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Pronto se cumplirán 57 años de la primera gran expropiación de una remesa de mercancías enviada por el exilio cubano a su parte dejada atrás, a su otro yo atrapado en la penuria económica aparcada en la isla desde 1959. De un zarpazo y con sorna, Fidel Castro, entonces primer ministro del Gobierno Revolucionario y primer secretario del Partido Unido de la Revolución Socialista, anunció en red nacional que se quedaría con 40 mil pares de zapatos enviados por los “vendepatrias de Miami”.
Eso sí, “buenos pares de zapatos, no hay que subestimarlos”, aclaró el dictador.
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Era octubre de 1963 y el ciclón Flora -uno de los más letales huracanes atlánticos de que se tiene registro- había castigado despiadadamente la isla como no sucedía desde el del 26. Las víctimas pasaban de mil y los daños materiales eran incontables, principalmente en la región oriental.
La confiscación fue decretada en uno de sus tantos megalomaníacos discursos, este con rasgos inequívocos de demencia. Basta revisar el título de la versión taquigráfica publicada en los medios de la máquina propagandística revolucionaria, que ya se había ocupado de estrangular a la prensa y el pensamiento libres: “La Revolución es una fuerza más poderosa que la naturaleza”. De atar.
Con su habitual narcisismo, Castro presentó ese día un minucioso informe de daños, plagado de datos meteorológicos, trayectoria del ciclón, niveles de las aguas y medidas de recuperación que solo la revolución que él conducía sería capaz de llevar adelante.
“Se empieza a contar ya con el apoyo de la ayuda exterior, la ayuda grande, extraordinaria, generosa de todos los países del campo socialista que, haciendo esfuerzos, en algunos casos con verdadero sacrificio para ellos, nos están mandando grandes cantidades de cereales, de medicinas, de zapatos, de todo”, arrancó Castro su exposición sobre la ayuda externa recibida tras el desastre.
“También de muchos países capitalistas hemos recibido ayuda, y el gesto que han tenido países que tienen un sistema social distinto al nuestro es de agradecer y es de reconocer. Hay una sola ayuda que no hemos aceptado y todo el mundo sabe por qué, y es la ayuda de Estados Unidos… Era lógico que el pueblo de Cuba rechazara esa política cínica y desvergonzada, esa ayuda humanitaria, esa ayuda hipócrita de quienes están tratando de asesinar nuestra economía”, dijo antes de virar el juego a su favor.
Según Castro, Cuba no necesitaba ni reclamaba que la ayudaran: “Lo que nosotros demandamos no es ayuda. Lo que nosotros pedimos con todo nuestro derecho es que cese el bloqueo económico contra nuestro país. Y nosotros emplazamos al Gobierno de Estados Unidos, ante la opinión pública mundial, a que cese el bloqueo criminal que mantiene sobre un país que ha sufrido un desastre de esta naturaleza (Aplausos)”.
La otra “ayuda” que aceptó en esa ocasión fueron los 40 mil pares de zapatos pillados y a la que clasificó de “contribución involuntaria de los vendepatrias de Miami y alguno que otro residente, que puede haberlo”, agregó.
“Esa gente que reside en Estados Unidos también ha hecho una contribución involuntaria a los afectados. ¿Cómo? Muy sencillo: en el momento en que ocurre el problema del ciclón, el Gobierno tuvo conocimiento de que había en la Aduana, en la Oficina de Correo, decenas de miles de bultos, de esos que mandan parientes de allá a algunos parientes aquí, más o menos justificado… Hay a quien le mandan diez pares de zapato para que los vendan especulativamente. Y hay quien vive aquí de parasito, recibiendo cosas de allá y vendiéndolas… Pero en el momento que ocurrió esto, había 40 mil pares de zapatos en tránsito en los bultos. ¿Comprenden? Buenos pares de zapatos – no hay que subestimarlos-, de buena calidad, que estaban en un momento oportunísimo porque esos zapatos los necesitan los niños, las mujeres y los trabajadores y los campesinos de la zona afectada por el ciclón”.
