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El día 9 de octubre falleció en la Habana la niña Paloma Domínguez Caballero, de un año de edad, víctima al parecer de las reacciones provocadas por una vacuna en mal estado. Según testimonio de la madre: "A las dos horas de recibir este veneno en su bracito mi niña comenzó a vomitar, a hincharse, a cambiar de color. Lo que estoy pasando es un infierno. A las 5 am, menos de 24 horas después de ser vacunada me la ingresaron en terapia intensiva y nunca más salió viva de ahí".
La prensa independiente se hizo eco con prontitud de las declaraciones de la madre y familiares en redes sociales. Días después la prensa oficialista publicó una declaración del MINSAP (Ministerio de Salud Pública) narrando lo ocurrido, y alabando la profesionalidad de la atención médica recibida por los afectados. Pero ni una condolencia a los allegados de la pequeña Paloma.
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Aunque la declaración circunscribe los hechos (hasta este momento) en un solo policlínico, el “Betancourt Neninger”, e indica que no hay otros casos similares (hasta ahora), lo más lógico es que se realice una recogida total del lote al que corresponden las vacunas utilizadas con estos niños, para evitar futuros casos y poder realizar una investigación exhaustiva del suceso. Esta información no está presente en la declaración del MINSAP.
La retirada de lotes completos de vacunas es la acción más común ante cualquier sospecha de problemas. Las autoridades sanitarias mundiales tratan con cuidado extremo cualquier circunstancia que pueda crear la más mínima duda ante las vacunas, los colectivos “antivacunas” están siempre al acecho del más mínimo error.
Lo más negativo de esta situación es el efecto dominó que puede generar entre los padres de niños que lleguen al momento de vacunación.
Yo soy un padre convencido de la importancia de las vacunas, de lo tremendamente importantes que son para erradicar enfermedades que se cobraban cientos de vidas cada año, enfermedades que han desaparecido, como la viruela, o llevadas a números insignificantes de casos, como la poliomelitis, pero ante un hecho así, yo no llevaría a vacunar a mis hijos sin una garantía de que no le va a ocurrir algo similar, y si así pienso yo, un padre pro-vacunas convencido, ¿qué estarán pensando otros padres más indecisos?
Estoy convencido que en estos momentos cientos de padres cubanos están decidiendo no vacunar a sus hijos, no hasta que se emita una aclaración convincente y precisa. El MINSAP debe actuar con rapidez y profesionalidad.
Las vacunas funcionan también por la llamada “inmunidad colectiva”, aún cuando algunos niños no se vacunen. El hecho de que la inmensa mayoría sí lo haga protege a los no vacunados, si ellos sólo interactúan con otros niños que sí lo están, tienen poco riesgo de contraer la enfermedad. Esto cambia cuando la proporción de niños no vacunados aumenta. Por debajo del 85-90% de la población vacunada este efecto se reduce considerablemente y comienzan los contagios colectivos en escuelas y barrios.
Recientemente Estados Unidos experimentó un brote de sarampión, enfermedad que se suponía erradicada hace años. ¿La razón? Los movimientos antivacunas en ese país y a nivel mundial logró que muchos padres decidan no vacunar a sus hijos.
En Cuba tenemos una gran experiencia en el uso de vacunas. En 1901 se estableció la vacunación obligatoria contra la viruela, en 1962 se realizó la primera campaña de vacunación contra la Poliomielitis, y se han eliminado casi totalmente enfermedades como la Polio, el Tétano, la Difteria, el Sarampión, la Tos Ferina, la Rubeola, entre otras.
Los padres cubanos están convencidos de la importancia de las vacunas y un caso como este no puede crear sombras sobre su importancia para preservar la vida y la salud de miles de niños.
La respuesta del MINSAP y las autoridades cubanas tiene que ser profesional, precisa y esclarecedora.
Ningún padre debería tener miedo de vacunar a sus hijos. Ningún padre debería estar en la situación de los padres de Paloma.
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