La Unión Europea está usando a Cuba en su guerra particular con Donald Trump, y La Habana se está dejando querer por la decadente Europa, que sigue errando en su política hacia la isla, con una mezcla de antiimperialismo juvenil, amagando en Derechos Humanos e intentando usar la influencia multilateral del tardocastrismo en este mundo desigual.
La postura de ambas partes es una política miope y cortoplacista porque Trump es un hecho temporal, mientras que la disminuida Europa asume el coste de aparecer como socio preferente de la dictadura cubana, empeñada en resistir a cualquier precio, sobre todo a partir del derrumbe venezolano.
Cuba –que se pasa la vida cacareando independencia y soberanía– tiene que andar la cuerda floja de admitir una cifra récord de cubanos devueltos desde USA, pastelear con todas las facciones venezolanas, pero con un ojo puesto en el Esequibo, y dejarse usar por Europa con su viejo discurso de no intervención y antiyanqui.
Toda política pasa por alianzas tácticas –como aquella de La Habana con la Argentina de Videla en materia de Derechos Humanos– pero si Cuba se ve obligada una y otra vez al rejuego es por su carencia absoluta de independencia económica y de voluntad política de su gobierno de avanzar hacia una democracia pluripartidista, como las que abundan en su ahora admirada Europa.
Si Cuba se ve obligada una y otra vez al rejuego es por su carencia absoluta de independencia económica y de voluntad política de su gobierno de avanzar hacia una democracia pluripartidista
Hace unas horas, el burócrata a cargo de los asuntos de los cubanos en el extranjero, lloriqueaba en Twitter porque Trump pretendía reducir la ayuda familiar a 11 dólares norteamericanos diarios. Solo un mentecato o un cínico es capaz de retratarse de esta manera en una red social, cuando el gobierno para el que trabaja ha empobrecido a los cubanos y ha provocado la mayor estampida migratoria en la historia de Cuba.
El argumento del funcionario llorón sigue la lógica cínica de lamentarse de la suerte de los cubanos por acciones del gobierno norteamericano, pero evita toda referencia al sistema de explotación de una doble moneda, las abusivas tarifas de trámites consulares y el sistema de precios no topados en las tiendas de la casta verde oliva.
Mientras dure Trump La Habana jugará a introducir determinados elementos de la política exterior europea en el llamado Tercer Mundo. Nada novedoso. Pues ya lo hizo Fidel Castro para el Kremlin en el seno de los No Alineados.
Luego se verá; pero lo que pretende ignorar Bruselas ahora es el coste que tendrá su política para la mayoría de los cubanos aplastados por una minoría burguesa, racista y excluyente, que no ha dudado en calificarla de socio preferente. Muy mal debe andar Europa cuando piropea a La Habana de esa manera.
Lógicamente, no debe soslayarse en este new deal el papel del minoritario gobierno español de Pedro Sánchez, empeñado en que los Reyes de España viajen a Cuba en noviembre próximo.
El pequeño problema que tiene la inmoralidad europea –que no es nueva– es que su conducta contrasta con la de Estados Unidos, cuando no dudó en defender y socorrer a Europa ante el avance del nazismo, y aún después, con el millonario Plan Marshall.
Y España debía pensar cómo se habría sentido un socialista encarcelado por el franquismo, si Oloff Palme hubiera visitado Madrid y hubiera declarado que en Franco tenían un socio preferente.
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