He leído con tristeza las declaraciones de un periodista de la Isla, que con todo el derecho del mundo critica la pasión trumpista de su compatriota, la actriz Susana Pérez. Su crítica es aceptable hasta que cae en el terrible error de llamarla “excubana”.
Nadie, ni comunistas, ni trumpistas ni demócratas ni a medio hervir tiene derecho alguno a desterrar verbal o físicamente a una persona del país donde nació por el hecho de pensar diferente. En la diversidad está la riqueza, pero los que no entienden de eso no pueden apreciarlo. Por eso la persecución del disidente que no es ni más ni menos que la persecución del diferente. Da igual que sea homosexual o librepensador. Molestan a quienes defienden el pensamiento único y otras barbaridades que a estas alturas apestan a consumo descontrolado de pastillas para la chochera.
El castigo a la diferencia es una arrogancia que se atribuyen en el mundo moderno única y exclusivamente las dictaduras. Lo hizo Franco en España y pasa en Cuba, cada vez que las autoridades dejan a alguno de los nuestros a las puertas de la Isla, sin poder entrar a ver a los suyos. Da igual si sus parientes se están muriendo o no. Es un chantaje emocional que no tiene perdón de Dios. Los comunistas entienden el país como algo suyo, como una propiedad. Los posesivos con carnet se atribuyen la legitimidad para querer lo mejor para todos.
Entienden que Cuba sólo puede tener futuro con ellos. Los demás, los que aspiran a una socialdemocracia, los liberales, los democristianos; los anexionistas o hasta los anarquistas, todos están equivocados. Cuba sólo puede sobrevivir con dignidad si al frente del Estado hay un comunista. Aunque tengan el país hecho polvo, da igual. Entienden que hemos nacido predestinados para aguantar, para soportarlos. Se equivocan.
Y el problema no es sólo de quienes han gobernado durante seis décadas inyectando el veneno de la intolerancia en la sociedad cubana. Esto es un problema de educación y los comunistas lo saben. Por eso se empeñan en pervertirla con el adoctrinamiento.
Ese periodista que llamó excubana a Susana Pérez no ha hecho otra cosa que repetir lo que le enseñaron: que los que no piensan como él no son cubanos. Error, pero no seré yo quien inicie una caza de brujas. Los cubanos no podemos permitirnos otra guerra similar entre buenos y malos. Entre rojos, arrepentidos y conversos.
Un país no se construye desde el odio y el miedo a la diferencia. Quienes queremos una Cuba diferente no podemos estar predispuestos a juzgar la afiliación política de nuestros hermanos. No estamos obligados a pensar como Susana Pérez, pero sí deberíamos estar obligados a hacer hasta lo imposible para que ella conserve su derecho a seguir pensando así.
Susana Pérez puede defender hoy a Trump como hace unos años alababa a Che Guevara. Entre ella y nosotros hoy puede haber un abismo ideológico y hasta hidrológico (o no). Pero los que no entendemos de rencores, la admiramos como actriz y lo que ella piense o deje de pensar no cambia las cosas. Es noticia, claro que sí, pero hasta ahí.
Somos muchos los que no vamos a votar siguiendo lo que marca la publicidad en la tele y por experiencia sé que la gente, por norma general y fuera de las dictaduras, vota lo que considera que es mejor para su bolsillo. Ni consignas, ni convicciones. Los electores lo que quieren es llegar a fin de mes, tener trabajo y poder llevar una vida tranquila con su familia. Todo lo demás es secundario: marketing, publicidad o propaganda.
Me sorprende muchísimo la gente que invierte energías en cuestionar el currículo político, las creencias religiosas o las posiciones ideológicas de sus compatriotas y luego ve normal un divorcio o una separación. Entienden que las personas puedan dejar de querer a otras personas, incluso, que se rompan amistades de años, pero no logran comprender que, de la misma manera, el pensamiento cambia.
Todo cambia. La Susana Pérez que aprendimos a querer como Charito no es la misma de hoy. Ni mejor ni peor. Sigue estando preciosa. El tiempo no pasa por ella. Yo, sinceramente, creo que tenemos que respetar su derecho a posicionarse del lado de quien ella quiera. Como si le da ahora por acaparar productos Goya. A mí me interesa como actriz. Ella y todos sus personajes forman parte de mi memoria visual; de mi vida. El resto del ruido, me sobra.
A pesar de que por experiencia sé que el comunismo todo lo que toca lo convierte en mierda, me repito una y mil veces que no hay ideologías buenas y malas. Todas son legítimas en democracia. Lo que de verdad marca la diferencia es la gestión y el respeto de los derechos humanos. No hay excubanos ni Cuba ni Martí tienen dueño. Esa islita es de todos y es nuestra responsabilidad conseguir que no la hundan en el mar con tanto odio de un lado y de otro. Ya está bien de luchas cainitas y de envolvernos en la bandera. No quiere más quien más lo repite. No ama quien más odia sino quien más construye. Ejercitemos la tolerancia. Es difícil y sé que no todos pueden, pero por favor, soñemos a lo grande.
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