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El agente de la seguridad del Estado Raúl Capote publicó en Granma un texto sobre el violador de Santiago de Cuba y su linchamiento público. Se trata de algo que él intenta pasar por periodístico sin serlo.
Bien mirado, no es contradictorio. Si Granma intenta hacer pasar a Capote, el Agente Daniel de la inteligencia cubana, por periodista y escritor, por qué este no podría camuflar sus libelos propagandísticos bajo la túnica del periodismo de opinión.
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El texto de marras se pregunta “¿Quiénes están interesados en hacer creer al mundo que en Cuba existe un clima de inseguridad y violencia?”, y yo le ahorraré al lector de CiberCuba las infumables parrafadas del Agente Daniel. Les resumo la respuesta: nosotros.
Nosotros, los inescrupulosos mafiosos de Miami, somos los únicos y verdaderos interesados en dibujar un clima que en Cuba –faltaba más– desde luego no existe. Es otro fantasma alentado por la gusanera, financiado por intereses oscuros que buscan el malestar nacional en un país que es, según la cita de Capote, “sol del mundo moral”.
A mí de entrada me divierte muchísimo el trasfondo de un texto cuya finalidad propagandística es desmentir connotaciones sobre un suceso no informado. Me imagino la cara de un humilde aguatero de Morón que se sienta junto al surco, sin smartphone ni 3G, y sin tener ni idea de qué ocurrió con un violador en Santiago de Cuba comienza a leer el texto que ahora cuela en Granma el Agente Daniel.
Responder a noticias no publicadas, he ahí una marca de la casa. Publicar para los de afuera, los que tenemos acceso a información. No para los de dentro, que en teoría deberían informarse de todo por esas mismas páginas.
Pero partiendo de ahí, la categoría de la canallesca es de asombro en esta publicación. Tiene pedigrí.
Primero, porque según el contrainteligente Capote de lo que hablaban los cubanos en Facebook el martes 11 de este mes a las 12.26 pm (joder con el puntillismo cronométrico) era de la actuación valerosa de una oficial de policía que, con su solo cuerpo, protegió la vida de aquel a quien un barrio entero de Santiago pretendía linchar.
“Cientos de personas comentaron y compartieron favorablemente el mensaje”, agrega Capote y uno se termina por preguntar por los mundos paralelos y misteriosos en que habitan estos rufianes de la verdad.
Porque no era de esa pretendida heroicidad que hablaba nadie, ni a las 12.26 ni a ningún otro horario de pizarra de terminal de tren.
Era sobre la barbarie, el espectáculo grotesco, el conjunto de actores que escenificaron lo filmado en ese video, donde un presunto violador nauseabundo es masacrado por quienes no esperan por la justicia revolucionaria, y donde la presencia policial termina por ser el último ingrediente en un panorama de salvajismo social que, al parecer, también es culpa de mi maldad de exiliado inescrupuloso.
Lo peor de lavados de cara como estos es que forman parte de un patrón informativo según el cual nunca nada es responsabilidad del gobierno cubano.
La simple existencia de una escena de ferocidad social como esa, donde un violador escupe los dientes, pierde un ojo, es apedreado y pateado en la cabeza por cientos de vecinos, es sintomática de una sociedad enferma en su raíz.
Primero, porque las violaciones, contrario a lo que proclama el Agente Daniel en su escrito en Granma, son más comunes de lo que esa prensa infame intenta hacer creer. Quienes estudiamos en ese mismo Santiago de Cuba recordamos la aterradora frecuencia con que ocurría una violación en la propia escalinata de la Universidad de Oriente.
Los reportes de feminicidios y violaciones serían de escándalo si Cuba permitiera investigaciones reales e informes precisos.
Y de eso, de la indefensión y la falta de fe en las instituciones, en la justicia de los tribunales cubanos, termina por desprenderse un linchamiento medieval tan comprensible para la pasión humana, como evitable para los efectos de la disciplina social.
Para evitar esos desguaces públicos se inventó hace mucho en la sociedad humana una cosa llamada justicia: tribunales, jueces, sentencias, cárceles. Vamos, ingredientes conocidos en el mundo civilizado de hoy.
Pero cuando nadie cree en las instituciones, ni en una justicia que de seguro planea encerrar por más años a José Daniel Ferrer que a este vómito humano que hizo a los médicos extirpar los ovarios a una niña de ocho años, y cuando la policía es más eficaz encarcelando a opositores que a violadores y asesinos, de alguna manera hay que actuar.
Ahí, en ese acto de barbarie colectiva, está el fundamento de un sistema que ha deformado todo hasta la raíz.
Porque de lo que no habla ni el Agente Daniel en su informe de contrainteligencia deslizado como artículo, es del irrespeto absoluto que sienten los cubanos por esos policías que acudieron a preservarle la vida al apaleado.
Qué repase el video otra vez. Que las cosas no se salen de control cuando se tiene la verdadera autoridad en la mano.
Y por supuesto que la función policial era proteger al individuo. Si no, no tendrían escoltas policiales los asesinos en serie cuando se presentan en juicio. Pero los cubanos están hartos de absurdos, hartos de multas abusivas y patadas de uniformados. Hartos de perros entrenados que se les lanzan encima con la connivencia de los mismos oficiales que les deberían proteger.
Ningún cubano ve en la PNR un cuerpo del orden, sino el brazo represor y enemigo que puede entrar a su casa cuando le da la gana, puede decomisarle lo que le da la gana, o puede meterlo en un calabozo sin explicación alguna.
Aunque el camarada Capote solo viera estupor por la heroicidad de la mujer policía, la escena pone la piel de gallina a cualquier padre que se pregunte si los niños de ese barrio veían aquella orgía sangrienta.
Y la respuesta es sí. Niños que aprenderían en ese momento a solucionar sus conflictos matando. Niños que aprenderían a escupir y despreciar a los policías, como sucede en países regidos por dictaduras o por gobiernos corruptos y violadores de derechos humanos.
Aunque Granma finja no saberlo, ahí, en escenas como esas, tan conocidas por los santiagueros –como por quienes huyen de Honduras o El Salvador– está el caldo de cultivo para quienes resolverán mañana sus desavenencias de escuela secundaria a base de navajas y punzones.
Pero somos nosotros, desde Miami, los culpables primeros de cualquier malestar social que pudiera tener algún cubano esporádico, ¿verdad? Y somos también los culpables últimos de presentar el llamado de atención de un barrio santiaguero a un descarriado vecino, como una masacre bárbara.
Y por supuesto, solo en nuestras cabezas está que hubo repudio a la autoridad uniformada. Los afables vecinos recibieron con guirnaldas a los “boinas negras” que pasaron por el lugar.
La prensa cubana y su ejército de granujas, periodistas mediocres o cobardes y agentes de la seguridad disfrazados de reporteros, insiste en eximir a los regentes del país de cualquier responsabilidad trágica. Llámese balcón de Jesús María, compradores de Cuatro Caminos, o bacanal de sangre con violador protagonista en el oriente del país.
Sea cual sea el síntoma, si se trata de asumir culpas por la enfermedad nacional, por supuesto que será Miami el origen de todo mal. Aunque también a Miami se le exija enviar el fármaco contra esa u otra enfermedad. Y aunque por supuesto, de eso no hable esta vez Raúl Capote, el Agente Daniel.
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