“Dame un peso, niña”. “Dame un peso, niño”. Así se pasea Olga por el paradero de ómnibus de Santiago de Las Vegas, en La Habana, mañana, tarde y noche. Uno o dos le preguntan con burla: “¿Qué te dé un beso?”. Luego ríen y ella camina unos metros hasta encontrar a otra persona a la que repetirle la misma frase a ver si “resuelvo algo para comer”.
Es mulata, tiene unos 50 años, viste camiseta, saya larga y chancletas, y lleva colgada del brazo derecho una jaba de nylon. Se encuentra entre los casi 600 deambulantes que existen actualmente en La Habana, de acuerdo con datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social.
“Así consigo lo que me interesa para vivir y me tiro en los portales a descansar o dormir cada vez que me haga falta”, me dice tartamudeando.
Según indica un reportaje publicado recientemente por el sitio Cubadebate, a diario se recogen alrededor de 30 personas en las calles y algunas entran todos los días del mes al Centro de Protección Social de La Habana, hecho para recibir a aquellas personas en situación de vulnerabilidad social porque no trabajan o tienen problemas de vivienda, relaciones familiares deficientes y/o un estado de salud mental deteriorado.
En palabras de la psicóloga Katya, que labora en un policlínico capitalino, “nos cuesta mucho aceptar que en Cuba hay mendigos. No es algo poco común ver a personas de la tercera edad durmiendo en las calles, pidiendo limosna en las entradas de las tiendas o los bancos, viviendo como si fueran perros callejeros. No tiene justificación ninguna que eso exista en una sociedad ‘socialista’.
“Por más que sea un espectáculo lamentable no podemos hacer como que no existe. ¿Dónde están las autoridades mientras las personas piden limosna por las calles deprimentemente, subsistiendo con lo que le da la gente o lo que se roban de la basura? Ni siquiera se ha implementado un mecanismo de detección oportuna que incluya una línea telefónica a la cual se pueda llamar para reportar un caso.
“Lo peor es que los también llamados menesterosos son casi siempre personas que aún pueden trabajar y que le huyen a la ayuda que les da el Estado porque muchas veces son tratados como animales. Por eso casi siempre ingresan en el psiquiátrico o en el centro de ayuda y se van enseguida o se esconden para ni llegar allí. Creo que lo fundamental es ir a la causa de lo que sufren”, acota.
Las propias autoridades cubanas han reconocido que no hay un mecanismo permanente para la admisión, diagnóstico, atención y reinserción social de personas con conducta deambulante en La Habana ya que los ómnibus que se dedican a recogerlas se limitan a los municipios de Habana Vieja, Centro Habana y Plaza de la Revolución, y solamente se desvían de su recorrido habitual cuando hay grandes desplazamientos hacia Diez de Octubre o Marianao.
A tenor con Ileana, propietaria de una cafetería en el Vedado, “aquí vienen tres o cuatro vagabundos a los que siempre les doy un vasito de refresco o jugo y un pan con algo. No les doy dinero para que no lo cojan para tomar ya que la mayoría de ellos son alcohólicos y lejos de mejorar su situación empeorará porque cada día hay más razones para estresarse y emborracharse.
“Las personas que viven en las calles, en condiciones extremas, están expuestas a riesgos de todo tipo. No solo hay que identificar el problema, sino sensibilizar a los que están relacionados con esa triste realidad.
“Debería existir un número de teléfono donde reportar los casos que requieren atención urgente. Se desconocen qué lugares atienden a los deambulantes y si existen en todo el país, aun cuando muchas de estas personas sufren desórdenes mentales y necesitan atención médica regularmente. Si los deambulantes son casi siempre los mismos, ¿qué sentido tiene recogerlos si luego van a soltarlos sin haberles resuelto el problema?”, se pregunta la trabajadora privada.
Por su parte, el abogado Reinier, de 42 años, explica que “nadie, por muy malo que sea, merece vivir en la calle. Hace falta más que un centro para unos días, sino un sitio donde incorporarlos a la vida social poco a poco y siendo bien tratados.
"Los recogen a estas personas los tratan con desprecio y llevan guantes puestos. El Estado debe tomar más cartas en el asunto. Podría estimularse el aporte caritativo de las personas naturales. Creo que de alguna manera podemos colaborar con estas personas haciendo donativos”, apunta.
Asimismo, la doctora Ileana, de 39 años, afirma que “es lamentable ver personas deambulando por la ciudad, sin hogar. Sería bueno que tuvieran más apoyo para reintegrarse a la sociedad, o al menos tener mejor calidad de vida. Normalmente padecen de depresión y pérdida de la autoestima, carecen de alimentación, aseo o un vestuario decente, y tienen una conducta social desajustada, pero necesitan trabajar.
“Requieren seguimiento de los organismos responsables y también divulgación para que se conozca sobre ellos y qué ayuda se les puede prestar mediante donaciones de ropas o alimentos. Casi siempre estas personas son despreciadas y excluidas porque no tienen a nadie que responda o se queje por ellos. Lo que hacemos es aún insuficiente, carencias materiales aparte”, destaca la encargada de una clínica local.
El informático Agustín, residente en Artemisa, asegura que “no hay un trabajo bien planeado. Si el esfuerzo fuera sincero y con amor las cosas no estarían así. Hace falta que todos los involucrados, que son bastantes, hagan lo que les corresponde con la necesaria dosis de humanismo. Que pasen por las esquinas de mi provincia para que vean como encuentran deambulantes que recoger.
“Hace años que se ve en aumento este fenómeno en las principales ciudades de Cuba. A pesar de que predominan los casos reincidentes siguen sin ser atendidos correctamente en una institución de salud mental y reintegrados a la sociedad”, concluye.
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