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Hace cinco años, Raúl Castro compareció en directo en la televisión cubana con su uniforme de General de Ejército para anunciar el regreso de los 5 espías, la manera más airosa para enmendar la chapucería de sus subordinados en el Ministerio del Interior; y el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el enemigo más útil que ha tenido el castrismo en su existencia.
Obama hizo lo mismo en Washington, de cuello y corbata. Era la una de la tarde del Día de San Lázaro de 2014. Y la suerte simulaba estar echada.
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Parecía que Cuba entraba en el mundo real con la mano tendida de Barack Obama, pero el sueño se desvaneció en quince meses, con un abrir y cerrar del Gran Teatro de La Habana, porque Raúl Castro se llenó de miedo ante el empuje y la simpatía que el 44 presidente de Estados Unidos despertó entre los cubanos, en aquella frustrante primavera.
Tantos años de matraca agresiva bilateral y la generosidad -hasta límites antiamericanos- de Obama hicieron creer que el último reducto de la Guerra Fría en la región daba paso a una era de cooperación y entendimiento que contribuiría, decisivamente, a la prosperidad de los cubanos empobrecidos por la casta verde oliva; pero el tardocastrismo se atrincheró y ralentizó el ritmo de las reformas emprendidas con la justificación de que tendrían tiempo político porque Hillary Clinton sería la primera mujer presidenta de Estados Unidos.
El mulato Obama puso a Cuba de moda, estrellas de Hollywood de diferentes sensibilidades políticas aparecieron en La Habana magullada para fumarse un Habano y pasear en un Chevrolet Bel Air 1957, la casa de modas Channel no quiso perderse la fiesta y arrebató el Paseo del Prado con un desfile que dilató las pupilas de cubanos azorados.
Aviones norteamericanos fueron recibidos con arcos de agua a chorro en diferentes aeropuertos y los malos que hacían cosas buenas; parecían buenos que seguían haciendo buenas cosas.El Air Force One posándose sobre la pista mojada de Boyeros paralizó el mundo; pero no fue más que eso, una ilusión óptica insoportable para la gerontocracia mandante y miope.
No era la primera vez que el tardocastrismo, asustadizo, parase las reformas que Cuba pide a gritos. La aparición de Hugo Chávez en el horizonte de Fidel Castro, congeló todo intento renovador y la isla volvió a entrar por el aro made in URSS, que ha sido el formato más cómodo para los Castros y más incómodo para los cubanos.
El turismo americano -ese gran sueño de los pobres de la isla y los empresarios extranjeros apalancados en Cuba hasta que escampe- colapsó La Habana con propinas en dólares e improvisados Photo Call entre las ruinas de la pobreza más fotogénica que ojos humanos hayan visto; los despachos de abogados de la yuma llamaban directamente a empresas y entidades cubanas con propuestas de negocios y consultaban con la Oficina de Patentes y Marcas los requisitos para registrar sus fruslerías.
Pero Raúl Castro -como ya había hecho su hermano Fidel con la Perestroika- ordenó apagar los More mentolados, ese fetiche ansiado por los pepillos Efemistas de La Habana que agoniza; y mandó a Josefina Vidal a Ottawa como embajadora eterna y a Tavito Machín a Madrid para que pasee por la Puerta de Alcalá, colocando a nuevos edecanes en la Dirección América del Norte del MINREX.
Los ataques sónicos acabaron de enredar la pita bilateral y, tras meses callados, la administración norteamericana evacuó al personal no esencial de su embajada en la isla; guyanizando los trámites consulares para cubanos de a pie que desean emigrar o visitar Estados Unidos. La grillera debió ser fuerte porque se llevó por delante al coronel Alejandro Castro Espín, que había estado en la salsa Obama, y a su temida Comisión de Seguridad y Defensa, que acabó con varios lesionados en la Empresa Consolidada de Otras Tareas Revolucionarias (ECOTRA).
Donald Trump apretando, pero sin ahogar la Enmienda Agrícola y dando más visas. Y los cubanos, que se resignaron a otra resaca de la ola marina, descubrieron -como el tío de Juan Candela- que muchos caminos conducen a México.
Quizá por todo eso, y más, es que Nora Borges encontró anoche menos gente en la tradicional procesión habanera víspera de San Lázaro, cuando muchos cubanos se quedaron en sus casas con una vela encendida a Babalú Ayé, otra al Obispo de Betania y la tercera al Lázaro de la parábola del pobre con muletas, arrojado a los pies del rico Epulón.
Los cubanos son pobres por decreto. Pero no son bobos. Y temen viajar hasta Rincón, y encontrarse a Yosuan Palacios, trepado al púlpito, flagelando herejes; mientras Susely Morfa, espoleando a Edmundo García, vende turnos en dólares para echar cascarilla violeta en las pupilas somnolientas de Iroel Sánchez.
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