En esta segunda entrega, el general (r) Hugo Torres Jiménez cuenta, en una narración cinematográfica, el asalto a la casa del ministro somocista Chema Castillo, los detalles de la negociación para la salida hacia Cuba -incluida la supuesta inocentada a Radio Corporación- y cómo ve a su ahora adversario político Daniel Ortega, 45 años después de provocar su liberación, con la acción de un comando sandinista que dio la vuelta al mundo a través de los teletipos de la época.
General, han pasado 45 años de la toma de la casa de Chema Castillo. Hoy, usted y Daniel Ortega son adversarios políticos, ¿qué ha pasado?
El Frente Sandinista de hoy es el orteguismo, una organización mafiosa criminal que -aunque se llame igual y use las mismas siglas- no tiene nada que ver con aquel frente que organizó, ordenó y ejecutó con éxito la toma de la casa del somocista Chema Castillo.
Este sandinismo está al servicio de la familia Ortega-Murillo, que primero purgó el Frente Sandinista, desde los años 80 del siglo XX, vaciándolo ideológicamente y generando un partido vertical de miembros y dirigentes pagados por la familia reinante, a través de las instituciones estatales y con dinero público. A su endiosamiento también ha contribuido el sistema presidencialista de Nicaragua.
De aquel sandinismo iniciado por Rigoberto López Pérez, Carlos Fonseca Amador y un grupo de compañeros que fueron capaces de sobrevivir frente a los golpes militares y la represión de la dictadura somocista, no queda nada en el esquema dictatorial Ortega-Murillo.
¿Porqué se decide la toma de la casa de Chema Castillo y cómo estaba integrado el comando que actuó el 27 de diciembre de 1974?
El Frente Sandinista tenía una acción rural, que apenas llegaba a los nicaragüenses, y la entonces dirección decidió asestar un golpe urbano al somocismo con una acción que trascendiera, incluso, las fronteras nacionales. Y lo conseguimos. Antes habíamos desechado otras opciones porque no ofrecían garantías de éxito, y nos preparamos cuidadosamente en la sierra de Managua, en una casa que está en la zona conocida como Las Nubes.
El comando estuvo formado por 13 miembros. Eduardo Contreras era el jefe, y los demás integrantes eran Leticia Herrera, Eleonora Rocha, Olga Avilés, Javier Carrión, Omar Halleslevens, Joaquín Cuadra (Jefe de Escuadra) y yo (Jefe de Escuadra), que estamos vivos.
José Antonio Ríos, Germán Pomares “El Danto” (Jefe de Escuadra), Róger Deshón, Hilario Sánchez, y Félix Pedro Picado; todos fallecidos en combate o accidente. Quedó fuera Mercedes Avendaño, por una inflamación aguda en las rodillas.
¡Por fin!, al mediodía del 27 de diciembre, Lazlo Pataki, quien era un ciudadano húngaro radicado en Nicaragua y que tenía el radio periódico El Clarín, donde le encantaba leer las invitaciones que le hacían, porque así se daba importancia, comenzó a decir: –Hemos recibido de nuestro querido amigo José María Castillo, una cordial invitación para asistir a una fiesta que le ofrece al embajador, nuestro gran amigo Thurner B. Shelton, de los Estados Unidos de América. Por supuesto que ahí estaremos.
“El Danto”, quien oía las noticias en un radio pequeño, de esos de batería, escucha y dice: –Aquí está. Hoy es la cosa. Entonces se lo comunica a Eduardo Contreras, quien se mueve rápidamente hacia Managua para activar los grupos de vigilancia. Pero ahora en un objetivo concreto: la casa de José María Castillo. Antes de salir, nos deja dicho que ahora sí, que tengamos todo listo, que botáramos la ropa que habíamos utilizado para los ejercicios y que quemáramos todos los papeles que pudieran comprometer a los dueños de la casa y al Frente.
La casa de Chema Castillo estaba ubicada en el entonces exclusivo reparto Los Robles, fuera del casco urbano de Managua. Era una casa relativamente pequeña para ese residencial. “El Danto”, que era un viejo guerrillero ya curtido en los combates, estaba muy sereno, con un temple de acero, empieza a hacernos burlas y bromas: –Bueno, hoy vamos a ser héroes o mártires. No hay alternativa.
Le hicimos la última revisión a las armas de diversos calibres y tipos, porque eso era lo que habíamos podido conseguir: una escopeta, una pistola, un fusil 22, un arma que le llamábamos “El Águila” porque era del tiempo de Pancho Villa, calibre 45, parecida a la ametralladora Thompson.
