El Che, los gays huérfanos y su silenciada viuda

La homofobia del Che no era una excepción, sino la norma en la mayoría de las personas que en aquellos años detentaron responsabilidades públicas en Cuba.

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Este artículo es de hace 5 años

En el último año se ha agudizado la incomprensión que genera en una parte del exilio cubano la actitud de un sector del movimiento gay mundial que usa como estandarte al Che Guevara, asesinado hace 52 años en Bolivia, donde fue derrotado por el ejército constitucional y sus propios errores.

La incomodidad y la crítica de esa porción del exilio cubano obedece a la manifiesta homofobia del Che Guevara, que lo llevó incluso a tener un encontronazo con el poeta norteamericano Allen Ginsberg, durante una visita de miembros de la generación Beat a Cuba.


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La homofobia del Che no era una excepción, sino la norma en la mayoría de las personas que –en aquellos años– detentaron responsabilidades públicas en Cuba y en la mayoría de los países, donde todavía existen ciudadanos y altos cargos que rechazan la homosexualidad y el lesbianismo.

Por tanto, no tendría sentido criticar a Guevara por su homofobia, ni tampoco a los gays y lesbianas que lo han asumido como pancarta, ignorando no solo su rechazo a la homosexualidad, sino también su carácter totalitario y excluyente, que lo incomunicaba con buena parte de la sociedad.

El movimiento de gays y lesbianas –salvo excepciones– forma parte de la maniobra de rearme ideológico emprendida por la izquierda transversal, tras el derrumbe del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS, donde se persiguió con saña a los homosexuales:; campaña a la que sumó el ecologismo, pese a que allí donde gobernó y gobierna el comunismo, la destrucción del medio ambiente ha sido una constante; como ocurre ahora mismo en China y Cuba, y antes en la Unión Soviética y países de su órbita.

Por tanto, no habría que extrañarse porque la mítica foto de Alberto Korda sea santo y seña de amplios sectores del movimiento gay, que se alinea a la izquierda políticamente y en la guerra cultural, que viene ocurriendo en occidente desde 1968.

Lógicamente, la incoherente apropiación de un grupo de gays y lesbianas de la imagen del Che carece de lógica para la mayoría del exilio y el inxilio cubanos, que sigue sin aceptar que Ernesto Guevara ganó la partida propagandística incluso a Fidel Castro. China, que era la apuesta del Che, sigue existiendo aunque con otro formato, mientras que la URSS dejó de existir en 1991, fruto de sus propias contradicciones.

Pero Fidel Castro no podía prescindir de la URSS porque ya estaba abiertamente enfrentado con Estados Unidos, su factor de legitimación y simpatías mundiales, y porque su política económica era un desastre y ya estaba dañando a Cuba.

Algunos bobos solemnes –azuzados por el castrismo residual– aprovecharon el derrumbe soviético para hacer arqueología política con el “pensamiento económico” de Guevara; otro disparate que encandila a la progresía mundial, que pretende desconocer la hambruna provocada por Mao y que la gestión del guerrillero argentino en el Ministerio de Industrias y el Banco Nacional de Cuba fueron sendos desastres, de los que ha trascendido las imágenes en el trabajo voluntario y la firma Che en los billetes de curso legal, como elementos propagandísticos.

Si Guevara hubiera impuesto su criterio económico, Cuba habría llegado a la miseria antes que los años 90 del siglo pasado y la revolución habría fracasado con anterioridad.

Por supuesto que el sufrido exilio cubano tiene todo el derecho del mundo a criticar a Guevara y a los gays que lo asumen como ídolo. Pero quizá debía reflexionar y –en lo posible– evitar caer en la trampa tendida por la izquierda que ha conseguido convertir a un médico con rasgos de crueldad, a un mal padre que abandonó a su mujer e hijos, y a un político y guerrillero fracasado en un sucedáneo de Jesucristo.

Los méritos de la revolución cubana corresponden a Fidel y Raúl Castro Ruz que diseñaron una guerra de desgaste contra el ejército, tras sobrevivir milagrosamente al desastre de Alegría de Pío, y que consiguieron derrotar al régimen de Batista en el plano interno y externo; consiguiendo el apoyo fervoroso de la mayoría de los cubanos, incluida la burguesía blanca, y de parte del gobierno y la casi totalidad de la prensa estadounidenses.

Una lectura tranquila a su Guerra de guerrillas revela incontables similitudes con los postulados de Mao Tse Tung, al que Guevara admiraba sobrenaturalmente, como demuestra en una carta a sus padres, en la que cuenta su alegría por el parecido físico de su hija Hildita, a la que también abandonó, con “el jefe”, como llamaba al Gran Timonel de Pekín.

Pero en Bolivia –destino impuesto por Moscú a La Habana, tras protestas de los Partidos Comunista de Perú, apoyado por sus homólogos de Chile y Uruguay– el Che violó todas las reglas maoístas y su propio criterio de que una guerrilla no podrá triunfar en aquellos países donde funcione la democracia representativa, aun cuando se produzcan pequeños fraudes en las elecciones.

Por tanto, por mucho que le pese al aparato de propaganda tardocastrista y a los ignorantes adoradores de Guevara en todo el mundo, incluidos gays y lesbianas, el Che no es ejemplo de nada positivo porque en Cuba lo tuvo todo para hacer una buena labor y generó conflictos desde los días de México y el Granma hasta su forzosa salida hacia el Congo, aunque los Castros lo hayan cubierto con un manto discreto y coloreado de heroísmo.

En el Congo fracasó, como reconoce en la primera línea de su diario. Y en Bolivia murió como consecuencia lógica de una sucesión de errores propios y la actitud de La Habana, que se tuvo que poner de perfil ante las presiones de Moscú que no apoyaba ni veía con simpatías a un individuo como Ernesto Guevara de la Serna.

Más allá de las reacciones emocionales que tanto encandilan a la progresía, el dato objetivo es que la guerrilla del Che no consiguió ni una sola incorporación de la población del entorno de Ñancahuazú y fue disminuyendo con deserciones, muertos y prisioneros.

¿Cómo puede La Habana y sus abundantes exégetas en el mundo justificar la presencia de Guevara en Bolivia, junto a un grupo de jóvenes cubanos sacrificados en la flor de sus vidas, si siempre ha defendido el principio de la no intervención e injerencia en los asuntos internos de los países?

¿Cómo reaccionaría el gobierno cubano si un militar extranjero, con apoyo de un sector de la oposición, se estableciera en una región apartada de la isla?

La homofobia del Che Guevara es apenas un pecado menor, pero como la izquierda insiste en venderlo como el hombre perfecto, hasta gays y lesbianas han comprado mercancía averiada con una fuerza de publicidad enorme hasta el punto de que un santón cruel haya desdibujado hasta los numerosos méritos insurreccionales de su viuda oficial, Aleida March Torres, de quien los cubanos ignoran casi todo.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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