Entrar al Mercado Cuatro Caminos no es tarea fácil. Para lograrlo hay que pasar horas de pie y estar dispuesto a buscarse un dolor de cabeza. La atmósfera, allí, es opresiva.
“Hay colas con rotondas”, dice un joven riéndose de las largas hileras que doblan en ‘U’. Colas que aparecen al frente, atrás, a los lados, arriba, abajo. Colas por todos lados, tan anchas como las calles y tan custodiadas como un cuartel militar. Colas que evidencian la escasez que hay en la isla. Colas ruidosas donde algunos marcan y remarcan persiguiendo las toallitas húmedas, el papel sanitario o el puré de tomate.
Pareciera por momentos que toda la policía de La Habana se apila en ese mercado con más agentes del orden que trabajadores. Y no son guardias de poca monta. Hay hasta coroneles organizando allí el molote y manteniendo a todo el mundo a raya.
En una enorme fila que espera hace más de dos horas para entrar a una perfumería con amplio surtido de mercancías de aseo, María se acomoda su monedero entre los senos mientras afirma: “Yo estoy aquí porque mis clientes me mandan. La suerte es que vivo a media cuadra. Mírame comprando culeros por encargo cuando ya mis hijos tienen casi 20 años. Pero, ¿sabes cuánto me he buscado hoy? 40 fulas. Y mi jefa soy yo misma. ¿Qué más puedo pedir?"
“Lo que sí no me verás nunca es hacer como las madres que hasta le alquilan a sus niños pequeños a otras mujeres para que las dejen pasar primero en una cola. Esperamos que de aquí a enero se pueda venir sin tanta matazón ya que la gente empieza el año pasmada. Por estos días parece que el tumulto seguirá porque cientos de personas ni van a trabajar para poder venir aquí”, explica esta mujer entrada en los cuarenta.
En el inmueble administrado por la corporación CIMEX no quedan rastros de los destrozos de la tristemente célebre inauguración del pasado sábado, pero hay muchas entradas y salidas aún clausuradas y se siente olor a pintura fresca en algunas paredes. Sorprende el alto número de ancianos y discapacitados físicos que transitan sus pasillos.
No obstante, ni siquiera para la manada de revendedores que viven rastreando las tiendas es sencillo el acceso a la instalación. Luego de la “Batalla de Cuatro Caminos”, como ha sido bautizada popularmente, se ha establecido un límite máximo de productos por persona y uno puede comprar lo mismo dos refrigeradores que dos cuchillas de afeitar, dos cervezas Cristal o dos cartones de huevos. Pero dos. Solo dos de lo que sea.
Escapan a esa regla la cerveza importada, de la cual cada cliente puede adquirir hasta una caja; el refresco de lata, del que se pueden comprar hasta diez unidades; y el puré de tomate, del que se permite un litro por consumidor. También los jabones de baño y de lavar, de los que se permite cargar con hasta diez y cinco piezas, respectivamente. En cambio, los lavamanos y las tazas de baño tocan a solo uno por persona.
De acuerdo con lo que expresa la cuentapropista Yaumara, “esto es lo más parecido a un súper mercado del primer mundo, por eso nos deslumbra a todos. Tanto a los pobres que no tienen ni dónde caerse muertos como a los pequeños empresarios que tratamos de mantener a flote nuestros negocios, sin tener un lugar en el que comprar a precio mayorista. Fíjate que hay hasta carne en divisa y en moneda nacional.
“La parte de Electrónica es la que tiene menos variedad. Parece un festival de la marca Daytron. Ollas arroceras, batidoras, ollas reinas, televisores, calentadores de agua, ventiladores. Todo Daytron. Las demás son marcas malísimas como VTB y Venax.
“Eso sí, en Ajuares tienen todo tipo de útiles del hogar: cortinas, edredones, vajillas, estantes, lámparas, toallas, etcétera. Lo que me parece una burla son los precios. Es ridículo que en un país donde la gente está pasando hambre, un sillón de suiza cueste 60 CUC, las sábanas lleguen a más de 30, un vaso de vidrio valga unos 10, y una almohada, 15”, indica la dueña de un restaurante particular.
Por otro lado, Eugenia, una jubilada que llegó desde Alamar al mercado ubicado entre las calles Monte, Cristina, Arroyo y Matadero en La Habana, opina que “la mala conducta social no se justifica con nada, pero también está mal que el gobierno no reconozca las necesidades insatisfechas que tenemos.
“Las cosas son como son. Yo vine por primera y última vez porque no me espanto más una cola tan larga para comprar papel sanitario. Lo que sí es seguro es que aquí hoy hay de todo y mañana no habrá nada. Los revendedores actúan en grupos. Se conocen y se ayudan entre sí. En unas semanas ésta será una tienda desabastecida más”, señala.
Junto a la perfumería, la ferretería, el mercado y la carnicería, que son los departamentos más visitados, el Mercado Único de La Habana cuenta con cafeterías, un Photoservice, una Western Union, un punto de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba, cajeros automáticos, una tienda de electrodomésticos para comprar con tarjetas de Moneda Libremente Convertible, una licorería, una dulcería y una floristería donde un ramito de rosas cuesta 40 CUC.
Según apunta Liuba, “el sábado pasado me quedé trancada aquí cuando cerraron las puertas por el escándalo y me dejaron salir con fatiga, como a las dos de la tarde. Sin embargo, tuve que regresar nada más que reabrieron porque hay buenas pinturas de vinil y esmalte que me hacen falta para la casa.
“Habrá que ver hasta cuándo será el despliegue policial en este sitio porque se supone que el contenido de los agentes sea otro”, añade el ama de casa. “Para colmo, aquí dentro falta señalética así que uno se pierde constantemente dentro de la tienda. Ojalá que por lo menos ya no haya más violencia”.
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