Bajamos a Managua en dos vehículos y llegamos hasta el Reparto Schick, que no era muy poblado, y había mucho monte. Nos bajamos y nos ocultamos, mientras Róger Deshón y otro compañero salieron en una camioneta Cherokee a dar una vuelta y chequear, por última vez, la casa de Chema Castillo. El otro vehículo fue a capturar dos taxis.
Cuando estábamos a media cuadra, la adrenalina nos chorreaba por los poros, sobre todo cuando divisamos a un primer grupo de agentes de seguridad jugando naipes sobre un carro. Después divisamos a otro grupo, y para entonces ya cada quien llevaba su ángulo de tiro de acuerdo al último croquis.
Pasó el primer carro y se nos quedan viendo los agentes de seguridad, pero siguen jugando naipes. Pasa el segundo taxi y nos parqueamos bruscamente frente a la casa, mientras abríamos las puertas y disparábamos.
La idea era entrar en formación de cuña, de tal manera que pudiéramos cubrir los flancos, la retaguardia y el frente. Y cuando llegamos a la puerta, ¡la puerta está cerrada! Y entonces “Clarita” empieza a gritarle a Hilario Sánchez, que era el “11”: – ¡Once, la puerta! ¡Once, la puerta! Y “11”, al que le decíamos “Camión”, porque era un camión de fuerte, no tan alto pero era un indio Sutiava fornido, se empezó a tirar contra la puerta, una puerta fuerte. A estas alturas, no puedo asegurar si la puerta la abrieron ante los embates de “Camión” o si la abrió él a empujones y golpes. A lo mejor, y esto ya es especulación, pensaron que alguien estaba buscando auxilio, porque dentro de la casa lo que oyeron fue la tirazón afuera, y se asustaron, y al principio no supieron cómo reaccionar.
Hieren a Róger Deshón. Le pegan un balazo en un costado, en la parte superior, ahora no recuerdo en qué costado, pero logramos entrar a la casa. Teníamos el croquis de la vivienda en nuestras cabezas. A mi escuadra le tocó el sector del comedor, la cocina y el garaje. Ahí por el garaje se nos escapó, en el tiroteo, Leonel Somoza. Creo que era hijo de José Luis Somoza. Así fue como entramos, más o menos a las 10:50 de la noche.
Un grupo de los invitados se corrió para el patio, entre ellos Guillermo Sevilla Sacasa, el cuñado del dictador, el doctor Alejandro Montiel Argüello y otros peces gordos, pero no los descubrimos hasta la mañana siguiente.
¿Cuánto tiempo duró la acción inicial? ¿Cómo muere José María Castillo?
Desde el momento en que nos bajamos de los vehículos hasta que tenemos dominada la situación, la acción dura unos tres minutos en total. Chema muere porque se metió a un cuarto donde tenía armas. Se le conmina a salir y, en vez de obedecer la orden, sale con una escopeta de cartuchos y dispara.
Los balines pegan en el piso y, de rebote, algunos se le incrustan en una pierna a Eleonora Rocha, pero fue a flor de piel, sin ninguna trascendencia. Respondemos, y ahí muere Chema Castillo, porque se enfrenta y nos vemos obligados a liquidarlo.
Tomamos el cuerpo y lo metimos en una habitación. Encendimos el aire acondicionado, porque el resto de los rehenes no se da cuenta de que Chema había muerto. Entonces la idea era tenerlo ahí y, en las exigencias a Somoza, íbamos a sacar a Chema haciendo creer que era el primer rehén ejecutado, si Somoza no atendía nuestras peticiones, una vez que se venciera el plazo que estipularíamos.
¿La prensa nicaragüense o la dictadura somocista informaron sobre el hecho?
Eso fue la parte simpática del asalto. A eso de la medianoche, Joaquín Cuadra llamó a Radio Corporación para dar la primicia, pero no nos creyeron. Y no nos creyeron porque al día siguiente era 28 de diciembre, Día de los Inocentes.
Joaquín insistió, pero al otro lado del auricular el locutor le decía: –¿Ajá?, ahora contámela a colores. –¡No hombre!, sí es cierto. Somos un comando que nos acabamos de tomar... –Bueno, pues. Okey, mañana me la contás de otra forma. ¡Y no le creyó!
¿Qué hubiera pasado si el General Somoza hubiera estado en esa fiesta?