Y así, “en consideración de interés social y necesidad publica, el Gobierno Revolucionario dictará una Disposición expropiando esos 40 mil pares de zapatos para mandárselos a la gente que más los necesitan ahora. ¡Y muchas gracias por ese aporte involuntario! (Aplausos)”.
El 10 de agosto pasado, la líder del proyecto opositor Cuba Decide, Rosa Maria Payá, anunció el arribo a Cuba de un barco con cinco contenedores de ayuda humanitaria, toda recogida por la iniciativa Solidaridad entre Hermanos en mayo de este año.
La noticia cayó como un bólido y se afinca como un nuevo medidor de posturas hacía Cuba. La crispación aumenta, las redes sociales suben y suben el tono y ser a favor o contra de la iniciativa de la ayuda, no de la carga en sí, porque nadie se ha revelado tan perverso, separa a los cubanos en dos bandos repelentes de igual carga.
Para los impulsores de la campaña, se trata de un tema de solidaridad, de romper la inacción, de actuar a pesar del laberíntico encierro en que estamos, y de hacer presión política, como bien han exhortado sus promotores cuando llaman a los cubanos de la isla a “reclamar su ayuda” a título personal. Suponen que han dejado ante las grúas de Mariel un Caballo de Troya.
Para los detractores, los promotores de la ayuda usan la crisis de turno, agudizada por la pandemia, para impulsar una acción que consideran natimuerta, que juega con las carencias y aspiraciones de la gente y, que al final, contribuirá más con el juego de la dictadura que a mellarla. Auguran una nueva rapiña, seguramente contabilizada como ayuda “involuntaria” de “vendepatrias”.
Ambos grupos antagónicos podrían tener razón, quizá una mínima necesaria y aceptable que evitase la división del bando opositor al Palacio de la Revolución. Pero no se llega. Parece un sinsentido, pero así es, y sucede desde hace mucho.
Mientras tanto, los dinosaurios atrincherados tras la vetusta sigla PCC, los militares que se reparten la riqueza nacional desde una oscura asociación empresarial y el resto de sus acólitos celebran, se mofan. Podrían hasta desempolvar otro fragmento del mismo discurso de Castro: “La verdad es que son bastante poca cosa, pues quieren que los ciclones -actualícese para Pandemia- hagan contrarrevolución… Pero a los ciclones también los derrotaremos”, alardearán otra vez.
Es verdad que no te bañas dos veces en el mismo río, avisó el griego Heráclito. El río, aunque parezca el mismo, lleva siempre otras aguas. Y el curso de Cuba también es otro hoy, el tiempo lo ha cambiado, nos separan 61 años de la avalancha que arrasó con todo. Pero, así como el río cambia, es cierto que lo hace cumpliendo reglas de su propia naturaleza, respetando patrones que le son innatos: las lluvias del verano, las secas del inverno, los desbordes bajo lluvias torrenciales. Ya lo dejó claro Diaz-Canel: “Somos continuidad”.
Hegel acuñó que la historia se repite y Mark Twain se atrevió a discordar con poesía: no se repite, pero rima. Una rima captada por el Catedrático de Paleontología de Universidad Complutense de Madrid, Juan Luis Arsuaga: “Lo que hace que la historia rime, por supuesto, es la naturaleza humana, inalterable. Siempre los mismos temores, los mismos anhelos, idénticas necesidades, pasiones y vicios”, explica Arsuaga. Son precisamente esas rimas las que hacen posible hacer de la Historia una ciencia, completa el catedrático.
El perenne fluir de ayudas a Cuba, en productos y remesas, durante las últimas seis décadas ha dejado muchas lecciones, así como los abusos con que invariablemente se han penalizado. Escuchemos las rimas que brotan de este nuevo episodio. De no ser así, cantemos: "Historia, lo tuyo es puro déjà vu".
*Los fragmentos de discursos han sido extraídos de Cuba Socialista, Año III, Noviembre de 1963.
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