado de esta lista el primer referido por el soldado escribano que firmó este bando acusador en el Granma. El primero. El número uno del escalafón. La verdadera prioridad de un establishment que ha comenzado a probar fórmulas viejas para tiempos nuevos.

El maceta. Así dice Miguel Cruz Suárez en su infame “Humor de un solo sentido” aparecido en las páginas del pasquín el pasado 8 de agosto, y donde se queja, ay, a moco tendido, de que “el personaje oficial, el cuadro político, el simple dirigente del barrio, el que alguna vez dirigió y ya no lo hace, e incluso los miembros de las instituciones del orden o la legalidad, se han convertido en blanco predilecto a la hora de armar los personajes más ridículos o los que asumen roles negativos” en el mundo audiovisual cubano.

Yo no pretendo ilustrar en materia alguna al camarada Cruz. Su apellido me trae a la cabeza imágenes de tortura medieval y retractaciones de blasfemos que, por suerte para el camarada Cruz, son cosas enterradas por la humanidad. Yo no pretendo acá explicarle a un individuo como él la aberración que implica dictarle al humor, a la sátira, cuáles deben ser los focos de sus representaciones y cuáles no deben serlo. Chaplin, Groucho y Rabinovich me la tienen jurada: no se les habla de humor a quienes tienen esa glándula extirpada.

No lo haré porque esto es cosa gastada de tan evidente, y el soldado Cruz, aunque escriba como tal, no es un niño. Es un viejanco de 50 años que se exhibe en Facebook como “Revolucionario y Comunista”, cosa que nos ahorra toda interpretación polisémica. De la casta le viene al galgo.

Pero sí me apunto a esto de marcar en fosforescente la nueva versión de la campañita oficial contra los cuentapropistas cubanos, por si quedara algún desprevenido o iluso a punto de empezar a invertir en nuestra isla de los despropósitos.

Es tan burda la maniobra que hasta emplea recursos fuera de vista, anticuados, cheos como decorados de CTC, y revive palabrejas como “macetas” que solo subsisten en los anales siniestros de la propaganda oficial. Yo tenía 9 años en 1993, cuando a aquella terrible Operación Maceta solo le faltó guillotinar en las plazas públicas a los cubanos que contaban con más bienes de los debidos, según el dictamen castrista. Desde entonces, no conocí a nadie, ni de mi generación ni de las siguientes, que utilizara “maceta” como un vocablo popular. El comunismo es una cosa muy desfasada. Incluso en el lenguaje.

Pero la asfixia no caduca, por desgracia. Y cuando los libelos acusadores comienzan a sobrevolar un país administrado como un patio familiar, nunca, nunca sin excepción, es cosa de azar.

Atrincherado en su cortina de humo, la misma de siempre, el poder cubano ha desempolvado una de sus viejas confiables: culpar al sector privado de todos los males de la sociedad. Y cuando digo todos, hablo literalmente de todos. Nunca en 60 años de catástrofe nacional el Estado cubano se ha achacado a sí mismo una culpa, una sola. De nada. Siempre han sido los otros, siempre es un mal exterior, aun cuando ese exterior sea un contrasentido absoluto, ¿o alguien, el camarada Cruz quizás, me puede explicar cómo esos macetas aborrecibles no serían en última instancia productos de la misma Revolución?

Ahora que falta la cerveza es culpa de los revendedores, acaparadores, los hijos bastardos de la pulcra sociedad cubana. No hay cerveza en Quivicán o en Morón porque los sórdidos cuentapropistas secuestran la producción y la desvían hacia sus paladares y hostales.

Ahora que faltan las manzanas, la Pupila Estrábica de Iroel Sánchez sabe que es culpa de los inescrupulosos del sector no estatal que compran cien cajas y privan al pueblo, ay, cubano, a los obreros, sniff sniff, de degustar la fruta del enemigo.

Ahora que se avecinan tiempos de una escasez tan de memoria histórica, tiempos de una hambruna patrimonio nacional, la diligente propaganda adelanta el parche al descosido y dictamina la diana, oficializa por decreto secreto que no deben ser los aguerridos compañeros que dirigen los objetivos de la catarsis humorística. Deben ser todos los malos, pero sobre todos los más malos entre los malos: los macetas.

Una viñeta que acompaña otra bazofia de teclado, publicada por Luis Toledo Sande ¡el mismo día que el engendro del camarada Cruz, y en el mismo diario!, da el ejemplo. Lanza la primera piedra. Estigmatiza a los cuentapropistas con un odio tan visceral y gráfico que serviría de material de ensayo sobre el escarnio que vivió la iniciativa privada bajo el castrismo de viejo y de nuevo tiempo.

La basura ilustrada nació de Martirena. Muestra a dos dignos ejemplares del proletariado celebrando que les subieron el salario, mientras uno recuerda que ahora “paralelamente habrá que aumentar la productividad, la consagración al trabajo”. En el último cuadro de la historieta aparece el villano por fin. Los dos honorables chivatones sonríen con desprecio mientras apuntan: “Solo una cosa tiene prohibido aumentar: ¡Los precios!”. Frente a ellos, un vendedor de verduras en su puesto, con cara de presidiario, barba sucia y ceño fruncido, y el cartel de “Topados” para sus precios abusivos, indignos, contrarrevolucionarios.

Como la explicación sobre la notita del Cruz, ese cruzado de la orden Ñico López, no tengo intención de comentar la viñeta de Martirena. No me hace falta siquiera llamar bribón a Martirena. El desprecio es una cosa que va por debajo, coagulada, y que no necesita traducción.

Pero sí vale la pena recordar que Cuba tiene registrados 605 mil 908 trabajadores por cuenta propia. Hablamos de un ejército de más de medio millón de personas que están siendo estigmatizadas, maltratadas, ofendidas sin derecho a réplica y sin justicia contra la difamación. Ese más de medio millón de cubanos debe ser consciente de que la ofensiva “Plan Maceta 2.0” no es una abstracción, y que no es un tiroteo sin dianas. Las dianas son ellos. Es su elección alzar la voz o morir en silencio.

El “Régimen del Terror” de Robespierre, una vez demolida la monarquía y rodadas las cabezas de Luis XVI y María Antonieta, impulsó una suerte de slogan que doscientos años después parece sacada de un manual del Partido Comunista de Cuba. “Aquí da rubor ser rico”, decía el Incorruptible Robespierre. Stefan Zweig trazaba la corrección en su célebre biografía de Fouché: “En realidad debía decir: Aquí da pavor ser rico”.

Los cuentapropistas cubanos están obligados a aprender de la Historia. Por su propio bien.

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Ernesto Morales

Periodista de CiberCuba


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