Este texto no va sobre la Green Card de Gente de Zona. Esas dos tarjetitas verdes deben andar temblorosas por estos días, con tanta fama y lleva y trae a su alrededor. No va sobre ellas, repito. Alexander Otaola sabe defender sus posturas lo suficientemente bien y Alexander Delgado lo suficientemente mal. Ninguno de los dos requiere de mi intervención no solicitada.
Pero este texto sí va sobre la ignorancia y sus efectos devastadores. Sobre todo, si consigue esparcirse desde individuos con suficiente convocatoria como para apelotonar a más de un cuarto de millón de almas en una plazoleta pública.
Porque la ignorancia es como la radiactividad: no se toca, no se ve, pero está. Y también como la radiactividad, llega lejos, muy lejos. Y corrompe. Si es rociada desde un púlpito hasta esa multitud de 350 mil almas, la magnitud de la devastación es digna de llanto. Es como si Prípiat, en el momento de explotar Chernóbil, no hubiera tenido 50 mil sino 350 mil habitantes.
Este miércoles último Alexander Delgado y Randy Malcom abrieron las compuertas de esa ignorancia radiactiva durante una entrevista con Enrique Santos que lleva 24 horas de “viralidad”. Nunca antes mejor empleado el término infeccioso.
En lo personal, darme de bruces con que el fundador del grupo más internacional dentro del género más internacional para la juventud hispana de hoy admite, sin problema alguno, que él no sabe qué cosa es republicano o demócrata, pero que aun así cantó a favor de la campaña de una candidata presidencial demócrata, me ha sido perturbador.
Mi razonamiento es este: si eso es Gente de Zona, responsables de una música hermosísima dentro de ese género popular, sin discusión los que están uno o varios peldaños por encima del resto en esta parcela del pentagrama, ¿qué puede irradiar el resto?
Muchos años y muchos dólares después, Alexander Delgado no ha detenido un instante, apenas cinco minutos, los giros espasmódicos de su cabeza al bailar, para asesorarse sobre qué diablos son los dos grandes partidos políticos del país donde reside y cuya nacionalidad estoy seguro querrá adoptar. Y eso para mí es imperdonable.
Puede que los padres de Randy no supieran que Malcolm, el nombre que le colocaron detrás al chico que un día ganaría varios Premios Grammy, se escribe con una letra “L” antes de la “M” final. No saber algo no es pecado. Pero treinta y cinco años después es imperdonable que ese mismo chico, ya siendo una estrella mundial, diga que el pueblo al que ellos van a cantarle “no tiene culpa de nada, esto es un problema de hace 60 años y está afectando a generaciones tras generaciones y nadie entiende nada”.
Randy Malcom se confunde a sí mismo con el resto. “Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea”, le diría José Martí al muchacho. Como él no entiende, o finge no entender, cree que nadie entiende nada.
Porque no es en lo absoluto difícil entender que los causantes de “ese problema”, como amablemente llama el rumberito a una tragedia de sangre, remolcadores, separaciones y lágrimas, siguen allí, instalados sobre el poder en la misma isla que antes él recorría como un aplastado más y hoy recorre como un Mesías que aglutina multitudes, pero convenientemente sin “entender nada”.
El error de Gente de Zona no fue conceder esa entrevista a un Enrique Santos tan cercano en amistad y posturas. La idea de concederla estuvo bien pensada, tenía un magnífico trasfondo lava caras. El error de Gente de Zona, y de la maquinaria de representantes, managers, publicistas que se mueven en torno a ellos, es no darse cuenta de que alcanzar la categoría en la que ellos hoy están implica no solo “sabrosura y gozancia”. Implica también una gran responsabilidad.
Esa responsabilidad que han entendido, por poner breves ejemplos de entre un mar de tantos posibles, Bad Bunny o Don Omar. No les pido a Randy y Alexander que tengan el mismo nivel de instrucción académica intelectual que el “Residente”. René Perez, detrás de su apariencia rompedora y desafiante, trae una licenciatura en Historia del Arte y una Maestría en Dirección de Cine. Yo les pido mucho menos a Randy y Alexander. Les pido que entiendan que la fama no sirve, no puede servir solo para menear las coyunturas, carajo.
Y tampoco me estoy poniendo tiquis miquis en esto de pedir, dejemos eso claro. Este texto no va sobre la Green Card de Gente de Zona, dije en la primera oración, y en consecuencia este texto no les pide que sean honorables, que sean sensibles, que alcen sus voces y usen el poder mediático que arrastran para hacer conciencia sobre el cable pelado y de alto voltaje que se almuerza hoy el pueblo al que ellos solo quieren hacer bailar.
Yo no llego a tanto. La decencia se tiene o no se tiene. ¿A quién hay que pedirle que no maltrate a su madre o no golpee a sus hijos? A nadie. Cada quien trae dentro ese decoro del que tanto hablaba Martí, o simplemente no lo trae.
Pero no esparcir la ignorancia: eso sí se les puede pedir. No es tanto, Alexander, no es tanto, Randy.
Cuando hace dos años Kyirie Irving, puso en duda la redondez de la Tierra y nos recordó que cuando conducíamos en auto siempre íbamos por una carretera plana, el segmento de humanidad sensata que todavía nos queda en este mundo se nos puso las manos en la cabeza, de puro espanto. El base de la NBA tiene 13.3 millones de seguidores en Instagram y más de 4 en Twitter. La mayoría, chicos muy jóvenes. El efecto es terrible.
Como lo es que Alexander Delgado no sepa que no ser comunista no implica en modo alguno ser o no ser imperialista. Peor aún: como es terrible que Alexander Delgado no sepa que el término imperialismo, empleado como antítesis de comunismo, es producto de un adoctrinamiento castrista que él propaga lo mismo ante esos micrófonos en una cabina de radio, que ante los otros micrófonos del mundo que él usa para cantar.
La ignorancia es radiactiva: pasa de cuerpo en cuerpo, infecta, hace daño. Hay demasiada gente joven allá afuera con audífonos puestos, Gente de Zona. Hay demasiado público que por carencias en el hogar o deformaciones del tiempo que corre, usa a figuras públicas como ustedes para saber cómo conducirse en esta vida. Y no me digan que eso no lo saben tampoco. Ustedes cobran por eso: la publicidad que les paga por anunciar un producto, o por colar una melodía de ustedes como fondo de venta, les paga precisamente por eso. Por el jodido efecto que la música, o el deporte, o el cine, ejerce en la humanidad de hoy.
No se puede ir por la vida esparciendo partículas de estupidez, muchachos. Librarse de eso es muy fácil. (Ya lo del decoro y la decencia humana sí requiere más madera interior, por eso no quiero presionarlos. No me gustaría que me acusaran, ustedes mismos, de inquisidor). Pero saber cosas no es tan duro, créanme. No toma tanto tiempo.
En cinco minutos alguien puede explicarles qué cosa es un artista cubano exiliado, en otros cinco aprenden quién es Willy Chirino, en cinco más pueden incorporar nociones muy básicas sobre qué es ser demócrata o qué es ser republicano, y los cinco finales los pueden destinar a aprender un poquito de humildad, de cómo no se habla tanto de lo que ustedes no le cobran a un pueblo o de cómo le pagan a Laura Pausini sus gastos para un viaje.
Cuando terminen el duro trabajo de promocionar sus doce canciones, ¿lo pueden intentar?
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