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Lo anunciaron a las 10 de la noche de este viernes. Dime si no es para escupirles las caras. Terminando la semana, cuando saben que los medios informativos bajan sus radares, cuando el público menos consume asuntos noticiosos.
Como si el informe que se disponían a dar, las causas que provocaron la muerte de una bebita de un año, la hospitalización en estado de extrema gravedad de otros dos bebés de la misma edad, no fuera un asunto de Estado que el pueblo cubano, el de dentro y el de fuera, tuviera el sagrado derecho de conocer con pelos y señales.
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Yo lanzo mi pregunta retórica: si no tienen culpas, ¿por qué se esconden? Si su investigación era genuina, si no les importaba la imagen, si están libres de culpas y todo fue asunto de una descuidada enfermera, ¿por qué un viernes, por qué a las diez de la noche?
La bacteria Staphylococcus aureus, el más peligroso de todos los estafilococos, tiene una presencia extrema en las superficies que tocamos. Se estima que el 30% de los adultos sanos la lleva en la nariz, y el 20% en la piel. Sin embargo, son los hospitales y los sitios con pésima higiene, el hábitat predilecto de una bacteria que puede presentar fuerte resistencia a muchos antibióticos.
Cuando el Staphylococcus aureus entra al torrente sanguíneo, a través de una cortada o de un pinchazo como el que recibió la niña Paloma, suele causar el Síndrome de Shock Tóxico, una reacción diabólica que termina provocando un fallo multiorgánico y si no se atiende con profesionalismo, medicamentos precisos y sobre todo premura, termina en la muerte.
A Paloma no la mató una enfermera descuidada, según nos dijo el infame comunicado con el que el gobierno cubano vuelve a lavarse las manos de la desgracia. A Paloma la mató un sistema infectado con estafilococo en su raíz. La verdadera bacteria es el sistema. Esa es la enfermedad, la única desgracia que obliga todos los días a médicos brillantes y esforzados a diagnosticar peritonitis con el dedo, a suturar sin anestesia, a sufrir muertes evitables y a ser víctimas de esclavitud.
Estamos hartos de verificar suciedades, inmundicias, carencias, indolencias en un sistema de salud que se vende al mejor postor de fuera mientras contagia, enferma, mata a los de dentro. Estamos hartos de videos que exhiben filtraciones en salones de operaciones, cisternas infestadas con cadáveres, cirugías en dedos sin anestesia. Barbarie. Barbarie pura.
Mientras Paloma y dos angelitos más eran infectados con una bacteria mortal en el Policlínico Betancourt Neninger, Cuba mantiene el hospital que ha donado a Qatar en condiciones de excelencia extrema, y de paso les arranca de las manos el 90% de sus salarios a los especialistas que allí trabajan, según ha revelado el diario The Guardian este mismo viernes.
Cuba nos pide a la prensa extranjera que no hagamos política con muertes como la de Paloma. Que no manipulemos el dolor. Pero en el mismo tweet de condolencias a una familia ignorada durante una semana entera, el dictador de turno Miguel Díaz-Canel nos recordaba: “Nada más importante que un niño para la Revolución Cubana”. Cuba usa sus estadísticas infladas de mortalidad infantil, de campañas de vacunación, como bandera propagandística internacional. Pero nosotros, la única prensa que asiste y da voz a familias como la de Paloma, somos los que manipulamos y sacamos tajada política.
Ya nos faltan adjetivos. De verdad. Es plena madrugada y yo estoy tecleando esto con un nudo en la garganta, luego de besar a mi hijo en la frente y verlo dormir con paz. Y pienso en Yaíma Caballero y Osmani Domínguez, los padres de Paloma, que han debido huir de su propio país porque no contentos con matarles a su hija, comenzaron a matarlos a ellos poco a poco. A amenazarlos, amedrentarlos, taponarles las bocas porque el dolor de toda la claque miserable que gobierna cabe en un tweet de Díaz-Canel.
Y nadie responde. Nadie dimite. Nunca un Ministro de Salud, nunca un mandamás vestido de militar con grados inventados en los hombros. Sufren, pagan los de abajo. Hace meses pagaron dos pilotos muertos por el desastre del Boeing desplomado en Boyeros, hoy paga una enfermera infeliz. Nadie escucha, como el documental de Néstor Armenteros conjugado al presente. Nadie, cojones, escucha.
Paloma no se murió. A Paloma la mataron. Las campañas de vacunación en Cuba son obligatorias: esos padres obedecieron la ley, y les devolvieron a su niña en una vasija, convertida en cenizas. A Paloma la mató una degradación nacional que supura pus en cada rincón de un país contaminado.
Y si el béisbol cubano se ha muerto, si la educación nacional se pudre en vida, si el país envejece y sus jóvenes se escapan incluso a donde no los reciben, si la salud pública antes que curar, enferma, es porque toda Cuba, todo nuestro país bonito ha terminado infestado por un gran estafilococo llamado castrismo que se resiste a cualquier antibiótico y a cualquier plegaria. Esa es nuestra única enfermedad.
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