El valor cívico de Vivir del cuento

Humoristas, y especialmente Vivir del cuento, están sustituyendo a los periodistas huidizos de su responsabilidad de contar las amargas verdades y que se consuelan difundiendo las dificultades que aún subsisten

Actores del programa humorístico cubano Vivir del Cuento © Facebook / Vivir del cuento
Actores del programa humorístico cubano Vivir del Cuento Foto © Facebook / Vivir del cuento

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Este artículo es de hace 5 años

El equipo del programa más visto de la televisión cubana, Vivir del cuento, se ha tomado con buen humor los reproches recientes del periódico Granma acerca de su manera de desmenuzar la realidad cotidiana de la mayoría de los ciudadanos, en un intento fallido por limitar las criticas a algunos cargos del tardocastrismo.

En su entrega del pasado lunes, Vivir del cuento combinó la enésima rotura del motor de agua del edificio donde vive Pánfilo con un taller de Risoterapia como alternativa a la desgracia colectiva y los traspiés que el empobrecimiento ha impuesto a los cubanos.


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El valor cívico de Vivir del cuento radica en que jamás ha apelado a la vulgaridad y a su capacidad de crear una zona crítica sobre las penas que se atropellan frente a los cubanos, rescatando una parte de lo mejor del vernáculo criollo y tratando con respeto al espectador con su dosis semanal de buen humor.

Humoristas, y especialmente Vivir del cuento, están sustituyendo a los periodistas huidizos de su responsabilidad de contar las amargas verdades y que se consuelan difundiendo las dificultades que aún subsisten; ¡y tanto! y también actúan como psicólogos generalistas al aliviar el sufrimiento que implica la cotidianidad cubana con casi una hora de risas y sonrisas.

Guionistas, actores y dirección sabían que los espectadores estaban ansiosos por ver el capítulo del 12 de agosto, que acertaron titulándolo Al mal tiempo, buena cara; y con la agudeza de no caer en la tentación del chiste ácido, o la respuesta de barricada tan típica de Granma y otros CVPs del pensamiento contemporáneo cubano.

Vivir del cuento se lo ha puesto muy complicado al gobierno al no caer en la celada tendida por el periódico pagado por el Partido Comunista y los mandantes tendrán que elegir entre dejar que pase el tiempo o desmarcarse del ataque perpetrado por Granma contra los humoristas, y los cubanos en general, en su diatriba inútil.

Una parte de los burócratas, una vez medido el malestar que provocó Granma entre la población, puede tener la tentación de laminar al joven periodista que puso su firma a la opinión del PCC sobre Pánfilo; lo que sería otra injusticia porque en ese periódico no sale nada si no está aprobado, al menos por su directora, que debía salir, dar la cara y reconocer que se equivocaron.

En una democracia nadie está por encima de la ley ni a salvo de la crítica. Entre los dirigentes cubanos los hay buenos, regulares y malos; como en todo el mundo; y todos soportan grandes cuotas de desgaste por los magros resultados de su trabajo. Si algún dirigente se ha sentido dolido debe denunciar el programa específico que lo dañó, pero no usar a un joven periodista para que agreda a gente talentosa y cubana.

Quizá lo que debía cuestionar Granma es que una buena parte de los llamados “hijos de la revolución” hayamos elegido el exilio y el inxilio para vivir al margen de la baba sin quimbombó y asumir que Vivir del cuento –desgraciadamente- es reflejo de la dureza cotidiana que ahoga al pueblo con uno de los mayores capitales humanos de la región.

El tardocastrismo a veces roza la política del despedazamiento y los que piensan dentro de la cúpula cubana debían ordenar a sus subordinados que aprendan a relativizar las críticas y, sobre todo, a encontrar en ellas todo lo que sea útil para mejorar su gestión de los asuntos públicos porque afectan a once millones de personas.

Silenciando o criticando a Vivir del cuento no se van a resolver los problemas que condicionan el día a día de los cubanos ni los dirigentes van a reconvertirse en líderes plurales y eficaces; todo lo contrario, el silencio prolongado daña amplias zonas de la sociedad cubana, oscurecidas por conveniencia, cobardía y complicidad.

Pánfilo, fuera de cámaras, preguntó si los chistes también serían topados; en clara alusión a los precios topados para los vendedores privados, sin tomar igual medida en el sector estatal que vende alimentos y artículos de primera necesidad a los empobrecidos cubanos. Mientras que el director de cine Eduardo del Llano recordó que los artistas se inspiran en lo que les da la gana; reacción a la que se sumaron Ulises Toirac y el Director del Centro Promotor del Humor, Enrique “Kike” Quiñones.

La indagación panfiliana es un torpedo en la línea de flotación del barco verde oliva. Si de algo están hartos los cubanos es de topar unas contra otros; de topar con las tiendas en dólares teniendo salarios en pesos; de topar con el maltrato en los servicios, de topar con la carencia de alimentos, medicamentos y uniformes escolares. En fin, de topar con un grupito que, en nombre del socialismo, ha jodido a un pueblo noble, capaz e instruido hasta el punto de reírse hasta de su propia desgracia.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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