Esa es la pregunta del millón. A lo mejor hubiéramos hecho una negociación, ¡quién sabe! A lo mejor esa negociación hubiera significado descabezar a la Guardia Nacional, instaurar un gobierno de transición civil, convocar a nuevas elecciones libres con supervisión internacional. ¡Quién sabe!, realmente. El Embajador Shelton se acababa de ir también…
Pero si hubieran tomado de rehén al embajador norteamericano, se abría la opción de una intervención de las fuerzas especiales de ese país.
Son casos hipotéticos, y no tiene sentido detenernos, porque caemos en el campo de la especulación. Cuando logramos recoger a todos los rehenes, vimos que estaba Cornelio Hüeck, que era más o menos importante; Noel Pallais, familiar del dictador; el embajador de Chile, un general de Carabineros, Alfonso Deneken. Ese hombre sufrió esos dos días terriblemente, porque hacía un año del golpe de Pinochet contra Salvador Allende. Y ese oficial chileno, que era un general retirado, enmudeció y se quedó quieto en un rincón. Seguramente él pensaba que sería el primero que ajusticiaríamos, si Somoza no cumplía con las demandas. Incluso, del despacho de Pinochet llamaron a la casa y Eduardo Contreras le tiró el teléfono. Le dijo que no hablaba con dictadores.
Una vez que controlamos la situación y nos ubicamos, la Guardia Nacional empezó a rodear la casa; todavía estaban desconcertados, no sabían lo que pasaba. En la mañana siguiente, tuvimos un tiroteo fuerte con los guardias que se había querido meter en la casa, precisamente por un pequeño portón del patio que había quedado abierto, y se había armado un burumbumbún de los mil demonios.
¿Cómo fue la negociación con el somocismo?
El primero que llamó por teléfono a la casa fue el general José Somoza, porque el dictador estaba de visita en Miami. Eduardo Contreras pide que mande al Obispo Miguel Obando Bravo, y así comenzó todo el proceso de negociación, primero a través de notas que yo hacía. Ahí planteábamos las condiciones, las cuales se le explicaban al mediador. Somoza siempre peleó más por el dinero que por otra cosa. Igual ocurrió tras la toma del Palacio Nacional, en 1978.
Dividimos a los rehenes entre “los de peso”, que se autollamaron los parlanchines, porque hablaban todo el día; y en el otro grupo estaban “los de tercera clase”. En ese grupo estaba Lazlo Pataky. Liberamos a los músicos, a los empleados y a los meseros. Después liberamos a las mujeres, a pesar de la oposición de Luis Valle Olivares, quien era Alcalde de Managua, porque decía que si se iban las mujeres la guardia iba a atacar. ¡Fíjate que detalle!
La Guardia Nacional trató de meterse varias veces en la casa. Se subían al techo y nosotros, por dentro, los íbamos siguiendo con los fusiles apuntando para arriba, pero no pasó nada. Realmente los rehenes fueron la garantía, sobre todo la presión de Lilliam Somoza y Guillermo Sevilla Sacasa; pesaron muchísimo.
Conseguimos todo lo que exigimos, casi un millón de dólares, la salida de todos los presos del FSLN, la transmisión de nuestros comunicados por los medios de comunicación en cadena nacional y un avión que nos llevara a La Habana.
¿Cómo fue la salida de la casa, sintió miedo?
Salimos de la casa de Chema Castillo la mañana del 30 de diciembre, con una capucha de nylon cubriéndonos el rostro. Había muchos guardias, periodistas y pobladores en los alrededores.
Pedimos un autobús grande, Mercedes Benz, del entonces colegio "Primero de Febrero", hoy "Rigoberto López Pérez", que trasladó al comando, los rehenes y, como garantes, el Obispo Miguel Obando y Bravo, y los embajadores de Panamá y México en Nicaragua.
Dimos instrucciones de cómo queríamos el avión posicionado ya en la cabecera de la pista, listo para despegar; pero en las calles de la ciudad nos sorprendió que los vecinos se habían agolpado en la ruta que presumían haría el autobus hasta el aeropuerto y aplaudían y lanzaban consignas de apoyo el paso de nuestra caravana.
Recuerdo al obispo diciendo en voz alta: Tienen pueblo; la gente lo sigue. Fue muy emocionante, ese fue el premio mayor, saber que el pueblo aprobaba la acción contra la dictadura.
Miedo no sentí. Mucha tensión porque sabíamos que el somocismo estaba herido y humillado y aprovecharía cualquier descuido para intentar apresarnos e impedir la salida de Nicaragua; pero no lo consiguieron. Fue una operación bien preparada y con compañeros muy valiosos.
La Habana fue nuestro destino final; aunque nosotros intentamos ir a Panamá o México, pero esas gestiones diplomáticas no se pudieron realizar.
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